Duración 49:21.

Saques 7 de Martínez de Irujo por 7 de Asier Olaizola.

Pelotazos Se cruzaron 207 pelotazos a buena.

Tantos en juego 10 de Irujo por 8 de Olaizola I.

Errores 2 de Irujo por 5 de Olaizola I.

Marcador 2-0, 2-6, 3-9, 4-9, 4-17 y 22-17.

Incidencias Buena entrada en el Labrit. El dinero salió 100 a 20 por Irujo. Patxi Eugi ejerció de botillero de Juan y Aimar Olaizola hizo lo propio con su hermano Asier

bilbao. La leyendas contienen en su espina dorsal algo de ficción, de magia y de asombro, por eso escapan a la realidad, a su tozuda configuración. Juan Martínez de Irujo posee el perfil de los personajes de cuento, de los seres omnipotentes, todo es posible para el campeón. Sucede que el delantero de Ibero, a falta de señales que digan lo contrario, es de carne y hueso, goza y padece, sonríe y llora, incluso camina. No flota ni es un ser alado, ni tan siquiera un Ícaro mitológico, pero en el Labrit alcanzó la mayor de las condecoraciones, un lugar en la memoria colectiva, en la historia, y seguro en la leyenda, el lugar en el que lo imposible es nada. Desde ese lugar peterpanesco se impulsó a la inmortalidad Irujo porque no habrá en el futuro quien reniegue de su prodigiosa aventura después de vencer un reto de aspecto himalayesco: salir vivo del patíbulo sin gracia divina al hilvanar un memorable tacada de 18 tantos consecutivos para voltear a Asier Olaizola, desvencijado, desplomado tras el 17-4. Ahí se quedó varado el de Goizueta, con el ancla roñada, paralizado por el miedo a ganar y una pájara, ante el sobrio despegue de su oponente, que hizo cumbre desde el más inhóspito de los paisajes, en una escalada de extraordinario impacto, inopinada de punta a punta, que le llevó hasta la mecedora de la gloria.

Necesitó Juan de la heroica y del pulso firme -"he mantenido la cabeza fría y no me he ido del partido"- para someter al delantero de Goizueta, que se hamacó en la perfección durante un buen tramo del duelo. Fue fantástica la puesta en escena de Asier, con el saque afilado, la pegada fresca y la dejada retadora. Sobre semejante base, tremendamente sólida, Olaizola I desquició a Juan. Le pintó la cara con una derecha soberbia que superó Irujo, incapaz de imponer su estilo. Pocas veces se ha presenciado a Juan tan vacío, falto de chispa. Su pegada se quedó chata y Asier no hizo prisioneros. Manejó los tiempos de maravilla, gobernó con orden los resortes del partido y se postuló hacia un triunfo desde el sofá: 17-4. Sucedió que se le fue una derecha tratando de esquivar la defensa de Juan, atrincherado, y lo que podía haber sido un pequeñísimo desliz en la hoja de servicios de Asier, mutó de tal manera que se convirtió en la forja de una leyenda. "No quería volverle a dar el saque ni loco. No podía cometer errores". Así que Juan se anudó al trabajo, no se permitió ningún riesgo, ni tan siquiera una licencia y menos aún un error. Renunció a su manual de estilo, a su visceralidad hasta asomarse a un episodio histórico, de leyenda.