NO hay montañero, ni alpinista, ni esquiador italiano que no sepa quién es Antonio Gobbi. Nació en 1914, exactamente diez días ante del estallido de la Primera Guerra Mundial. Y, al igual que este conflicto bélico cambió para siempre la forma de interpretar el mundo; Gobbi también revolucionó la forma de entender la montaña. Por eso, para aquellos italianos despistados y para todos aquellos amantes de la aventura al otro lado del Mediterráneo, el BBK Mendi Film Bilbao-Bizkaia le realizará esta tarde (19.30 horas / Sala BBK) un homenaje en forma de película. Así, el estreno internacional de La Traccia di Toni –el rastro de Toni en italiano– servirá para conocer más y mejor la vida de un revolucionario. De un hombre que vivió y murió en la montaña y que en 56 años le dio tiempo a ser alpinista, porteador, guía de montaña, esquiador y uno de los emprendedores más innovadores de mediados del siglo pasado.

Y eso que no se acercó a la montaña hasta la adolescencia, cuando dejó de ser Antonio para convertirse en Toni. De hecho, su vínculo con las cumbres fue poco entendido por su familia, urbanita, de clase casi alta y con estudios esmerados. Sin embargo, en aquella época aproximarse siquiera a las laderas sí que era una verdadera hazaña y el irresistible encanto de la aventura pudo más que las plegarias que escuchaba de su madre cada vez que le veía marchar. Los Dolomitas fueron su bautizo y Los Alpes occidentales, su confirmación. Ni siquiera otra Guerra Mundial, esta vez la Segunda, le alejó de las montañas porque el bando de Benito Mussolini le mandó al Mont Blanc como instructor. Y le gustó tanto –su futura mujer Romilda Bertholier también tuvo algo que ver– que allí permaneció cuando llegó el armisticio. Se hizo primero porteador y después guía, pero nunca dejó de lado sus expediciones de alto nivel.

En los 40 sus logros más importantes fueron las tres ascensiones invernales de la arista sur de la Aiguille Noire de Peuterey (3.773 metros), la Cresta des Hirondelles en las Grandes Jorasses y una nueva ruta en los Cinco Dedos de Sassolungo. En los 50, protagonizó la primera ascensión del Grand Pilier d’Angle en el Mont Blanc (4.234 metros) y fue miembro de la expedición italiana a los Andes patagónicos. Ese fue su estreno en un avión y, aunque no era su primera vez a 5.000 pies de altura, nunca lo recordó con mucha tranquilidad. Un año después de eso, cuando cumplía 44 primaveras, Gobbi aprendió a nadar. Lo hizo en las aguas de El Cairo, de camino al deslumbrante Gasherbrum IV (7.925 metros), al que partió como líder adjunto de expedición. Fue entonces cuando el italiano sacó su encanto, influencia y determinación. Y, sobre todo, su capacidad de mando. Porque Gobbi no hizo cima, se sacrificó con el trabajo desde la sombra para que fueran Walter Bonatti y Carlo Mauri quienes alcanzaran la cumbre. Sin embargo, su labor fue engrandecida por unos medios que hicieron de esta hazaña un gran prestigio. Así, tras ello, Gobbi pasó a formar parte de los grandes grupos de montañismo de su época.

“Personalmente amaba y buscaba la montaña por un motivo: el miedo a envejecer, a presenciar la decadencia de mi cuerpo, como se ve la ladera inmaculada arruinada cuando llegan las hordas de turistas. Las montañas me ayudan a detener mi juventud”, dijo el italiano en más de una ocasión. Sin embargo, el tiempo no se detuvo y cuando su cuerpo le impidió seguir al más alto nivel, en las expediciones más ambiciosas, se centró en su verdadera profesión: guía de montaña. Muchos que le conocieron recalcaron que la mezcla entre mentalidad urbana y cultura montañera la que le convirtió en el padre del esquí de montaña profesional. Y es que, a diferencia de otros compañeros, Gobbi le otorgó un enfoque empresarial a su trabajo: fue el primero en crear un catálogo de ascensiones para sus clientes y de incluir el esquí en sus expediciones comerciales, lo que le permitió desarrollar nuevos itinerarios. Con sus Semanas Nacionales de Esquí de Alta Montaña llevó a sus clientes a Los Alpes, Groenlandia e incluso al Elbrus, monte situado en territorio soviético en plena Guerra Fría.

Su muerte

Cuando no estaba en la montaña, Gobbi daba conferencias o participaba en congresos. Fue un activo divulgador y uno de los miembros más destacados del Grupo de Alta Montaña francesa y del Club Alpino inglés. Así, la montaña le dio la vida, pero también se la quitó. Fue en 1970, después de encumbrar el Sassopiatto (2.955 metros) cuando una avalancha arrastró su cordada con otros cinco clientes y la lanzó por el acantilado.