Bilbao - Expresos de ETA, el IRA, el grupo unionista UVF y las Brigadas Rojas coinciden en que la autocrítica respecto al ejercicio de la violencia resulta fundamental de cara a avanzar hacia la convivencia. “Es necesario hacer una reflexión crítica de lo sucedido, no se puede pasar página sin más”, asegura la exdirigente de ETA Carmen Gisasola, para evitar que se repitan hechos del pasado. El testimonio de Gisasola, que salió en libertad en 2014 tras cumplir 24 años en prisión y que se erige en uno de los referentes de la vía Nanclares, es el núcleo del documental El valor de la autocrítica, que se proyectará esta tarde en Azkuna Zentroa como cierre de Zinexit, la Muestra de cine hacia la convivencia. “En la productora teníamos relación con Carmen, vimos que tenía un discurso, un mensaje”, explicaba ayer el director del filme, Karmelo Vivanco. El documental se completó, agregó, “buscando a gente de su misma condición pero de otros conflictos”, junto a testimonios como los de Josu Elespe, hijo de Froilán Elespe, asesinado por ETA en 2001, un experto en derecho y una catedrática de ética, entre otros.
Vivanco compareció en Bilbao junto a la directora de Víctimas y Derechos Humanos del Gobierno vasco, Monika Hernando, con motivo del estreno de El valor de la autocrítica. A lo largo de su hora aproximada de duración, Carmen Gisasola describe su trayectoria personal, las circunstancias que la llevaron a integrarse en ETA -“éramos jóvenes y nos creíamos revolucionarios”, señala- y los motivos que la hicieron rechazar la violencia. Explica que, una vez llegó a la dirección de la banda, “se me cayó el mito” ante su verdadera dimensión, y concluye que “lo único que hacíamos era alimentar al Estado”. Sitúa la ponencia Oldartzen de principios de los 90, en la que se insta a “atacar a gente con poco o ningún poder, como periodistas”, como “el verdadero principio del fin de ETA”. “La gente empezó a perder la confianza en ETA”, prosigue, y esta pasó de “cometer acciones a favor del pueblo” a perpetrarlas “a favor de la supervivencia de la organización”.
Con una silla como elemento conductor, una realización neutra y austera y la sobriedad como nota dominante en la escenografía -“es todo bastante crudo, no hay mucha parafernalia salvo las entrevistas y declaraciones”, expuso su director-, en el documental se suceden las opiniones de otros exactivistas, de ETA y grupos terroristas internacionales. No en vano, Carmen Gisasola asevera que, durante su estancia en prisión en Francia, contactó con otros presos del IRA y las Brigadas Rojas que ya tenían muy avanzado el paso de la lucha armada a la política, “algo que a nosotros ni se nos había pasado por la cabeza”. El también miembro de la vía Nanclares Andoni Alza, que cumplió 25 años de cárcel, confiesa que “la gota que colmó el vaso” fueron los asesinatos de Inaxio Uria e Isaías Carrasco, en este último caso “alguien cuyo único delito es que había sido concejal”. En una línea similar, Adriana Faranda, exmilitante de las Brigadas Rojas, dice que el asesinato de Aldo Moro supuso el fin de la organización, ya que “provocó niveles de reacción sin precedentes”. A ello se suman, “desde el punto de vista político”, las “discrepancias internas” que surgieron “hasta su desintegración”.
Ya en prisión, prosigue Faranda, “desmarcarse era duro” debido a las “limitaciones” en la “libertad de movimientos y la comunicación” entre los militantes contrarios a la violencia. Pero, toda vez que su reflexión se estaba imponiendo, solicitaron al Ministerio de Justicia la creación de “áreas homogéneas con presos críticos a la violencia”, lo que fue “de vital importancia para profundizar en su discurso”. En este juego de espejos, Carmen Gisasola recuerda la rapidez con la que se atendió su petición, junto a la de otros dos presos, para ser trasladados de la cárcel de Zaragoza a Langraitz. El contexto fueron las conversaciones de Loiola, en las que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero “ofreció la liberación de todos los presos” si se renunciaba a la violencia y se reconocía el daño causado. Pero “llegó el PP al Gobierno y se paró todo”, lamenta. Toda vez que el Ejecutivo de Mariano Rajoy no contemplaba la reinserción y la vía de los procesos de negociación “saltó por los aires”, a los reclusos “solo les quedaba atenerse a la vía legal”.
A estas experiencias se añade la de Josu Elespe, hijo de Froilán Elespe, asesinado por ETA en 2001, que resalta que la vía Nanclares “ayuda a la convivencia porque parte de personas que mataron y que han hecho la reflexión de que está mal y nunca debió ocurrir”, lo que dicho por ellos “tiene muchísimo más valor”.
Justicia restaurativa Mirando al conflicto de Irlanda del Norte, en el documental el exmiembro del grupo unionista Ulster Volunteer Force (UVF) Martin Snoddon, en libertad condicional tras pasar 15 años en prisión, afirma contundente que “la fuerza física en Irlanda no ha traído ningún cambio positivo”. Añade que “las cosas han cambiado no por el uso de la violencia, sino por el diálogo y la negociación”. En el bando contrario, Ronnie McCartney, también en libertad condicional después de 21 años en la cárcel por militar en el IRA, concluye que “hay otra forma de avanzar, y es con el diálogo”. Adriana Faranda describe la vía que ha emprendido: la justicia restaurativa, que consiste en “reconstruir las relaciones que se rompen y reconstruir a su vez un canal de relación con la sociedad”.