Me parece bien que los medios de comunicación no se olviden de Gaza, lo contrario sería como echar un poco más de tierra encima de las innumerables fosas en las que descansa una lista innumerable de personas muertas de una manera tan brutal. Desconozco si ese mal llamado Acuerdo de Paz va a resolver un problema histórico tan complejo, aunque espero que, al menos, se pueda aliviar algo el sufrimiento de este pueblo palestino tan martirizado.

En este contexto, hay tres imágenes que sobrevuelan constantemente mis pensamientos, una y otra vez. La primera imagen es la de el Coro de los esclavos hebreos en la ópera Nabucco, de Verdi: Va, pensiero, sull’ali dorate, donde se manifiesta la nostalgia de los hebreos, que estaban cautivos en Babilonia y recordaban su patria. El rey Nabucodonosor II reinó más de cuarenta años en el siglo VI a. C. Mantuvo un extenso imperio en torno a Babilonia, hoy Irak, destruyó el templo de Jerusalén y deportó a Babilonia a las principales clases dirigentes. En la Biblia el salmo 137 dice: Junto a los ríos de Babilonia/nos sentábamos/a llorar, lo que inspiró a numerosos artistas, y especialmente a Verdi, que musicalizó el texto de Temistocle Solera en 1842. 

Me he permitido reproducir parte del canto, cambiando solamente dos palabras, precisamente porque uno sigue teniendo en la mente que no todos los miembros del pueblo judío son sionistas y que pueden ser sensibles ante quienes viven la misma situación que ha sufrido el pueblo judío en otros tiempos: Va Pensiero... Vuela, pensamiento, (…)/Saluda a las riberas del Jordán/y a las torres derruidas de Sion (Gaza)./¡Oh, patria mía,/hermosa y perdida!/¡Oh, recuerdo querido y fatal!/Arpa de oro/de los fatídicos profetas,/¿por qué cuelgas silenciosa del sauce?/¡Reaviva en nuestros pechos/el recuerdo de tiempos pasados!/Entona un triste lamento/que recuerde el trágico destino/de Jerusalén (Gaza)/o que el Señor te inspire un canto/que infunda virtud/a todo aquel que padece. Y confío en que innumerables personas sensibles al sufrimiento humano escuchen en silencio las diferentes versiones que se conocen de este tema, porque también hay algo de espiritualidad en estos tiempos que parecen tan adversos. Los italianos de la época de Verdi lo utilizaron como un canto de resistencia y liberación nacionalista contra la opresión austríaca, aunque hoy, algunos, cantan en sus calles: Esta mañana me he levantado/O bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao…, pero agitando banderas palestinas, como está sucediendo en muchos lugares del mundo. Y eso es también algo muy significativo del contexto en el que se desarrollan los hechos en relación a la situación del pueblo palestino.

También, al visualizar las diversas flotillas que surcan el Mediterráneo para intentar llegar a Gaza, en una manifestación simbólica, que, además, es apoyada por una multitud de manifestaciones en todo el mundo, he recordado la escena, estupendamente presentada, de la película Gandhi en la Marcha de la Sal. El Mahatma Gandhi había caminado más de trescientos kilómetros, con cientos de seguidores, para denunciar el monopolio británico sobre las minas de sal de la India. Cuando el poeta y activista Sarojini Naidu lideraba un grupo de manifestantes hacia las salinas de Dharasana, la policía británica golpeó a manifestantes pacíficos, y dos personas murieron. En ese momento, el imperio británico se sintió moralmente desacreditado, y la India inició un nuevo rumbo, pero la situación inspiró a millones de pacifistas para confiar en la eficacia de la no violencia.

Las flotillas de la libertad a Gaza no pueden ser comparables con esta marcha, pero las similitudes son muy reconocibles y aceptables. Hay movimientos que no sólo despiertan al mundo respecto al genocidio de Gaza, sino que en el fondo cuestionan la militarización de la sociedad, y una desorganización del mundo que gira en torno a la brutalidad de la fuerza y los ataques a la democracia de quienes monopolizan la economía. En este momento, es algo que va más allá, porque Gaza puede ser la punta de un iceberg que despierta. Y numerosas personas, también jóvenes, que parecían hibernar en la indiferencia, están movilizándose en las calles con la perspectiva de que esto no se va a acabar aquí. Las flotillas significan un verdadero desafío simbólico de desobediencia civil frente a quienes tienen el monopolio de la violencia en un territorio martirizado. No deja de ser significativo que un nieto de Nelson Mandela se encuentre en una flotilla quien, por cierto, tuvo como constante referencia al ideario y al activismo de Gandhi. Martin Luther King, que lideró el movimiento de derechos civiles en Estados Unidos, también bebió en la fuente de inspiración de Gandhi. Su “sueño” de una sociedad igualitaria no solo fue una petición de justicia, sino una invitación a combatir el odio con el poder de la resistencia pacífica.

Otra escena que uno quiere resaltar en este contexto se produce casi al final de la película La lista de Schindler, con la banda sonora de John Williams y el violinista Itzhak Perlman, que interpretó el tema principal. Se trata del momento en el que Schindler llora y se pregunta si podría haber hecho más, si podría haber salvado a algún judío más y, en una escena entrañable, llora, lo que supone siempre un interrogante universal después de que hemos estado viendo en directo la masacre de Gaza: “Yo podía haber hecho más”. De todas formas, a uno le sigue entristeciendo la escena de los judíos, saliendo del campo de concentración, caminando desconcertados, sin protección, mientras la banda sonora reproduce Yerushalayim Shel Zahav (Jerusalén de oro), escrita por la cantautora israelí Naomi Shemer. La melodía está basada en la canción vasca, Pello Joxepe. Esta canción tan bella dice así: El aire de la montaña es claro/como el vino/y el olor de los pinos/llevado por el viento del atardecer/con el sonido de las campanas./(…)/Hemos regresado a los pozos de agua/al mercado y la plaza,/(…)/Y en las cuevas en la roca/miles de soles brillan,/bajaremos nuevamente al Mar Muerto/por el camino de Jericó./Jerusalén de oro,/de cobre y de la luz,/de todas sus canciones/yo soy violín./Pero al venir hoy a cantarte/y a adornarte con coronas,/soy el menor de tus hijos/y el último de tus poetas./Porque tu nombre quemaría los labios/como el beso de un ángel,/si te olvidase, Jerusalén,/llena de oro./Jerusalén de oro,/de cobre y de la luz,/de todas sus canciones/yo soy violín.

Y uno se permite cambiar la imagen entrañable de aquellos judíos caminando, desangelados, quizás hacia Jerusalén, sí, mientras quienes lo protagonizan son gazatíes que desean dirigirse hacia una Jerusalén con dos capitalidades, dividida en dos estados, pero sin saber aún cómo dirigirse, ni qué camino tomar, con la misma música de fondo: Yerushalayim Shel Zahav; porque sigue habiendo dudas de si podrán salir de ese extenso campo de concentración llamado Gaza, bombardeado durante tanto tiempo. ¿Hay quien llora preguntándose si podría haber hecho más, si podemos hacer más?

Aun así, y en coherencia con ese talante cuyo único bando es el de los derechos humanos, nos permitimos reproducir el poema del palestino Yasser Jamil Fayad: El fin del odio que plantaste/¡Fuiste tú! ¡Yo sé que fuiste tú!/Me impediste nacer/en la casa de mis antepasados/de robustas piedras/con viñedo al fondo./En vez de eso,/una tienda de la Cruz Roja./Me robaste la infancia./Yo sé… Juegos inocentes/en los jardines de la casa/de mis abuelos paternos en Haifa./Me usurpaste los desayunos,/la mesa abundante de cariño/en la casa de mis abuelos maternos/en Hebrón. En vez de eso,/el hambre que nos hacía ver el sol/y la luna como platos de comida./¡Fuiste tú! ¡Yo sé que fuiste tú!/Mataste mi adolescencia/por las calles de Tulkarm./Tú me arrancaste el derecho/de vivir libre en mi país,/de ir a la escuela/como todos los niños,/de caminar por los mercados,/de conversar con mis amigos./¡Y a cuántos de ellos/me impediste conocer! ¡Fuiste tú! Destruiste mi amor por la mujer/que debería haber conocido,/aquélla con quien me casaría./Me robaste la alegría/de tener en Palestina a mis hijos./En vez de eso, ¡tú… sí, tú!/en los incontables lugares del exilio a que me lanzaste de país en país, de casa en casa,/me negaste el hogar./¡Fuiste tú! ¡Yo sé que fuiste tú!/Confinaste a mis padres/a vivir en el eterno deseo/de retornar al pasado/- dulces memorias -,/tiempo libre de su existencia/en nuestras tierras./Asesinaste a mis hermanos/que no nacieron/por la miseria de los campos/de refugiados./Mataste a los que nacieron/y lucharon contra ti./Tantas veces tú/quisiste destruirnos,/deseaste nuestro fin,/nuestro debilitamiento./A pesar de todo, quiero que sepas: nuestros corazones van a vencer/el odio que plantaste…/Así, al día siguiente/¡que la Palestina esté libre de ti! 

Shalom en hebreo, Salam en árabe.