bilbao. "No es decepción, al fin y al cabo, no ha sido un error mío. La mecánica, a veces, es impredecible. Así son las carreras". Era el verso frío, congelado, de Efrén Vázquez ante lo que bien pudiera ser un mar de "lamento", como definió la circunstancia su jefe del equipo LaGlisse, Jaime Fernández Avilés. El caso es que el piloto bilbaino asistía a la mejor posición de su vida para la salida de una carrera. Partía segundo en el Gran Premio de Francia, donde el pasado curso sumó uno de los cuatro podios que alberga su currículo. Los ingredientes eran de calidad para elaborar un plato excelente. La climatología quería ser compañera de viaje y la propuesta anticipada por el de Rekalde ante la cortina de agua era "con calma, terminar". Ahora son hipótesis.
Los motores se pusieron en marcha, los pistones masticaban durante la vuelta de calentamiento. En ese momento, la Honda de Efrén dijo basta. Un cable del sistema electrónico roto detuvo su máquina. La que no quiso arrancar después de un puente improvisado por sus mecánicos en el pasillo de garajes. Y es que ayer, el simple hecho de terminar la carrera, dio puntos. No hubo remedio. "No es una oportunidad perdida. Tampoco lo veía como la oportunidad de mi vida. Es simplemente una carrera más. Trabajaremos para que no vuelva a suceder, pero sabemos que somos competitivos", se consolaba Efrentxu, que abogaba por "tomárselo lo mejor posible", respirando una serena tranquilidad una vez superada la cuarta prueba del Mundial de Moto2.
la lluvia prima a rossi Para otros, cantidad, la historia se prolongó más que para Efrén, pero resultó con una final igual de infeliz. No en vano, de los 34 pilotos que tomaron la salida únicamente concluyeron la prueba 15, todos inmersos en la zona de puntos, y solo 9 dieron fin a la carrera en la misma vuelta que el vencedor, el local Louis Rossi, que aprovechó la criba establecida por la condiciones de mojado para verse campeón por primera vez. Khairuddin, Faubel, Oliveira, Viñales, todos ellos lideraron la carrera, pero solo Rossi se mantuvo en pie. La eliminación ajena y la inteligencia del francés rodaron de la mano. Tras él llegaron los también prudentes Moncayo y Rins.