etxarri-aranatz
trastean por un instante las manos de gigante de Aitor Zubieta en el teléfono móvil de pantalla táctil con la habilidad con la que sólo los jóvenes son capaces de palmear los cachivaches, inalcanzable para el resto. Extrae del archivo digital la imagen de una tortilla de patatas con jamón y queso de extraordinarias dimensiones, un tesoro. "Necesito cuarenta huevos para hacerla, no veas lo que cuesta darle la vuelta", dice el de Etxarri-Aranatz, cobijado en la sociedad gastronómica a la que pertenece de la curiosidad que ha agitado a su pueblo por su efervescente desembarco en la final del Campeonato de Parejas, en la que abotonará a Xala ante Gonzalez y Laskurain. "Está siendo un poco locura. Toda la gente te habla de la final, pero es bonito porque me animan mucho", destaca el navarro, que esquiva con una sonrisa perenne el frío con el que ha despertado el pueblo, al que le recorre un viento que acuchilla traicionero, un filo que el sol, vigoroso a media mañana, ciega.
La idea de un café con leche, con su reparador aroma, activa la conversación con Zubieta, brazos de Popeye los suyos, inmensos, al mando de la cafetera, gobernando la barra. "Ésta es una buena máquina, el café me sale bastante bien", dice Aitor, que sabe de los caprichos del oro negro. "Lo del café es un misterio, es algo muy sencillo, pero las diferencias entre unos y otros son enormes", reflexiona enfundado en una camiseta roja con una leyenda intimidadora abarcándole la espalda: Infernuaren hauspoa, el fuelle del infierno. "No sé, la he cogido por casa, creo que es de un grupo de música. Será de mi hermano Adur, tenemos la misma talla", aclara despreocupado Aitor mientras encamina su perfil pétreo de David de Miguel Ángel, a la cocina de la sociedad, su reino. "Me encanta cocinar. Desde pequeño, aunque no sé a que edad empecé exactamente", comenta empuñando los recuerdos de su casa, de los que sobresalen las mujeres de su vida: su madre, Ascen, su abuela Asunción y su tía Nati. "Es una pasada como cocinan las tres", apunta orgulloso de su árbol genealógico, de su vínculo.
También Luis, su padre, se maneja con soltura en los fogones. "Su especialidad es la paella, la mía es el gorrín al horno y también la tortilla de patata, pero me atrevo con todo. Nunca me ha dado pereza cocinar, me divierte. Suelo hacer los platos que cocina Arguiñano. Carlos es un crack, un showman, la cámara le quiere. Es mejor que Cristiano Ronaldo, je, je", reconoce Zubieta, -madridista confeso "más por incordiar que por otra cosa"-, que explica con entusiasmo que reformarán la cocina de la sociedad y cambiarán la parrilla "que no se suele utilizar mucho" por un gran horno con varias bandejas en el que se puede cocinar al mismo tiempo y que no mezcla los olores.
oskar lasa, su referente Antes de alistarse a la cofradía del delantal, Zubieta se cosió a la pelota, inevitable en Etxarri-Aranatz, un pueblo con paredes recias, de piedra, y en el que también meció y crió a Oskar Lasa, su ilustre vecino y guía, y de cuya vitrina cuelgan tres txapelas del Parejas. "Oskar y yo llevamos la escuela de pelota del pueblo. Le he admirado como pelotari. Él y Beloki han sido mis referencias, pero sobre todo, Oskar es un amigo y me da buenos consejos", concede Zubieta en las cercanías de la plaza del pueblo, a una veintena de pasos de la ikastola Andra Mari, de cuyo patio -una calle del pueblo cortada al tráfico por cadenas- el jolgorio, las voces del recreo, sortea el viento. Frente a los libros, el frontón. "Aquí todos sabemos jugar a pelota y cuando se juega al punto se anima todo el mundo, pequeños y mayores. Todo el que pasa puede jugar y lo hacen bien porque aquí la gente no sólo tiene afición sino que también maneja las posturas", despieza el de Etxarri-Aranatz, que compartió la afición por la mano con su hermano Adur. "Jugaba muchísimo, pero le faltaba físico y a los 17 años lo dejó porque le ganaban por el físico y porque empezó a estudiar FP. Fue dejarlo y al de unos meses pegó el estirón, pero ya no tenía ganas de jugar a pelota. De todas formas, todavía solemos echar partidillos y si quiero ganarle me tengo que esforzar, de lo contrario, es difícil".
Con Adur y el sentido aventurero que brujulea la infancia también descubrió los placeres del sedal en la "huerta del abuelo, que era madridista, igual que mi tío". A la tierra de labranza que Zubieta señala desde la terraza que reposa a los pies de la iglesia de Etxarri-Aranatz la refresca un pequeño río, el parque de atracciones de Aitor y Adur, algo así como un aquapark salvaje, sin artificios ni postizos, con vida y con un montón de peces que intentar atrapar. "En la familia nadie tenía afición a la pesca, pero nosotros, desde chiquitos, andábamos en el río", paladea el zaguero al que los ojos, grandes, expresivos, se le encienden de pura dicha, de feliz nostalgia. Aquella afición por la caña, el anzuelo, la espera y el sonido del agua, creció como lo hacen los ríos en el deshielo, cuando engordan su cauce hasta convertirse en una obsesión. "Lo nuestro por la pesca es una enfermedad", confiesa Zubieta, tamborileando los dedos, pellizcando al calendario para que se apresure, tome carrerilla y esprinte para abrir la veda. "Estoy deseando que llegue el día para ir a pescar. Es lo que más me gusta", dice Aitor y su mirada rastrea el paisaje que traza el horizonte en los dorsales de Etxarri-Aranatz, donde el pueblo trepa hacia la naturaleza. "Me gusta andar por el monte y la verdad es que aquí tenemos la posibilidad de hacerlo. Está cerca y es bueno para desconectar de la pelota, que es un deporte muy exigente, tanto física como mentalmente".
gran lector Para despejar la mente de la pelota, para aliviarla del sonido de la piedra cuando choca contra el muro, ese eco a veces ronco a veces estridente, pero cíclico, repetido miles de veces, Aitor Zubieta se sumerge en las aguas a dos tintas, en los libros, donde caben mil mundos, mil leguas submarinas. "Me gusta muchísimo leer. No tengo un género que me guste más que otro. Leo de todo", expone caminando hacia su casa. A mediodía, el hogar, de dos plantas, de aspecto acogedor, y en el que el Guernica de Picasso asoma en la entrada antes de encauzar las escaleras, está en silencio. "Mi madre habrá salido a hacer la compra", apunta Zubieta, que no tarda en recopilar una ristra de libros que le han enriquecido el espíritu en la cocina de casa, por la que se cuela una luz tenue, catedralicia. En ese rincón, en el que se respira paz, sobre la mesa de madera, y el alicatado blanco iluminando la estancia, han anidado los codos de Aitor durante años. "Es donde me gusta estudiar, donde mejor me concentro", radiografía el joven zaguero, a dos asignaturas de licenciarse como ingeniero técnico electrónico: "Hay que estar preparado para cuando la pelota se acabe". ´
"Me presenté en febrero y caí en las dos. Estudié más que nunca y no me funcionó. La próxima vez estudiaré como siempre, a última hora y seguro que apruebo. Je, je", indica. A palmo y medio de la cocina, late el salón, del que sobresalen un par de butacas orejudas "ideales para leer", puntualiza Zubieta, que muestra orgulloso el altar de la casa, una compilación de fotos familiares que cohabitan en un cuadro sin aparente orden, como los recuerdos, indisciplinados por únicos. En él desfila, en imágenes desordenadas de papel, la memoria, la biografía de los genes, el pretérito, el tiempo desde el que se impulsa el futuro.
en busca de amaiur Y el porvenir se llama Amaiur, el sobrino de Zubieta, que sale de la ikastola en unos minutos. "Bueno es hijo de primo, pero es como si fuera el sobrino. Voy a recogerlo para que vaya a casa a comer", avanza Aitor, que antes de alcanzar el centro escolar se encuentra con una amiga íntima de su abuela. "Suelen ver los partidos. Mi abuela pone velas y estampitas para que gane", dice Zubieta, que le planta dos besos y charlan durante un rato. La chiquillería, con los pulmones repletos de vitalidad, corre hacia la libertad. Es la 1.00. La hora de comer. Aitor avanza hacia la entrada de la ikastola y toma en brazos a Amaiur, al que le esperan unos macarrones con tomate. Una de sus pasiones. El viento amaina, engordan las nubes y se aleja Zubieta, que también tiene unas cuantas pasiones.