Uno de los temas que mayores controversias suscita en el momento actual es la cuestión migratoria, objeto de agudas polémicas y que, a no dudar, va a ser uno de los asuntos que va a seguir teniendo una presencia muy destacada en el debate público en los próximos años. Se trata, además, de una cuestión que no tiene trazas de que vaya a ser pasajera ni a perder vigencia con el paso del tiempo sino que, por el contrario, lo mas previsible es que vaya a ocupar un lugar cada vez mas determinante en el escenario político en el futuro próximo. Por otra parte, no hay que ignorar que la cuestión migratoria constituye en el momento presente un factor cuya incidencia en el desarrollo del proceso político, tanto a escala estatal como autonómica y europea, es determinante para definir las posiciones y el papel de todas las formaciones políticas.
Interesa llamar la atención, al abordar la cuestión migratoria, sobre el carácter estructural que presenta en nuestras actuales sociedades y, asimismo, sobre la dimensión que tiene hoy en día el fenómeno migratorio; en primer lugar, por lo que se refiere al marco en el que se produce la recepción de los flujos migratorios, que sobrepasa ampliamente el marco estatal y asimismo el autonómico abarcando, por lo que a nosotros respecta, el de la Unión Europea, de la que formamos parte integrante; y también por lo que se refiere a la procedencia diversa y heterogénea de los flujos migratorios, que en nuestro caso junto a la tradicional procedencia latinoamericana se ha ampliado recientemente (y previsiblemente lo va a seguir haciendo) con la procedente de los países árabes, en particular del Magreb por razones de proximidad geográfica, así como de los países integrantes del hasta ahora desconocido mundo del África subsahariana.
En este marco general se hace mas necesario que nunca, y en cualquier caso más que en ninguna otra época anterior, articular políticas migratorias desde los poderes públicos para poder hacer frente de forma ordenada y sin improvisaciones a una realidad como la de las migraciones, que ya forma parte de nuestra propia vida social. Si bien es preciso advertir que las políticas a llevar a cabo, en este ámbito como en todos, han de afrontar la realidad, en este caso la migratoria, tal cual es, sin desfiguraciones interesadas y sin pretensiones de amoldarla a nuestras conveniencias; lo que además suele resultar inútil ya que la realidad de los hechos siempre acaba imponiéndose.
Conviene tener presente estas premisas a la hora de plantear las políticas migratorias porque se están haciendo propuestas que independientemente de la valoración que pueda hacerse de ellas desde la perspectiva humanitaria (que, dicho sea de paso, siempre debe estar presente por mas que no falten quienes se ufanen de esgrimir la (des)calificación de buenismo) tienen el problema de ser completamente inútiles. Es lo que está ocurriendo en el ámbito europeo con las medidas que vienen adoptándose para proteger la seguridad de la fortaleza europea frente al asalto de las hordas migrantes procedentes del sur. Y es también lo que ocurre en relación con las propuestas que el primer partido de la oposición, el PP, ha hecho públicas recientemente con el fin de seleccionar al ‘buen inmigrante’ merecedor del visado para así poder ser aceptado en el Estado que le acoge.
En este sentido y por lo que se refiere a esta última propuesta, objeto de estas líneas, la primera consideración que cabe realizar hace referencia a los criterios selectivos que la inspiran, dirigidos ante todo a hallar el ‘buen migrante’, que previa acumulación de los puntos necesarios de acuerdo con los méritos preestablecidos por las autoridades del país receptor, se haría acreedor a la obtención del visado -visado por puntos es la denominación con la que conoce la propuesta-. De esta forma, según afirman sus promotores, se conseguiría ordenar y encauzar la inmigración sin necesidad de recurrir, como ha venido ocurriendo hasta ahora, a sucesivas regularizaciones masivas, que entre otras consecuencias negativas han contribuido a estimular el efecto llamada.
Independientemente de cuales pudieran ser los criterios de selección para determinar el buen inmigrante (que serían muy polémicos y los que hemos conocido son mas que discutibles), lo que hay que tener presente es que a las corrientes migratorias, sobre todo cuando adquieren una cierta magnitud como es el caso, les son de muy difícil aplicación los criterios selectivos. Éstos podrán ser aplicados a un sector muy reducido del flujo migratorio, lo que no solucionaría el problema; pero el grueso de la población migrante, y muy especialmente sus sectores menos cualificados que son precisamente los que se pretende excluir con la aplicación de los criterios selectivos escapan por completo a esta modalidad de encuadramiento clasificatorio.
Además de dudosamente asumible desde una perspectiva humanitaria, basada en el respeto de los derechos para todos, también los no nacionales, resulta asimismo completamente inútil desde el punto de vista práctico asentar la política migratoria en la pretensión de seleccionar a los buenos inmigrantes, con el fin de evitar que se nos cuele la morralla migrante no deseada. No resulta nada creíble que quienes deciden abandonar su lugar de origen y arriesgar su propia vida (lo que en este caso no es ninguna licencia retórica) para buscar unas condiciones mejores, vayan a renunciar a sus objetivos ante la agravación de los obstáculos para poder sumar los puntos suficientes que posibiliten la obtención del visado.
No hay que olvidar que las migraciones son un fenómeno que, bajo distintas formas, ha existido siempre y, sin ninguna duda, va a seguir existiendo; probablemente con intensidad creciente en los próximos años y décadas. En el momento actual los flujos migratorios procedentes del continente africano, y en particular de los países árabes y subsaharianos que parece ser a los que van dirigidas las medidas selectivas, no van a dejar de reproducirse sin que vaya a impedirlo el establecimiento de un sistema de puntos mas gravoso para dificultar la obtención del premio del visado por el buen migrante que se haya hecho acreedor a él.
Esta polémica ha coincidido con otra relacionada con este mismo tema como es la relativa a las regularizaciones, que recientemente ha recobrado actualidad como consecuencia de la discusión en torno al impasse de la tramitación (estancada en este momento) de la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) sobre la regularización de alrededor de medio millón de inmigrantes en situación irregular. Hay que puntualizar que en este caso la cuestión no es si se admite o no a este contingente migrante, puesto que ya están entre nosotros realizando trabajos -cuidado de mayores, servicios domésticos, construcción, labores agrarias, pesqueras…- que nosotros no queremos, sino que se trata simplemente de reconocer legalmente lo ya existente. Lo que tanto desde el punto de vista jurídico como práctico parece de sentido común.
Tanto el visado para el buen migrante como la no regularización de los migrantes ya existentes -los buenos y los que no tan buenos- son medidas que lejos de aportar soluciones a la cuestión migratoria solo contribuyen a crear mas problemas de los ya existentes. En el primer caso porque las medidas proyectadas para la obtención del visado no tienen aplicación real y efectiva en contingentes migrantes impermeables a los criterios selectivos que se pretenden aplicar. Y en el caso de la no regularización porque negarse a dar reconocimiento legal a los inmigrantes que ya están entre nosotros solo puede conducir a crear limbos jurídicos cuyo principal efecto no es otro que complicar más las cosas.
Una observación final para concluir. La cuestión migratoria es hoy, y lo va a ser cada vez mas en los próximos años, un factor cuya incidencia en el proceso político, tanto a escala autonómica como estatal y europea -en los EE.UU. Trump ha hecho ya de este tema uno de sus principales caballos de batalla- va a ser determinante (ya lo está siendo). En este marco, una de las tareas prioritarias ha de ser la de establecer las bases de una política migratoria que, como premisa de partida, tenga en cuenta la realidad del fenómeno migratorio tal cual es si se quiere que las medidas que se adopten en este terreno sean realmente efectivas; y que, en todo momento, tenga como guía el respeto y la garantía de los derechos fundamentales de todos lo inmigrantes independientemente de su procedencia y de sus plurales identidades culturales.
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