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Manos de hierro para forjar el oro

Mikel Urrutikoetxea saca fuerzas de flaqueza para la conquista de una txapela ante el asombro del frontón

Manos de hierro para forjar el oro

LAS grandes almas tienen voluntad; las débiles tan solo deseos. Ayer se vio de qué material está forjado el espíritu de Mikel Urrutikoetxea, el hombre al que tanto tiempo llamaron promesa y que ayer demostró que ya es realidad. Jugo con la fe de templarios, inquebrantable, casi tanto como las manos de hierro con las que forjó el oro de una final jugada en los Altos Hornos, entre la tensión y el suspense; una final de acero corten. Mikel, el hijo de Zaratamo, regresa a casa como un legionario volvía a Roma, erguida la frente y cuerpo y alma lacerados por las heridas y sudores propios de la batalla. No en vano, había tumbado a Aimar Olaizola, aquel a quien le llamaban el inconquistable. De esta final, con todos sus honores, hablarán en el futuro. Fue inolvidable.

Eran legión quienes dijeron que la grandeza de una final del Manomanista le quedaba grande a Mikel Urrutikoetxea, el invitado de piedra; el pelotari al que menospreció el dinero de salida (40 a 100 cantaban los momios, casi con la desgana de un viejo crooner en un crucero de lujo...), el aspirante que había entrado por la puerta de atrás a palacio. ¿Cómo era posible que ese advenedizo derrocase al rey?, pensaban muchos. Tantos, que las gradas del frontón no lucieron en todo su esplendor y en los corros previos se hablaba de una tarde desangelada. Qué poco sabíamos entonces...

Porque la final resultó ser una de las más emotivas que se recuerdan; un partido de mano donde nada fue según lo previsto. La puesta en escena de Mikel Urrutikoetxea advirtió que el hombre no llegaba presto a firmar los papeles sino autógrafos (lo acabó haciendo contra la pared, rodeado de los suyos, poco después de que le jaleasen, ya en la borrachera de la celebración, su decisión de colocarle la txapela a su tío José Mari, siempre tan cercano...), que vendería cara su piel. Mikel jugó de salida con el desparpajo de la juventud, con tanto que cometió un error: intentó el saque de la muerte con el 5-2 a su favor. Fue el único menosprecio que se permitió frente a un hombre de la talla de Aimar Olaizola. A mi espalda, una voz chisto: “¡Más en serio, Mikel!” Y pareció que le oyese.

Porque el partido, desde aquel 3-5 hasta el 8-10 entró en un toma y daca de fuego cruzado, un partido de tantos largos, duros, recios: tantos de roble. En el frontón eran testigos de todo ello el último campeón Manomanista de Bizkaia, Iñaki Gorostiza y Jesús García Ariño, grandes de esta tierra. Mikel caminaba a paso firme hacia sus dominios.

Ocurrió en el 8-11. Jugó entonces Urrutikoetxea como si fuese un hombre de piedra, rocoso, duro. Y ahí arrancó su larga cabalgada hacia el 8-17. El frontón cantaba el aleluya para la pelota vizcaina y entonaba el gori gori para Aimar con el 10-19 consiguiente. Parecía un hombre entregado. Solo lo parecía. En aquel entonces autoridades como Ohiane Agirregoitia, Ibon Areso, el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto; Josune Ariztondo, Ana Otadui o Maitane Leizaola entre otros; Marino Lejarreta, Koikili Lertxundi, Iñigo Camino, Jone Goiri, mujer manomanista; Peio Martínez de Eulate, Pedro Aurtenetxe, Valen Callejo, Ignacio Errandonea, Carlos Lasa, Etor Mendia; pelotaris de la talla de Miguel Gallastegi, Atano X, Atano XIII, Fernando Arretxe o Ladis Galarza entre otros; el director general de la Cámara de Comercio de Bilbao, Mikel Arieta-Araunabeña; Begoña González, el secretario de la junta directiva del Athletic, Javier Aldazabal; Nerea Etxegibel, Julio Bátiz, Edurne Alegría, el cocinero Karlos Arguiñano e Iñaki Azkorra entre otros pensaban que Mikel era el hombre pájaro, un pelotari que volaba hacia la gloria. Herido en su orgullo, Aimar desenfundó entonces su rabia y comenzó la reconquista. Uno, otro, y otro. Y otro más. Y así hasta el 19 iguales, hasta aquella pelota de Mikel que besó la piedra a centímetros del metal. Dos saques certeros, de halcón, hicieron el resto.