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"Si queremos ser dignos de esa redención y honrar a quien nos ha redimido, todos los españoles debemos hacer estas tres cosas: pensar como Franco, sentir como Franco y hablar como Franco, que, hablando, naturalmente, en el idioma nacional, ha impuesto la victoria".

Luis de Galisonga,

La Vanguardia Española (9-6-39)

AyER 1 de octubre se cumplieron 75 años del traspaso de poderes que la llamada Junta de Defensa Nacional hizo en Burgos a Francisco Franco, nombrado jefe del Estado español cuando la guerra estaba dando aún sus primeros pasos. En su discurso de aceptación, quedaron patentes el nacionalismo excluyente y el populismo paternalista del militar.

Horas más tarde, en una alocución en Radio Castilla, Franco dio una muestra más explícita de su tremendo pensamiento: "España se organiza dentro de un amplio concepto totalitario mediante aquellas instituciones nacionales que aseguren su totalidad, su unidad y continuidad", justificando "la implantación de los más severos principios de autoridad" con ínfulas de visionario mundial.

"Estoy seguro de que en esta tierra generosa, que vierte su sangre para que el mundo encuentre en España la solución a problemas complejos que están planteados más allá de sus fronteras, comprende su misión providencial y se da cuenta de la importancia de la página que está escribiendo en la Historia", añadió.

El dictador empleó y manipuló la lengua como instrumento de propagación de un fanatismo con ropaje divino. El 18 de julio de 1936 se había dirigido en un manifiesto "a cuantos sentís el santo nombre de España", a los que "habéis hecho profesión de servicio a la patria, a cuantos jurasteis defenderla de sus enemigos hasta perder la vida, la nación os llama a su defensa".

Comenzaba a desarrollar una constante de su narrativa ideológica, la del cinismo más impúdico: "Justicia, igualdad ante las leyes, ofrecemos. Paz y amor entre los españoles; libertad y fraternidad, exenta de libertinajes y tiranías"; "es España entera la que se levanta pidiendo paz, fraternidad y justicia"; "el espíritu de odio y venganza no tiene albergue en nuestro pecho".

El texto terminaba con un ¡Viva el honrado pueblo español! Tres días más tarde, el 21 de julio, mandó un telegrama en el que habló de "los verdaderos españoles".

En general, el Caudillo no solo tuvo el rostro pétreo de hablar de su España como "verdadera y suprema democracia" sino también como "la nación predilecta de Dios". "Nosotros no sólo tenemos la razón, sino que tenemos también a Dios con nosotros", afirmó en los años cuarenta.

"Nosotros luchamos por España. Ellos luchan contra España", dijo en el 36 justo antes de justificar a "cualquier precio" una sangría.

Iniciada la dictadura, y ya erigido en sumo sacerdote del nacionalcatolicismo en 1944, siguió recurriendo al pretexto moralizante para justificar la represión: "Si está universalmente aceptado que la sociedad castigue cuanto atente o destruya la vida temporal de los individuos, las sociedades católicas necesitan considerar también lo que directamente atente contra la vida eterna de sus miembros".

En este binomio nacionalcatólico se movía su esquematismo ideológico: Ese "¡en España se es católico o no se es nada", o ese revelador "dejaríamos de ser nacionalistas si cediéramos aunque fuera una sola pulgada de nuestro territorio", simbolizan parte de su discurso.

Como ultra que fue, Franco habló de "devolver" a los españoles su "fe", su "personalidad" y su "moral de pueblo independiente y victorioso". Pero para este propagado patriota, en España la "unidad" y la "disciplina" requerían "procedimientos" distintos que "en aquellos otros pueblos por carácter más propensos a la organización y a la obediencia", dado el "carácter peculiar de la raza española".

El sujeto era un cínico de tomo y lomo. Capaz en plena "santa guerra" de afirmar que luchaba "por la paz", que aspiraba a ser "el Caudillo de todos", y que en el futuro "no quería odios de ninguna clase". El mismo que habló en 1943 de "amar al prójimo como a nosotros mismos" y que criticó en 1945 a quienes, dijo, enfrentaban "a España contra España".

Léxico exaltador de la violencia La violencia se había presentado como "empresa sagrada" o "deber del patriotismo" en el manifiesto de la Junta Suprema Militar publicado el 20 de julio de 1936. "No hay redención sin sangre, y bendita mil veces la sangre que nos ha traído nuestra redención" dijo el Generalísimo diez años después.

Franco decía guiarse por "los principios del Evangelio" y a la vez veía en "la cruzada", una "operación quirúrgica", una guerra de "liberación" para volver a la "verdadera España". Terminada la guerra, sentenció que no había terminado "la lucha", y dejó esta frase para la historia: "No nos hagamos ilusiones, el capitalismo judaico que permitía la alianza del gran capital con el marxismo, que sabe tanto de pactos con la revolución antiespañola, no se extirpa en un día y aletea en el fondo de muchas conciencias".

Como buen salvapatrias, Franco sentenció que España estaba "en peligro de muerte", por lo que el verbo "defender" o el sustantivo "defensa" formaron parte de su retórica. En su paradójico lenguaje, la violencia, que se decía heredera de la de los Reyes Católicos, era para "suprimir las divisiones"; un instrumento de "unidad" y "cohesión", en otra demostración de cómo se puede llegar a retorcer el significado de las palabras.

Como su "paz", de la cual el ejército era "centinela". Y es que tras la guerra demandaba "vigilia tensa para que la Patria no se pierda", y para que quedase claro concretó: "Consideramos delictuoso (sic) cuanto vaya contra Dios o la moral cristiana, contra la Patria y contra lo social, ya que Dios, Patria y Justicia son los tres principios inconmovibles sobre que se basa nuestro Movimiento". Lo de la unidad pegó tan fuerte, que aun en la actualidad quedan impregnaciones tan llamativas como cuando a Rodríguez Zapatero se le acusa de "dividir a los españoles" con la denominada memoria histórica, o cuando en un ejemplo doméstico concreto, en 2010 UPN se negó a aprobar en Tudela una moción que pedía "apoyar la petición de la revisión y nulidad" del juicio a Miguel Hernández con el argumento de que "este tipo de actuaciones persigue volver a dividir a los españoles".

ManiqueÍsmo político En la mente de Franco, que reclamaba "fe ciega" en el 36, latía el maniqueísmo más excluyente, que otorgaba carta de naturalidad al asesinato a mansalva. "La guerra de España no es una cosa artificial: es la coronación de un proceso histórico, es la lucha de la Patria con la antipatria, de la unidad con la secesión, de la moral con el crimen, del espíritu contra el materialismo, y no tiene otra solución que el triunfo de los principios puros y eternos sobre los bastardos y antiespañoles", dijo en plena guerra.

De ahí que invocase "el sagrado nombre" de los muertos de su bando, "mártires", "héroes", "nuestros mejores". La "unidad sagrada de nuestra Patria" también refleja su pretensión de sacralizar su ideología. Otros adjetivos franquistas recurrentes fueron "eterno", o "glorioso". Durante cerca de cuarenta años mandó en España un militar que al comienzo de la posguerra veía la historia de la humanidad como "una constante y progresiva marcha en la limitación de su libertad", argumentando que "una máquina, cuanto más perfecta, menos huelgas admite".

Por eso, dijo en una ocasión a veteranos carlistas que su "pleito" era "por la causa de Dios, el pleito de los hombres que con fe combatían a la Enciclopedia". "Quizá el pecado principal de toda nuestra época haya sido el dejarnos contaminar del espíritu enciclopédico", aseguró en 1945. Sobre esa base, al sufragio universal lo llamó "sufragio inorgánico", y al "régimen liberal", "el más demoledor de los sistemas, incompatible con la unidad, la autoridad y la jerarquía". Eso sí, fue capaz de expresar su estima por la libertad, "pero compatible con el orden".

Cinismo Franco se erigió en intérprete de una falsa voluntad colectiva: "Un Gobierno firme y estable, capaz de imponer su voluntad al pueblo y capaz de regir al país, es todo lo que los españoles necesitan y desean". Y tan ancho, porque para su burdo y falaz etiquetado, como hemos visto, quien no era franquista era antiespañol o antipatriótico.

En su narrativa excluyente, las contradicciones y engaños son evidentes: "El carácter de cada región será respetado, pero sin perjuicio para la unidad nacional, que la queremos absoluta, con una sola lengua, el castellano, y una sola personalidad, la española", dijo en enero de 1938. "Desgraciado el que no sienta el dolor ajeno (...)", afirmó recién terminada la Guerra Civil.

Y en 1944, muy avanzada la Segunda Guerra Mundial, cuando pretendió transmutarse en un pacifista, aseguró: "No hay nada que pueda ya compensar los daños de una contienda. Esta es la única y provechosa lección. Antes se perdían y se ganaban las guerras; hoy lo que se pierden son las Patrias".

Y es que su cinismo era consustancial en su discurso: "Hacemos una España para todos", afirmaba en abril de 1939, y a renglón seguido continuaba: "Vengan a nuestro campo los que, arrepentidos de corazón, quieran colaborar a su grandeza; pero si ayer pecaron, no esperen les demos el espaldarazo mientras no se hayan redimido con sus obras". No tendrían demasiado que temer, porque según él "no se encontraría régimen tan justo, católico y humano como el establecido desde nuestro Movimiento para nuestros reclusos". Lo dijo en 1944, en plena represión.

Franco, el mismo que manifestó no haber tenido nunca interés por la política avisaba en 1943: "Nuestra política se basa en el derecho de nuestra Victoria".

Esa desfachatez institucionalizada, con un aparato propagandístico y educativo como el de su régimen, con el apoyo eclesial como suplemento, consiguió que prendiese en una amplísima capa de la sociedad el esperpento mental de la guerra para la paz, para que fuese la última y no se tuviese que repetir; la degeneración de hacer grande y ordenada España matando españoles; la violencia envuelta de energía y virilidad, o la falacia de Franco como providencial timonel...

Tamaña desvergüenza estatificada, como bien sabemos, no desapareció del todo con su muerte, porque si algo tiene el lenguaje es que perceptible o imperceptiblemente va dejando huellas en cada generación que cría a la siguiente, sin salir, como hemos comprobado este mismo año, de negaciones tan notorias como tristes de que lo suyo fuese una dictadura.