Hace escasas semanas que finalizó el Jaialdi 2025 y todavía hoy seguimos con la resaca de emociones que nos dejó un evento irrepetible. El eco mediático que, sobre todo en Euskadi, ha alcanzado el Jaialdi nos ahorra valoraciones y explicaciones ya suficientemente conocidas por la audiencia. Desde aquel lejano 1987 el Jaialdi ha alcanzado una dimensión que sus fundadores ni intuían ni esperaban.

Nuestra intención a la hora de escribir el articulo es otra y transciende la mera valoración del Jaialdi. Paralelo al Jaialdi se presentó el libro escrito por Iñaki Galdos que narra y analiza el impacto del primer programa de la Universidad de Boise en Oñati,

Han transcurrido cincuenta años y, precisamente, los que suscribimos el articulo somos hijos de aquel programa. Nos conocimos hace exactamente cincuenta años y la vida nos ha llevado a ser testigos y protagonistas de los enormes cambios que se han producido en las relaciones entre la diáspora y Euskadi. Sobre todo, como principal legado de este largo recorrido hay que subrayar que ha surgido un nuevo paradigma para entender y desarrollar la diáspora vasca. Por tanto, entendemos que existen razones de peso para compartir algunas reflexiones ante la apertura de un nuevo ciclo.

El programa de Boise-Oñati de 1974 tuvo entre otros muchos logros la virtud de romper con una imagen romantizada que sobre Euskadi existía en la diáspora. La mirada romántica por sí misma no es negativa, pero debe ser completada con bases reales y realistas. En este contexto debemos subrayar que desde aquel lejano 1974 cientos de vascos y vascas de la diáspora han conocido y experimentado la gran transformación que ha conocido Euskadi, que partía de una realidad gris y que hoy emerge como un país desarrollado y vanguardista.

Ese contacto constante con Euskadi es lo que explica también el indudable fortalecimiento de las políticas diaspóricas. Sin el desarrollo de las políticas económicas, industriales culturales, académicas, sociales y lingüísticas que han llevado a situarla como modelo de un pequeño país exitoso, difícilmente estaríamos hablando siquiera de la existencia de una política respecto a la diáspora. Esta es, por tanto, la primera conclusión clara; la solidez del país de origen, que cuenta con una agenda integrada, garantiza que la diáspora pueda desarrollar iniciativas como la del Jaialdi. Una debilitada Euskadi sería un mal presagio para el futuro de las diásporas y al papel que deben jugar. Ciertas tendencias escapistas que se vislumbran respecto al compromiso con la tierra de origen no son el mejor camino de cara a fortalecer la Euskadi global

El gran trabajo de difusión y organización realizado por la comunidad vasca de Boise ha logrado situar al Jaialdi como el gran evento que todo vasco y vasca debe conocer una vez en su vida. Salvando las diferencias, vendría a ser como la peregrinación a La Meca. Boise se ha convertido en nuestra particular Meca.

No cabe duda que la contribución de Boise es impagable, un tesoro que debemos preservar. Más allá de aportaciones de índole más tangible, su valor reside sobre todo en aquellos aspectos que posiblemente se han resentido a medida que se ha avanzado en la normalización y el desarrollo del país. Cierta pérdida de la pasión, el alma, la pertenencia de la comunidad y el derecho y la necesidad de la celebración se ve compensada en cierta manera y de manera temporal con eventos como el Jaialdi.

Es este, sin embargo, un fenómeno similar que acontece con otras diásporas que son el refugio nostálgico que nos ayuda a evadirnos de las rutinas y cotidianidades. Pero, al igual que señalábamos que la mirada excesivamente romantizada del país de origen distorsionaba la realidad, una aproximación idealizada de la diáspora nos puede llevar a conclusiones erróneas. No existen paraísos, ni en la diáspora ni en Euskadi. Fuera de la explosión festiva del Jaialdi, Boise y su comunidad vasca afrontan la rutina, la cotidianidad y la complejidad de los tiempos históricos que hoy vivimos al igual que el resto del mundo. La celebración es efímera y necesaria pero lo que verdaderamente da resultados es la solidez y la coherencia del día a día.

Como otras sociedades y países, Euskadi afronta una nueva época de retos y oportunidades sin que podamos obviar la complejidad del momento actual. En cualquier caso, todo apunta a pensar que estamos ante el final de un ciclo y ante el inicio de uno nuevo. En este contexto, hay que situar la necesidad de un nuevo relato que parta de un país que ha cambiado radicalmente y cuenta con una nueva fotografía de las diásporas. A las tradicionales y asentadas comunidades del exterior hay que sumarles una pluralidad de nuevas diásporas que obedecen a tipologías y circunstancias diversas. Y en esto hay que afinar mucho porque las respuestas ante las nuevas realidades deben ser diferentes

En este sentido es una buena noticia el anuncio del lehendakari de poner en marcha el proceso para impulsar la nueva ley de la diáspora. El Gobierno Vasco junto al resto de instituciones deben liderar el proceso porque a ellas corresponden por competencias y responsabilidad política. Pero ello no es óbice para recordar que el éxito de lo conseguido hasta el momento se ha basado en la multiplicidad de personas y relaciones de un lado y de otro lado del Atlántico que han levantado el esqueleto de las políticas diaspóricas.

La principal enseñanza que nos ha dejado el programa de Oñati es que, incluso antes de la irrupción de las instituciones, se habían tejido redes de amistades que hicieron posible alcanzar éxitos posteriores. Entre todas las formas de diplomacia pública la diplomacia de los ciudadanos y ciudadanas es la que prevalece como nuclear.

Hoy son muchas las instituciones involucradas en el fortalecimiento de las relaciones entre Euskadi y la diáspora; no son pocos los recursos humanos y económicos que se dedican a tal objeto y posiblemente habrá que reflexionar sobre un aumento en la provisión de tales recursos sin olvidarnos de la necesidad de ordenar el tráfico y evitar duplicidades que resten eficacia.

Pero ante todo debemos ser capaces de integrar a todas los voces y sensibilidades que forman parte del universo diaspórico,

Tenemos que entender y aceptar la pluralidad de las diásporas; hay miradas, vivencias y aproximaciones diversas ante una realidad no homogénea. En este contexto, también, ha llegado el momento de ampliar la agenda a ámbitos que serán clave en el futuro. Gales y otros países están desarrollando interesantes ensayos en integrar el fenómeno del deporte en las acciones a desarrollar junto y respecto a las diásporas

Pero, sobre todo, la pregunta clave que debemos plantearnos con honestidad es la siguiente: ¿Hasta dónde queremos llegar? o ¿hasta dónde podemos llegar? A lo largo de la historia, los anhelos respecto a la diáspora han navegado desde el maximalismo hasta el gradualismo pragmático. Las circunstancias varían y las coyunturas determinan prioridades, sin duda. Debemos ser conscientes de nuestras posibilidades, de nuestra dimensión, de los rasgos que caracterizan a nuestras diásporas, todas ellas validas y también de las radicales transformaciones que hoy se están produciendo en el mundo.

Los retos son inmensos pero tenemos como legado y enseñanza un exitoso camino trazado en las últimas décadas. Ahora toca adaptarse pero desechando esa idea tan en boga en nuestros días: Reiventing the weel no es la receta que necesitamos. El programa de Oñati que tantos frutos nos ha dado y del que tan orgullosos estamos es un faro del que debemos aprender desde la humildad.