Elecciones catalanas tres años después, con postales, a primera vista, casi opuestas. Apenas tiene que ver el paisaje estival que se respira en Barcelona ante las elecciones de hoy, con la densidad ambiental de los comicios de 2021, en un mes febrero con estrés pandémico.

De aquella estampa invernal, con los miembros de las mesas enfundados en EPIs, parece que hubiera transcurrido una década, si bien en la aceleración del tiempo que vivimos, incluso una legislatura mellada, la que ha habido en Catalunya desde entonces, da para mucho. Y a los problemas enquistados se han añadido los de las turbulencias mundiales, que dirigen la agenda hacia la gestión.

Catalunya afronta unas elecciones que pueden marcar una intersección, con derivadas directas en el conjunto del Estado. A estas alturas casi nada suena nuevo, pero observando la letra pequeña casi todo pinta diferente. No solo por los indultos y la venidera amnistía, sino por un posible cambio de corriente. La batalla a tres en aquellos comicios de 2021, entre el PSC, ERC y Junts ha ido mudando en la actual campaña, muy a pesar de Esquerra, a una confrontación principal entre el PSC y Junts, con la incertidumbre de saber si los resultados abocarán a unas nuevas elecciones ante los vetos cruzados, o los respectivos sumandos desembocarán en un nuevo Govern.

¿Primera vuelta?

La hipótesis de poder estar ante una primera vuelta resulta desoladora para un sector del electorado ya empachado, que en menos de un mes, el 9 de junio, volverá a estar convocado para los comicios europeos. Un día después, el 10, se podría constituir el Parlament, y el 25 celebrarse la investidura con la presencia anunciada de Puigdemont. En la antesala de este nuevo tour de force político, el 12M pondrá a prueba qué proporción del censo opta por un domingo playero, urbano o campestre sin pasar por los colegios electorales, y cómo pesa el abstencionismo en los resultados según la orientación de los desafectos. Por ejemplo, si el independentismo esta vez consigue ser mayoría, y si en tal caso es operativa, porque la irrupción de Aliança Catalana podría dar al traste una suma ya de por sí compleja.

Al contrario que en la CAV, los principales candidatos en Catalunya tienen las ventajas y los inconvenientes de ser muy conocidos. Illa, exministro de Sanidad, con 58 años recién cumplidos, pide sonriente “fuerza para gobernar” en sus carteles. Está por ver si hay efecto Sánchez y en qué medida. En 2021, el PSC, primer partido en votos, obtuvo 33 escaños, los mismos que ERC. En 2017 Ciudadanos quedó en primera posición con 36.

Del otro lado, según Junts, “Catalunya necesita buen gobierno” y “liderazgo”. El regreso de Puigdemont, de 61 años, con la amnistía en el bolsillo, toca la fibra a una parte de la sociedad catalana, que le reconoce tenacidad, y un plus político, institucional y simbólico, por haber sido el president destituido capaz de sortear una persecución. La proyección de que culmine su vuelta con un buen resultado electoral ha actuado de catalizador, veremos si de catapulta, esta última semana. En 2017 Junts obtuvo 34 escaños, y en 2021 logró 32.

La situación de ERC

Distinta parece la situación de Pere Aragonès, de Esquerra Republicana, bastante más joven que sus contrincantes, con 41 años. Su adelanto electoral, lejos de resultar un revulsivo, puede haber asentado una cierta sensación de impotencia muy lesiva para sus intereses. A Esquerra, que se presenta “al lado de la gente” y “al lado de Catalunya” se le ha puesto cuesta arriba la jornada electoral. Como a otra escala a los Comuns, que con foto de Colau y de la candidata Albiach, abogan en carteles colocados en el barrio de Gràcia por “parar la masificación turística”, después de ocho años ostentando la alcaldía de Barcelona.

De todo ello se hablará largo y tendido a partir del lunes, tras una jornada que además de aritméticas dejará una cuestión importante sobre la mesa. La extrema derecha, en Catalunya de doble signo, no solo está movilizando a una parte de la población, sino sobre todo, multiplicando su influencia. Su cota de representación puede complicar la conformación de mayorías en el Parlament, o facilitar, en última instancia, fórmulas transversales.