Bilbao - Kim Poulsen saltó el ring de Miribilla bien acicalado, revestido con su túnica verde de seda, barba afeitada y pelo atusado. Estaba radiante. El danés llegó a Bilbao dispuesto a acabar con la racha de victorias de Kerman Lejarraga (12-0) y, de paso, sumar una cuña más a su trayectoria feliz (27 victorias y dos derrotas). Poulsen, con sus trazas de estudiante limpio y honesto, escondía cartas usadas bajo la manga: experiencia, movimiento de piernas y un cuerpo bien alisado, pulido en los mejores gimnasios del Viejo Continente. Además, bajo la reluciente bata ocultaba decenas de tatuajes, biografía de viejos infiernos, cartografías de un pasado reciente. De niño solo tenía la cara.
El púgil ya había desvelado su estrategia, calentando la cita con palabras huecas, movido quizá por su ansia de desquiciar al rival, a la sazón más joven e inexperto que él. Y veló sus miedos mientras veía cómo el frontón retumbaba con la llegada del boxeador local, aclamado por un público fiel y joven. Pactada a ocho asaltos, la pelea había levantado gran expectación, y el recinto de Miribilla registraba una entrada magnífica (cerca de 2.500 almas), cosa que empieza a ser habitual en un deporte que recupera bríos.
Desde el primer segundo, Lejarraga se mostró ambicioso y cauto a la vez; ambos contrincantes medían distancias y fuerzas. Por unos minutos (quizá dos), Poulsen fingió ser alguien que no es, es decir, un púgil más rápido y certero que su adversario, hasta que varios directos de izquierda de Lejarraga le sacaron de su sitio y conoció los matices del techo negro que arropaba el escenario. Poulsen sintió en sus morros el empuje de una izquierda hecha a sí misma, remendada y reforzada en el quirófano, mitad granito, mitad misil. El jab de Kerman causó estragos en la defensa del danés, que apenas pudo acercarse al de Morga. Sorpresa: además de pegar como una mula, el novato sabía boxear.
Una mano recta del vizcaino y un crotchet largo avanzaron la tormenta que se desataría en el segundo asalto. Poulsen se puso de rodillas y el árbitro le cantó los números correspondientes; el danés se rehizo pero su cara había cambiado de dueño: el chico guapo y fino que había llegado del frío estaba conociendo nuevos infiernos. “¡Au, au, au!”, coreaba el público en el descanso.
El segundo asalto apenas existió. Kerman porfiaba con el jab de izquierda y el danés reculaba, consciente de lo estéril que resulta practicar la esgrima con una excavadora. Mientras tanto, los aficionados se asomaban al perímetro del cuadrado, excitados por el alborozo del peligro y previendo el desenlace fatal. Poulsen ya sangraba de la nariz cuando el marrazo de Morga cerró una rápida serie con un directo fortísimo. Su rival parecía el temblor de una foto, el muñeco de sí mismo, y trataba de buscar escondites en un espacio que siempre se achica para los perros flacos. Lejarraga terminó con la agonía del escandinavo lanzándole un upper de libro. Desmadejado y acostado en la lona, el boxeador con hechuras de niño bueno no volvió a levantarse.
Kerman suma así su decimotercera victoria consecutiva en el terreno profesional y demanda ya lides de peso donde se pongan en juego cinturones y coronas. Esta pelea coloca al vizcaino en el top ten del Viejo Continente, y sus combates trascienden ya a lo deportivo para convertirse en un acontecimiento.