Rory McIlroy alcanzó su redención como golfista, saldó en el Masters la deuda que mantenía consigo mismo desde hace once años. El jugador norirlandés se llevó la chaqueta verde tras una jornada final agónica y se convirtió camino de los 36 años en el sexto golfista y primer europeo en ganar los cuatro grandes. Su nombre ya está al lado de figuras absolutamente legendarias de este deporte: Ben Hogan, Gene Sarazen, Gary Player, Jack Nicklaus y Tiger Woods. Y solo Nicklaus, Woods y McIlroy se han apuntado los cuatro majors y The Players.
Para ganar su primer major desde el British Open de 2014 McIlroy lo hizo a lo McIlroy en una jornada a ratos brillante y a ratos espectacular, en la que alternó golpes brillantes con errores de bulto y en la que estuvo cerca de desperdiciar, como en el US Open del año pasado, una ventaja clara, cuatro golpes a falta de nueve hoyos. Solo McIlroy podía imponerse pese a firmar dos dobles-bogeys en la ronda final del Masters, lo que habla de su calidad y su talento, pero también de esas ofuscaciones en las que ha caído muchas veces y que le han impedido lograr más majors de los cinco que tiene.
El domingo pudo manejar las circunstancias probablemente porque tuvo al público de su lado. Algo extraño ya que compartía el partido estelar con Bryson DeChambeau, un jugador que ha hecho crecer su popularidad pese al paso al LIV Golf. Pero McIlroy siempre se ha mostrado firme en defender los circuitos tradicionales y, por eso, todos quieren verle ganar en aquellos torneos que aún defienden la pureza del golf y que crean legados.
Ambos jugadores no se dirigieron la palabra en toda la jornada, cada uno a lo suyo, y esa batalla entre lo tradicional y lo moderno sobrevoló sobre el Augusta National, como lo hace en todos los majors, únicos torneos del año en que coinciden los mejores jugadores del mundo. DeChambeau, que llegó a ser líder al arrancar la vuelta coincidiendo con el primer fallo doble del norirlandés, acumuló errores y se descolgó. Cuando parecía que McIlroy tenía la situación bajo control, empezó a fallar y se sumó a la pelea otro nombre que añadió emotividad y drama a la cita. Justin Rose también es el favorito de muchos, un tipo que cae bien a todo el mundo por su caballerosa manera de estar y de comportarse dentro y fuera del campo.
Cuando el inglés de 45 años entregó un -11 que le hacía líder en la casa club, el Augusta National era ya un hervidero por una sucesión de acontecimientos y golpes inesperados que no se habían visto en años. Otro doble-bogey en el 13, tras fallar un approach muy sencillo, hizo revivir viejos fantasmas a McIlroy, que falló un putt en el 18 para ganar y se condenó a un play-off siempre imprevisible. En ese momento, las preferencias del numeroso público de Augusta estaban divididas, aceptaba de buen gusto al ganador porque había disfrutado como nunca. De nuevo en el 18, Rose pegó un buen segundo golpe, pero solo hizo par. McIlroy lo mejoró y convirtió desde un metro el golpe ganador. Todo lo que supuso ese desenlace para el golfista de Hollywood en cuanto a hacer justicia a su carrera lo tuvo de crueldad para el inglés, que ya perdió un play-off ante Sergio García en 2017 y sumo su cuarto segundo puesto en el Masters, segundo consecutivo en un major tras el que logró en el último British Open.
El primer grande del año se cerró con el número 1 del mundo, Scottie Scheffler, imponiendo la chaqueta verde al número 2. Mucho antes Jon Rahm había concluido su presencia en su novena Masters en el decimocuarto puesto que le permite escalar once puestos en el ranking mundial, del 80 al 69. El Augusta National tendrá que esperar otro año a la mejor versión del golfista de Barrika, que pese a jugar en progresión las cuatro rondas, pasó por el torneo como uno más. El PGA Championship de Quail Hollow el mes que viene puede devolverle al primer plano.