Apenas habían pasado 48 horas del fracaso de la izquierda en Andalucía, y del pinchazo del boceto de lo que será su proyecto, y Yolanda Díaz parecía ser otra en el tono y la estrategia. Explicaba ante la prensa las medidas acordadas en el Consejo de Ministros cuando, acostumbrada a verla alineada con el Ejecutivo de Pedro Sánchez, mostró un cariz más personal que apuntaba trazos de lo que será su plan político, la plataforma Sumar –ya con logo y lemas–, cuyo proceso de escucha arranca el próximo viernes en Madrid y que durante seis meses le llevará por todo el Estado español, coincidiendo con la andadura hacia el inminente ciclo electoral y con un desgaste del Gobierno de coalición que, a buen seguro, se multiplicará. De hecho, los acuerdos que iba a adoptar el gabinete, y que salió a explicitar, los reveló ella misma horas antes en varios tuits, lo que molestó a la bancada socialista, especialmente a la titular de Hacienda, María Jesús Montero.

El camino que emprende ahora la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo se propone activar al desmovilizado electorado progresista y reconciliarlo con la política, aunque bajo serias interrogantes. La principal atañe a cuál será el papel de Unidas Podemos, que tuerce el morro cada vez que se le interpela. Pero no es la única. Para empezar, ni siquiera Díaz, que se había dado un año para que cuaje su experimento, es capaz de asegurar sin fisuras que la amalgama de siglas que maneja acabe germinando en una lista electoral, probablemente porque aguarda a cuál será su acogida y a que se despeje el panorama que ha golpeado de lleno a algunas de sus protagonistas, entre ellas a Mónica Oltra y a Ada Colau, con sus respectivas imputaciones, aunque el caso de la alcaldesa de Barcelona ha quedado archivado.

Pero además necesita que calen en la ciudadanía sus intenciones: involucrarla en “una gran conversación” que construya sociedad en torno a unas problemáticas e intereses; y configurar un programa donde la calle se reconozca en la confección de un “proyecto de país”. Todo ello para frenar la ola reaccionaria que se avecina por la derecha. Para lograrlo no estaría de más que no se vislumbraran en el horizonte los desplantes que le hace quien fue uno de sus mejores compañeros de viaje, Pablo Iglesias, que la designó como sucesora en las urnas al frente de la formación morada en esos tiempos donde la transversalidad que esculpe la figura de la dirigente gallega chocaba frente al aparente radicalismo de la marca de los círculos. Curiosamente, si alguien necesita que Díaz salga airosa de esta aventura no es otro que Sánchez, a quien le interesa un grupo fuerte a su izquierda con el que sumar escaños sin que sean sustraídos de su bolsa de votantes si es que aspira a una reelección que se intuye complicada.

Una de sus últimas apariciones también sirvió para delimitar fronteras entre las dos facciones del Ejecutivo. “Tenemos derecho a saber qué ocurrió”, espetó sobre lo ocurrido en la valla de Melilla mientras su presidente se jactaba de que lo sucedido, la riada de muertos al calor del problema de la inmigración, fue un escenario “bien resuelto”. La ministra que responde a las denuncias al SEPE desde Twitter para dotar a su imagen de mayor proximidad, y sobresalientemente valorada por su desempeño en tiempos de pandemia en el ministerio más afectado –gracias sobre todo a su capacidad para sentar en torno a una mesa a sectores tan polarizados como el de los empresarios y los sindicatos–, tiene por delante una tarea ingente bajo el farol de su aureola.

La vía Mélenchon

Uno de los espejos donde puede proyectarse se halla en el método Mélenchon –le aconsejan en su entorno–, que huyó del cortoplacismo electoral en una singladura semejante a través de una gran consulta (El futuro en común) a partir de un trabajo previo de tormenta de ideas y de una reflexión de partida: la de no rendirse. Y eso que el líder de la izquierda francesa no hizo gala de una moderación a rajatabla para ganar votos por el centro, sino que apostó su eclosión a una proclama poderosa por la paz, contra la OTAN y la deriva neoliberal de la UE, y hasta se postuló con un programa partidario de romper con el capitalismo. Un auténtico proyecto constituyente que superaba la socialdemocracia clásica. Una reconstrucción proponiendo juego a la ofensiva y sin despejar balones fuera o avanzar desde la retaguardia. Un planteamiento valiente y transformador. Entre quienes se apunten al viaje con Díaz al frente tendrán que elaborar un diagnóstico compartido del contexto sociopolítico en el Estado español tras las graves secuelas de la crisis sanitaria y el conflicto bélico, que sume a Europa en depresión, para desde ahí armar un proyecto popular y plurinacional potente, saliendo del conformismo más institucional.

A la sobrada capacidad de gestión le tocará revestirse de nitidez con una propuesta desacomplejada y novedosa que no se subordine a ningún otro espacio, sino que concentre por sí misma una fuerza capaz de aglutinar sin provocar fricciones. Que no suene a recomposición. Y bajo el paraguas de unos principios: ampliar la democracia, democratizar la economía y desarrollar el Estado democrático y social de Derecho. Yolanda Díaz, ahora sí, se echa a la carretera.