El día de la fiesta nacional francesa, la que rememora con el sentimiento patriótico encendido la toma de La Bastilla, se cumplen 90 años del fallecimiento de Francisco Cepeda. En el Tour la gloria y el drama comparten colchón.

En Mont-Dore, la montaña dorada, se fundió de dolor, una fragua de Vulcano que dejó la carrera a gatas. En el cansancio, en la letanía, en la saeta, sobresalió el vuelo ligero de Simon Yates, que se posó en la gloria desde las alas de la fuga.

Simon Yates festeja la victoria. Efe

De sus tripas surgió el nuevo líder, Ben Healy, un ciclista de culto, corazón y alma que festejó el logro con una sonrisa sincera entre su barba, bajo su casco de minero, observando por la pantalla el aterrizaje de Pogacar y Vingegaard, que cerraron el día dándose la mano tras medirse entre fogonozos y amagos por el Macizo Central en una jornada que destruyó a más de uno por dentro.

El esloveno lanzó una salva de honor en la subida final. Vingegaard reaccionó y se solapó al campeón del Mundo. Se agrietaron las máscaras de Evenepoel, Roglic, Jorgenson, Onley y Lipowitz, que regresaron al mismo plano justo cuando cayó el telón de una jornada estupenda que no acabará ni con el día de descanso.

El Macizo Central horadó los cuerpos, expuestos a un tratado de tortura. Se desconoce cómo amanecerán tras la tunda recibida en un territorio que vincula al ser humano con la metafísica. Cerca del más allá, lejos de la realidad.

Tadej Pogacar y Jonas Vingegaard se saludan a la conclusión de la etapa. Efe

Se corrieron mil carreras en una. Una experiencia mística que dejó en el pedestal del Tour a Healy, un corredor que si no existiera, sería bueno inventarlo. El irlandés, monumental su manera de competir y de entender el ciclismo, siempre valiente, refractario a la excusas, lidera la Grande Boucle con 29 segundos sobre Pogacar.

El esloveno gestiona la misma distancia respecto a Vingegaard, su gran rival, Evenepoel y Jorgenson el día que Vauquelin mostró las costuras. El nuevo héroe de Francia mostró las alas de cera. Ícaro. Nada que celebrar en la Francia ciclista.

Ben Healy, de amarillo. Efe

La desmemoria del Tour

En 1935, el Tour se vistió de luto. La fatalidad encontró a Francisco Cepeda. Era el 11 de julio. Séptima etapa de la carrera francesa que unía, a través de 229 kilómetros, Aix-Les Bains y Grenoble.

Después de coronar el colosal Galibier entre los mejores, Francisco Cepeda se lanzó en la bajada. Trazó el largo descenso a toda velocidad por Lautaret hacia Le Bourg d’Oisans.

En una curva maldita, Cepeda perdió el control de la bici y se estrelló. Tres días después del fatídico accidente, falleció en un hospital de Grenoble. Cepeda fue el primer ciclista que perdió la vida en el Tour, una trágica relación a la que se sumarían décadas después Tom Simpson (1967) y Fabio Casartelli (1995)

Nunca se esclareció el motivo del accidente que provocó su fallecimiento y el Tour miró hacia el otro lado. Extendió un velo de desconocimiento.

Álvaro Rey, sobrino-nieto de Cepeda, y Josu de la Maza hallaron en el archivo del juzgado de Grenoble el expediente de la investigación del accidente de la muerte de Cepeda y el lugar exacto de la caída, que ocurrió en Rioupéroux. Fue en una curva a la derecha. Un dibujo a lápiz de los de gendarmes ubicó perfectamente el lugar.

Algunos testigos presenciales aseguraron que dos vehículos estuvieron involucrados en el accidente de Cepeda. Otros, que no hubo ninguno.

La teoría oficial sostuvo que a consecuencia del calor las nuevas llantas de duraluminio fallaron –despegado el tubular– y provocaron el accidente. La caída y el golpe mortal de Cepeda.

Una etapa extraordinaria

Nueve décadas después, el Tour es ajeno a ese luctuoso recuerdo. Se enfocó en el Macizo Central, que orgulloso, retador, provocador y pendenciero, abrió las fauces del dragón. Escupió fuego el Tour en la tierra ardiente de los volcanes.

El Puy de Dôme, la montaña de los hombros de Anquetil y Pulidor, la que conquistó Julio Jiménez, observó desde su atalaya la autopsia del Tour.

La carrera entró en erupción desde el saludo al sol. Lava en los corazones y fuego en las piernas de las criaturas prodigiosas que corren sobre las brasas de infierno.

Pólvora y mecha corta para una jornada de ocho cotas, Loubeyrat, La Baraque, Charade, Berzet, Guéry, Croix Morand, Croix St. Robert y el remate en Le Mont-Dore.

La travesía era un castigo ejemplar, un muestrario repleto jadeos, de rostros penitentes, que son muecas de dolor en un Tour urgente, que envejece el organismo, que lo oxida sin clemencia. El calvario de un viaje al centro de la tierra, a los confines de uno mismo.

A Sivakov, uno de los hombres de Pogacar, se lo tragó el malestar, el organismo aullando clemencia, después de una salida en tromba que conformó una fuga de muchos, con Healy, O’Connor, Arensman o Simmons… Entre ellos, Campenaerts y Simon Yates.

El Visma prueba a Pogacar

El Visma se pintó la cara de guerra en un territorio hostil, guerrero, ni un palmo llamo, un vergel para los bandoleros y los asaltadores de caminos en sendas estrechas y sinuosas entre la vegetación. Un tablero ideal para la emboscadas. Una trinchera infinita a cielo descubierto.

El Visma trató de laminar a Pogacar. Efe

La fiesta, la algarabía y la fanfarria estaban en la afición y en la conmemoración de la grandeur. Rezaba el pelotón por el día de descanso, un milagro en medio de un Tour feroz, velocísimo.

Las cotas lijaron la moral y deshilacharon las esperanzas a medida que atacaban las piernas como las termitas a la madera. La escapada, repleta de virtuosos y buscavidas, ondeó la rebeldía y tomó vuelo con determinación para conformar un grupo salvaje que lideró la bravura de Healy, siempre ofensivo. Entre los jerarcas, Pogacar se cobijo entre sus enemigos.

Tour de Francia


Décima etapa

1. Simon Yates (Visma) 4h20:05

2. Thymen Arensman (Ineos) a 9’’

3. Ben Healy (Education First) a 31’’

4. Ben O’Connor (Jayco) a 49’’

5. Michael Storer (Tudor) a 1:23

6. Joseph Blackmore (Israel) a 3:57

7. Anders Johannessen (Uno-X) a 4:38

8. Lenny Martinez (Bahrain) a 4:51

95. Alex Aranburu (Cofidis) a 25:58

135. Ion Izagirre (Cofidis) a 35:56


General

1. Ben Healy (Education First) 37h41:49 

2. Tadej Pogacar (UAE) a 29’’

3. Remco Evenepoel (Soudal) a 1:29

3. Jonas Vingegaard (Visma) a 1:46

5. Matteo Jorgenson (Visma) a 2:05

6. Kévin Vauquelin (Arkéa) a 2:26

7. Oscar Onley (Picnic) a 3:24

8. Florian Lipowitz (Red Bull) a 3:34

67. Alex Aranburu (Cofidis) a 53:58

98. Ion Izagirre (Cofidis) a 1h06:43

Nadie más íntimo que Vingegaard. Al esloveno, aún con la melancolía del abandono de Almeida en la retina, le embargó la tristeza con el padecimiento de Sivakov, con máscara de tragedia griega y aspecto enfermizo. El UAE dispuso la contención como estrategia para amortiguar daños y a Politt y Wellens al mando.

Healy, rebelde con causa

Por delante, Healy, valiente, siempre dispuesto a otro asalto, alejado del cálculo porque es un ciclista a contracorriente, aferrado al romanticismo del camina o revienta, era el líder del momento seis cotas después en un fuga que iba quedándose en los huesos entre trallazos de desconfianza y los puñetazos del Macizo Central.

Healy, liderando la fuga. Efe

Un lugar para la agonía, una galería de retratos del tormento. El museo de los horrores. Restaba Croix St. Robert y el abordaje a Mont-Dore. Kuss asomó por vez primera en la carrera. Adam Yates posó de inmediato.

Guerra fría sobre suelo ardiente, recién asfaltado. Se medían palmo a palmo el Visma y el UAE, retándose entre radiografías de ambición. Lenguaje bélico en las entrañas del hexágono, en un laberinto de repechos que ahogaba voluntades. Se agitó el tablero de una guerra de guerrillas donde reinaba el temor a la implosión.

Vingegaard, soldado a Pogacar. Evenepoel y Roglic rodeando la trama, cada vez más cargada de electricidad. Las sacudidas delante dejaron a Healy, Arensman, Storer, O’Connor y Simon Yates. Simmons palideció, apalizado por una etapa sin consuelo.

Ataque de Simon Yates

En Croix St. Robert, Jorgenson se detapó por tercera vez. Pogacar le encapsuló. Colgados del esloveno, Vingegaard, Roglic, Lipowitz, Vauquelin… Mont-Dore reunió el duelo entre Simon Yates, Arensman y O’Connor, que se reservaron para la última cuesta. Nada que ver con el valeroso y derrochón Healy, que tiró de todos para perseguir su sueño.

El campeón del último Giro, ligero, pose de colibrí, que se camufló en la fuga para desatender los relevos, les descartó con ese estilo tan suyo, de excursionista entusiasta. Con un par de respingos, el inglés se llevó la gloria.

Pogacar y Vingegaard se respetaron hasta un nuevo duelo. Nadie lo celebró más que el loco irlandés, que tomó la Bastilla del Tour obnubilado por la fiebre amarilla. En el monte dorado, se hizo de oro. Rey de Francia. Larga vida a Healy.