Hay titulares periodísticos que, más que reflejar la realidad de un hecho concreto, pretenden interpretar a modo de opinión sesgada un acontecimiento. Es decir, lo importante no es lo sucedido, sino lo que el periodista en cuestión, su redactor jefe o director, opinan al respecto.

El pasado miércoles, las administraciones central y vasca llegaban, por fin, al acuerdo para transferir a Euskadi las prestaciones por desempleo, completando el primer bloque de la gestión económica de la Seguridad Social. Tras más de cuarenta y cinco años de la aprobación en referéndum del Estatuto de Autonomía de Gernika, se cumplía una de las premisas previstas en dicha ley orgánica, tras negociaciones interminables que, una y otra vez, encallaron por la falta de voluntad política de los gobiernos de turno, no por la imposibilidad técnica o legal de acometer dicha asunción competencial.

Pues bien, sorprendentemente, El Correo llevaba a su portada un titular al respecto que literalmente decía: “Sánchez cede a Euskadi las prestaciones de desempleo para aplacar los recelos del PNV”. Hay que tener cuajo para llegar a la conclusión de que la aplicación de una normativa vulnerada durante decenios se ha resuelto porque el inquilino de la Moncloa haya decidido “premiar” a los nacionalistas para que éstos, socios parlamentarios del débil gobernante, no se mosqueen y le dejen en la estacada frente a la oposición feroz del PP.

Hay que tener cuajo, sí, y convertir el periodismo en una tribuna de opinión –legítima, pero subjetiva a todas luces– que, según los principios comunicativos básicos, siempre debiera ser contemplada por separado respecto a la información y nunca mezclada con ella, para no inducir a manipulaciones tendenciosas.

Al parecer, lo de los “titulares interpretativos” está a la orden del día, y la intencionalidad de los mensajes no solo es aplicable a la falta de rigor deontológico de las redes sociales, sino también a los medios “tradicionales” que buscan no solo la verdad, sino la influencia sobre la opinión pública. ¡Qué lástima!

El lenguaje, las palabras, se han convertido en herramientas de combate. No ya los titulares periodísticos con vocación de influencia. Las simples definiciones están sirviendo para fomentar controversias y enfrentamientos lamentables que desacreditan a quienes las protagonizan.

Dice el diccionario de la RAE (Real Academia Española de la Lengua) que un “genocidio” es el “exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”. Se trata, por lo tanto, de la definición de una acción que implica una destrucción planificada de personas, de un grupo humano, por razón de características comunes, tales como la raza, la etnia, la religión, la política o la nacionalidad.

Si lo que viene desarrollando el gobierno de Israel en Gaza no puede denominarse “genocidio”, que venga Yahvé y lo vea. Dicho con todo el respeto, es una auténtica estupidez enzarzarse en una polémica semántica sobre si es una cosa u otra, cuando la triste realidad demuestra que, mientras se clarifica la idoneidad del término, centenares, miles de personas –ancianos, niños, jóvenes, mujeres y hombres de toda condición– están siendo asesinados impunemente por la fuerza bruta de un gobierno –el de Israel– cuyo máximo dirigente había prometido, el mismo día en el que Hamás perpetró su ataque terrorista en Israel (el 7 de octubre de 2023), que “al atacarnos, han cometido un error de proporciones históricas. Exigiremos un precio que ellos y los demás enemigos de Israel recordarán durante las próximas décadas”. Y concretó su amenaza un poco más: “todos los lugares desde los que opera Hamás se convertirán en ruinas”. La masacre humanitaria estaba prefijada. Se abrían, de par en par, las puertas del infierno.

Por eso, la destrucción, la barbarie, la tragedia humana son tan evidentes que discutir sobre semántica es una frivolidad asquerosa. Una frivolidad que debería anular por completo cualquier posibilidad de acceder a un puesto de responsabilidad pública de quien, como Núñez Feijóo, aspira en algún momento a gobernar. Por no hablar de sus “compañeros” madrileños, a quienes la barbarie humanitaria perpetrada en Gaza les resbala.

Lo es igualmente lavarse la conciencia con posiciones demagógicas que provocan ruido y un debate estéril de postureo y poco más. Demagogia de photocall y pañuelo al cuello.

Curiosa, cuando no insólita, es la posición de quien, ante este escenario en el que la tragedia se convierte en munición ideológica de propaganda, es capaz de poner a los manifestantes en la calle y, en paralelo, de sacar también a la intemperie a los policías que detendrán a esos manifestantes en su protesta. Eso solo lo puede hacer Pedro Sánchez, el prestidigitador de la Moncloa. Poniendo manifestantes y policías en la misma foto.

La acción política española sigue siendo lamentable. Y, de continuar por estos derroteros, nos conducirá, como bien ha señalado el lehendakari en su discurso de política general en el Parlamento Vasco, a unos años oscuros y difíciles para todos.

Pradales acudía a la Cámara Vasca en su primer test global tras quince meses de gobierno. Y tengo que decir que no defraudó. Es más, su intervención fue ordenada, clara, analítica y hasta autocrítica por momentos. Pasó revista a los primeros pasos dados por su gobierno, serenando el debate en Osakidetza, la Ertzaintza, el mundo educativo. Enumeró las incertidumbres que nos trae el mundo nuevo y los hitos que están cambiando el escenario, manifestando su vocación europeísta. Adelantó sus nuevos objetivos ante el calendario inmediato: la vivienda, la seguridad, el autogobierno (el presente y el futuro), la inmigración, el reto demográfico y el euskera.

Y prometió redoblar sus esfuerzos por reducir la burocratización de la Administración y disminuir las diferencias sociales existentes hoy en día en Euskadi. Dos ámbitos en los que reconoció no haber acertado.

Creo que fue uno de los mejores discursos que he podido escuchar en los últimos tiempos en el órgano legislativo del país. Diré más: Pradales me sorprendió gratamente al presentar ante el conjunto de la ciudadanía una nueva formulación que, en la política vasca (y en otras), no había escuchado. El lehendakari Pradales insistió en algo que ya apuntó en su intervención de designación. Dijo que quería hacer “política con sensibilidad emocional”.

El jueves, en Gasteiz, acuñó una nueva formulación: “política con alma”. “El bienestar –dijo Imanol Pradales– no debe entenderse únicamente en términos clásicos y materiales. Debe entenderse desde una mirada emocional y comunitaria”.

“Hoy se nos plantean preguntas que deberemos responder, por incómodas que sean. ¿Por qué en una sociedad del bienestar existe, entre determinados colectivos, una sensación de malestar y enfado permanente? ¿Por qué aumentan las depresiones, la ansiedad, las adicciones o el consumo de antidepresivos? ¿Por qué en una sociedad teóricamente más conectada hay cada vez más personas que se sienten solas?... El Gobierno no tiene todas las respuestas. Seguramente tampoco las tenga hoy nuestra sociedad en su conjunto. Pero tenemos una cosa clara: el Estado de bienestar no significa necesariamente ‘estar y sentirse bien’. Somos personas, somos vulnerables y no queremos esconder lo que somos. Debemos hacer la política con la cabeza, y también con el corazón. Con sensibilidad y alma”.

“El bienestar emocional debe ser parte del nuevo contrato social vasco, inspirar las políticas públicas, constituir una columna de nuestro Estado de bienestar. El bienestar no está en el individualismo. No es un selfie sino una foto de grupo”.

Observando el panorama general, con confrontación y conflictos en lo lejano y en lo cercano, el discurso de Pradales nos reconcilia con la política con mayúsculas. El ejercicio del poder no es solo cuestión de gestión, de acción, de desenvolvimiento de medidas. Es mucho más. Es escucha activa, permanecer atento al pulso de la gente, a sus inquietudes y sentimientos. Y el lehendakari demostró con sus palabras que gobierna mirando a los ojos de la gente.

El debate, por lo general, cumplió con las expectativas. La derecha popular insistió en su discurso telladista, fuera de lugar. La Izquierda Abertzale en su indefinición habitual, para no cometer errores de bulto. Así les va bien. Cantinfleando. “Sí, pero no. No, pero sí. Como si no”. Pero sin mojarse, por si acaso.

Y lo más llamativo, una vez más —ya no es una novedad—, la intervención de Andueza, que volvió a ser el líder de la oposición. La verdad es que no se entiende qué pretende el eibarrés con esa pose de distanciamiento de la política de coalición. ¿Notoriedad?