bilbao. Nadal lucha hoy por lo inaudito: entronizado en Roland Garros, Wimbledon y el Abierto de Estados Unidos, el mallorquín está a un paso de coronar su año mágico con el Masters. Eso, inaudito.
De donde nadie ha llegado antes le separa el muro Federer, sigiloso, elegante y efectivo en Londres, donde ayer se deshizo con frialdad de Novak Djokovic -6-1 y 6-4-, desdibujado y ausente el serbio, lastrado por su problema en el ojo derecho.
Más apasionado fue el encontronazo del mallorquín con Andy Murray, local y agasajado, serio, paciente, determinado en el saque, huidizo de la derecha desgarradora de Nadal, lo que le otorgó un segundo set salvador después de que el español se anotara el primero en el filo, 7-6 en el tie break, tras un decálogo de servicio impoluto y certero, cualidad pretérita del escocés -20 aces ayer- y depurada por Nadal, obstinado, perfeccionista, sabedor de que sus posibilidades en pista dura pasaban por ese aro.
Así, el tercer set, definitivo, a vida o muerte, se convirtió en una tortura. Un desafío al límite. A la capacidad física que se resquebraja cuando Nadal siente la pierna derecha agarrotada, como un palo; cuando Murray se reboza de dolor sobre el cemento azul del O2, la ingle dolorida tras más de tres horas de martirio. Ya no es una cuestión de músculo, sino de cabeza. De cabezas duras. De testarudos. En esa dimensión Nadal es imbatible. Sobre la cuerda floja, 4-1 por debajo en el tie-break del tercero, el mallorquín no renuncia, discute con el dolor, gestiona la presión, se saca un golpe desesperado, y luego otro, y más tarde uno más, raquetazos como puños que repele Murray, sufridor, heroico, hasta que cae definitivamente, rendido a la evidencia, postrado ante el tenis absoluto, físico y mental, de Nadal, que hoy ante Federer lucha, "cansado", por lo inaudito.