ME he prometido a mí mismo que no volveré a beber hasta después de los Juegos de Río... si es que alguna vez vuelvo a hacerlo. Es una decisión firme que he tomado. Si voy a volver a competir, necesito hacerlo de la manera correcta. ¿Si no me apetece una cerveza alguna vez cuando estoy en el patio de mi casa o en el campo de golf. Sí, lo admito, pero a mi carrera deportiva le queda un año y estoy dispuesto a sacrificarme”.

Con el epicentro de la natación mundial localizado en Kazán, Michael Phelps hablaba así el pasado miércoles desde San Antonio, donde estaba a punto de arrancar su concurso en los Nacionales de Estados Unidos. El destierro de la Bala de Baltimore -el deportista más laureado de la historia olímpica (posee un botín de 18 oros y 22 medallas), el nadador que tras Londres’12 decidió colgar el bañador “porque no me quedaban retos” para regresar en abril del pasado año- de la selección yankee para Kazán tuvo como causa su detención el pasado septiembre por conducir bajo los efectos del alcohol en Maryland, pero a un año de su último gran reto, los Juegos Olímpicos de Río, él también quería su dosis de protagonismo. “Hacía muchos años que no me veía tan en forma, quizás nunca”, amenazaba antes de tirarse al agua.

¿Exageraba Phelps? Puede ser. Pero lo único cierto es que sus palabras han recibido el respaldo de los hechos, pues en las tres pruebas que ha nadado hasta el momento en los Nacionales de San Antonio -100 y 200 mariposa y 200 estilos- no solo se ha llevado el oro, sino que sus registros han sido mejores que los cosechados en Kazán por los respectivos campeones mundiales y los más rápidos de cada disciplina en 2015. El de Baltimore arrancó su show en los 200 mariposa, donde logró un registro de 1:52,94, mejor que el 1:53,48 que le valió el oro a Laszlo Cseh. Pero su gran reto, sus ganas de dar un puñetazo sobre la mesa, se centraban en los 100 mariposa. Tras ganar el título mundial con una magnífica marca de 50,56, el sudafricano Chad le Clos no pudo resistir la tentación de acordarse de Phelps: “Estoy muy feliz de que Michael haya vuelto en plena forma. Ahora no podrá salir y decir ¡Oh, no he estado entrenando! y toda esa basura que ha estado soltando”. ¿La respuesta del depredador de Baltimore? Un estratosférico 50,45 mejorando el tiempo que le permitió ganar el oro en Londres’12, quedándose a solo 63 centésimas de su propia plusmarca mundial de la historia y firmando el segundo registro más rápido de todos los tiempos sin los bañadores impermeables ya prohibidos por la FINA. Y todo ello, además, con mensaje: “Se habla en la piscina”.

El tercer capítulo de la exhibición de Phelps en San Antonio -la pasada madrugada tenía previsto nadar también los 200 braza- aconteció en los 200 estilos, donde ganó con un 1:54,75, más de un segundo mejor que el 1:55,81 que le valió el oro en Kazán a su compatriota Ryan Lochte. Estos registros no hacen más que confirmar el hambre competitivo con el que el de Baltimore llegará a Río, donde se espera que compita en las tres pruebas en las que ha brillado en San Antonio y en alguno de los relevos. Y si alguien tiene dudas, ahí está Bob Bowman, su entrenador de toda la vida, para disiparlas: “Ya no me acuesto pensando qué Michael me encontraré la mañana siguiente. Eso no siempre ha sido así”.