El mundo jeltzale recuerda con mayúsculas a Begoña Zalduegi Etxebarria, quien fue teniente de alcalde por el PNV de la primera legislatura democrática tras la Guerra Civil en el Ayuntamiento de Lemoa. Nacida en Bedia en 1944, falleció el martes a los 79 años. Las exequias por su persona se oficiaron el jueves en la parroquia Andra Mari de Lemoa que se llenó de familia, allegados y amigos.

Zalduegi era la esposa del también jeltzale Juan Mari Atutxa, exconsejero del Interior del Gobierno vasco, expresidente de la Cámara autonómica y en los últimos años fue presidente de Sabino Arana Fundazioa. El matrimonio vivió los momentos más duros de su vida común y familiar –con cuatro hijos: Asier, Iskander, Ainara y Jon– cuando ETA intentó acabar con la vida del político. El propio Atutxa lo narraba así a DEIA: “Hablamos de 1995, década convulsa y dramática. Hasta el 21 de junio, cuando ocurrieron estos hechos, ETA había asesinado a siete personas; desde mayo estaba secuestrado Aldaya y seis meses antes se desarticuló el comando Bizkaia y entre sus planes se encontraron diez intentos de atentar contra mi persona. Ese era el contexto”.

Begoña Zalduegi “lo ha dado todo por su familia y el partido, eran sus dos grandes pasiones”, valora su hijo Asier a este diario. Ella fue quien, en ese contexto que frases atrás de este obituario apuntaba el propio Atutxa, hizo uso de toda herramienta que, desde el corazón, le permitiera llamar a la reflexión. Así, ha vuelto a trascender el mensaje grabado que dejó en Radio Euskadi: “Quisiera decir a ETA que nuestra única fuerza es Euzkadi. Que no cederemos al chantaje del terror. Que hemos nacido abertzales con mayúsculas, y estamos dispuestos a dar la vida por Euzkadi. Nuestros padres sufrieron cárcel y represión por ser abertzales. Ahora sois vosotros los nuevos dictadores. No hemos nacido para vivir arrodillados. Y, un ruego, la próxima vez que intentéis matar a mi marido, lo primero que os aseguréis que le acompaño, porque yo quiero morir con él. Gora Euzkadi azkatuta”.

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En imágenes: la sociedad vasca despide a Begoña Zalduegi en Lemoa Borja Guerrero

Las reacciones a la muerte de Begoña, tras una larga enfermedad, no se han hecho esperar. Así, por ejemplo, el periodista Iñigo Camino, a las siete de la mañana ya transmitía a la familia sus “condolencias y admiración de siempre hacia Juan Mari y hacia Begoña, dos auténticos ejemplos para muchos abertzales en los peores momentos de ETA y también ahora”.

Begoña nació en Bedia y completó sus primeros estudios en Lemoa. Era hija de Gregoria Etxebarria y de Isidro Zalduegi. El matrimonio fue preso del franquismo durante la Guerra Civil. Ella sufrió la cárcel de Saturraran y él, por ejemplo, la Prisión Provincial de El Puerto de Santa María, en Cádiz. El padre fue detenido por ser ertzaña, “integrado en la primera compañía, de a pie; no la motorizada, instalada en el cuartel José Luis de Ibáñez”, comunican desde Euskal Prospekzio Taldea. “Conocí a Begoña –aporta el exsenador Iñaki Anasagasti– personalmente cuando trabajamos por conseguir pensiones para los ertzañas. Su aita lo había sido en la Guerra Civil y luchaba para que no los ignoraran. Era una persona cercana, cabal y entrañable”.

La exdiputada de Cultura de Bizkaia Josune Ariztondo pone en valor la figura de la finada. “Era una mujer con vida propia y valiente, de una familia que sufrió la represión y que siempre tiró hacia adelante con valor. Una mujer que estuvo al lado de su marido en todo tipo de momentos. Se nos va un ejemplo de compañerismo, pacifista y ferviente abertzale”.

Impresión similar, apostilla el exdiputado general de Bizkaia José Alberto Pradera. “Destacaría de ella que ha sido una persona mucho más importante de lo que se ha traducido en los medios de comunicación. Ha sido el soporte que ha ayudado a Juan Mari a ser lo que ha sido y es. La mitad del mérito es de Begoña, una buena esposa y fantástica abertzale”.

Josu Bergara, como Pradera, también fue diputado general. “Begoña fue una persona abertzale desde el primer momento, con la asamblea nacional del partido. Ya entonces, ella estaba involucrada. Durante toda su vida ha enseñado a sus hijos el abertzalismo y crear una familia unida”, reacciona y va más allá: “Era encantadora. La conocí en las comidas que hacíamos los consejeros con el lehendakari Ardanza y a las que iban también nuestras mujeres. Y luego, también porque fuimos a la Expo de Sevilla. La recordaré siempre dispuesta a hacerte un favor. Es una pena que haya fallecido sin ser mayor del todo. Hubiera seguido colaborando con el partido”.

Begoña Zalduegi Etxebarria comenzó a trabajar siendo aún una niña en la Cordelería de Lemoa y, a continuación, en la planta de Firestone de Usansolo. En sus viajes a Bilbao, para aprender la profesión de peluquera, conoció a su amor hasta el último día, a Juan Mari Atutxa. “Se conocieron en el tranvía y siempre han vivido juntos”, detalla su hijo Asier y cuando el padre faltaba por trabajo “ama era la que aportaba la alegría y hacía frente a todo, incluso, a los que le decían cosas por la calle. De hecho, con una hermana, llegaban a arrancar carteles de las calles. Se enfrentaba a todos sin ningún miedo”.

Una persona que conoció bien a Zalduegi fue Jon Goikolea, periodista y jefe del gabinete del consejero de Interior en época de Juan Mari Atutxa, que estima que Begoña era ante todo una mujer adelantada a su tiempo, conectada con el suelo, con la realidad en su peluquería. Mujer independiente, comprometida y madre. “Abertzale, miembro de una familia represaliada por el franquismo y posteriormente, como Juan Mari, víctima de la violencia con la que los fanáticos “liberadores” de la autodenominada izquierda abertzale, poco de lo uno y menos de lo otro, se empeñaron en destruir a cualquiera que les cantase las verdades del barquero. Se las cantó Juan Mari, pero se las cantaba ella también cada día con su vida, con su humanidad, con su condición de miembro del auténtico pueblo trabajador vasco. Con su inquebrantable compromiso político. Con su papel de capitán de una familia que superó unida y convencida del sentido de aquel sacrificio, la calamidad de vivir amenazada las 24 horas de cada día”.

Goikolea valora que Begoña “nos deja con la dignidad de no haber dedicado ni un minuto, superado ese tiempo de zozobra, a mercadear con su martirologio. Con la satisfacción de la paz a la que contribuyó con mucho más que un grano de arena. Con el compromiso de una familia unida, abertzale, que no nació para morir arrodillada. Por eso Begoña ha muerto con la cabeza bien alta y en paz. Ha muerto bromeando, de buen humor. Despidiéndose de los suyos a conciencia. Acompañada cada minuto por el amor que sembró y le ha confortado en la hora de la verdad. Y con la tranquilidad con la que se van las personas de bien”.

En consecuencia, a juicio de este periodista: “Begoña fue ella. Y entre sus acciones nunca dejaré de agradecerle la que más de cerca viví. Cuando miramos edificios singulares, como el Guggenheim solemos olvidar que detrás de su belleza hay una ingeniería que cimenta, que soporta, que fundamenta. Juan Mari es un edificio admirable. Begoña es una parte fundamental de sus cimientos”.