bilbao

Recorre Cuba un halo de misticismo. Las calles de La Habana, populares, dicharacheras, se entremezclan con las sonrisas más apagadas de los discordantes con su situación. Fidel Castro, terrateniente para unos, libertario para otros, revolucionario fútil o ídolo de masas es la cara, el cuerpo y la mano que mece una islita perdida en el Caribe. Una islita marcada por el ritmo lento, como danzante, de sus habitantes, tan ahogados por la mezcla de humedad y calor como por los rigores económicos que pueblan el país: los culpables dependen de quien los mire. Una islita dibujada tras un muro intangible que le rodea, construido por los estadounidenses, los enemigos del estado cubano.

Lejos, muy lejos: Iparralde. Frío en invierno, calor en verano. Las Landas se alzan largas, anchas, dibujadas sobre la rectitud de un mapa. Trazos planos para unas cunetas llenas de árboles altos, muy altos. Poco más de 7.500 kilómetros separan las dos fotografías. La primera en América; la segunda, en Europa. La primera bañada por el mar Caribe; la segunda, por el Cantábrico. Entre medias: el vasto océano Atlántico con sus 82.400.000 kilómetros cuadrados. Y la unión entre tanta distancia es la pelota.

Este pegamento especial de la pelota ya lo vivió Waltari Agustí en Iparralde, también las mieles del éxito, porque es uno de los manistas más destacados dentro del panorama del trinquete de la zona. Es el caribeño el dueño del machete, el delantero correoso, el rival insoportable: por pegada, por físico. Dicen de él que utiliza las técnicas del béisbol, tan presente en la Isla, para golpear el cuero con una violencia inusitada. Su golpe, su furia, sus detalles técnicos llegaron, incluso, a abrirle un hueco en Aspe para debutar -dentro de lo éxotico, el pelotari mexicano Fernando Momo Medina, largirucho que jugó con Asegarce- pero sus manos no aguantaban el traqueteo de las pelotas de pared izquierda, tan duras que castigan. Pero Waltari, cuyo pasado pelotazale comienza en Cuba pero se desarrolla cuando toma tierra en el Mundial de Iruñea de 2002, porque fue cuando se precipitó su futuro: escape y exilio; después, a Iparralde a jugar; poco más tarde, el dominio de la especialidad. Triunfó y triunfa.

En octubre de 2010, pasado el caluroso verano, mientras en Pau las selecciones se concentraban para disputar el Mundial de pelota, la larga sombra de Waltari volvió a aparecer. De nuevo, la selección cubana, en las primeras jornadas de disputa del campeonato, observaba cómo dos de sus integrantes, un manista y un paletista, desaparecían sin dejar rastro bajo ese halo de misticismo que bate las alas en La Habana. La organización, el 4 de octubre, dos días después de que los hechos se desarrollaran, daba cuenta de la desaparición, nunca deserción, de sus pelotaris.

Ahí quedó todo.

vuelta a las canchas "Llevaba veinte años en la selección, con muchos resultados internacionales, y en todo ese tiempo no me solucionaron lo prometido". Resonaron las palabras en Madrid. Eran de Alejandro Quesada, Papapa, manista cubano, uno de los desaparecidos en Pau. Se lo contó al Diario de Cuba. Apenas habían pasado unos días y el pelotari, quien había triunfado en los anteriores Mundiales -siempre en el trinkete- con un palmarés extenso que abarca un bronce en los Juegos Olímpicos de Barcelona'92, una medalla de plata en el Mundial de México'98, oro y plata en el Mundial de Iruñea'02, en el que Waltari dejó la capital navarra para marcharse a Miami, y un bronce más en México'06. También contó al medio afincado en Madrid el cubano, de 38 años y dilatada experiencia, que su casa se "caía a cachos" y que tenía que andar "veinte kilómetros" al día para entrenar. Además, aderezaba Papapa lo difícil de su decisión al dejar en su país natal a dos hijas: una de 10 y otra de 12 años.

Pelote Passion, promotora pelotazale, 222 días después de abandonar Pau, es el cobijo en el que el cubano ha encontrado refugio. Ayer reapareció. Y no podía ser de otra manera: junto al incombustible Waltari. No en vano, como explica Christophe Dardy, "Agustí es el que le lleva". En definitiva, su padrino pelotazale, su compatriota, su amigo en tierras extrañas alejadas del calor de Cuba y de la familia. El partido lo disputaron frente a Lamure y Sorhaitz, en la cancha de Mamisèle à Saubrigues. 222 días después, gracias a Pelote Passion, Papapa, legendario, inconmensurable figura en el trinkete, reaparece tras un viaje kilométrico y homérico con las sandalias llenas de esperanzas. Y con la aparición de Quesada, resuenan los ecos antiguos de 2002, cuando Alejandro y Waltari, bajo el influjo de Cuba, se llevaron el título en el Mundial de Parejas. El presente de Papapa está en Iparralde, su pasado, atrás, desde hace 222 días. A más de 7.500 kilómetros. Al otro lado del charco.