DEBUTÓ Pablo Berasaluze (Berriz, 1977) en el Municipal de Bergara. El vizcaino, con apenas 20 años, descorchó su vida como pelotari profesional en un frontón conocido desde niño. Pelotari hasta el tuétano, el berriztarra alumbró su vida hacia el frontón, tal y como hizo su aita, al que homenajea en cada partido portando su nombre en la camiseta, y su abuelo, Txikito de Mallabia. Pasó muchas horas correteando por los vestuarios de los frontones, también en Bergara, donde conoció siendo todavía un chaval inquieto a Panpi Ladutxe, que fue su referente, a Ladis Galarza, a Julián Retegi? A todos los primeros espadas. Su padre le llevaba de la mano y él, travieso, lo contemplaba todo como una esponja. En una conversación y cuestionado sobre la cantidad de horas que había pasado en una cancha, ni las recordaba. Tenía que multiplicar por toda su vida.

Debutó en Bergara el niño que solamente soñaba con el cuero. El que en Berriz salía corriendo para encontrar un hueco en el frontón y foguearse como chaval, jugando, inventando, innovando. Más aún cuando la pelota a mano no era lo que es ahora; porque han cambiado los tiempos, la televisión, la velocidad y los rigores físicos.

Buscó Pablo, con un andamiaje menos potente que sus adversarios, un emblema en el habilidoso Ladutxe, cuyo legado puede contemplarse también en otro exquisito como Yves Xala, que abandona también la pelota. Y tanto buscar, encontró una izquierda impenitente y un futuro brillante.

Debutó y en poco se puso a jugar estelares. En un año le llegó su primera final, la del Parejas, a la que llegó junto a Rubén Beloki en 1999. Pero se midieron contra Nagore y Errandonea. Era otra pelota. Perdieron 22-17 en Donostia. Fue el año de la división de las empresas por el golpe en la mesa de Aspe y ETB.

Le servía con lo que tenía al puntillero de Berriz, pero le llegó el durísimo golpe que fue el fallecimiento de su padre y el castillo de naipes se derrumbó. Una depresión evitó los fogonazos de un manista único, deudor de la pelota más creativa y visceral. Fueron años malos, de nada. El fin de una era.

Sin embargo, Pablo siempre ha contrariado al destino. Lo desafió con menos potencia que sus compañeros de generación escondiendo la pelota y lo hizo después, emergió a mediados de la primera década de los 2000 después de tres años con medicación y sin opciones.

Cuenta Hodei Beobide, uno de sus mejores amigos en la pelota, que “íbamos al Labrit y había más gente viendo el tercer partido que el anterior, porque Pablo les hacía vibrar”.

Todo pasó con esfuerzo. La fusión con Josetxu Areitio, botillero, preparador y hombre de confianza, le dio alas. Se vino arriba. Mejoró el físico y, sin medicación, subió como la espuma. Los veranos fueron sus mejores momentos. La unión con Begino marcó un antes y un después. Pelota espectáculo.

La consolidación trajo a Pablo la vuelta a los campeonatos y a las finales. En la del Parejas de 2013, con Albisu y mucha presión encima, se rompió el tendón de Aquiles y se instaló en el corazón de los pelotazales. Un gran tesoro. En la de 2015, con Zubieta, no pudieron.

También alcanzó las semifinales del Cuatro y Medio en 2012 tras levantar en la liguilla a Irujo un 1-10 y 4-14. Acabaron 22-21. Entretanto, sostuvo en sus manos la pelota a mano en Bizkaia. Fue su nigromante. No consiguió txapelas, pero su lucha y su coraje le hacen ídolo.