Comulgar con ruedas de molino
El pasado sábado, cuando iba a comprar el pan, me encontré en la calle con una niñita vestida de princesa. La imagen era llamativa. La chiquilla, de apenas diez años, caminaba como si pisara huevos para no arrugar aquel vestido de fantasía que la envolvía. Junto a ella, me imagino que eran sus padres. Ella , una señora peripuesta, abría paso a su “cenicienta”. Y él, completamente desubicado, caminaba atropelladamente embotado en un traje y corbata que pegaba como a un Cristo dos pistolas.
La comitiva, a la que seguía unos pasos por detrás dos adolescentes desganados, caminaba hacia la iglesia. Hacía tiempo que no veía a unos protagonistas de una “primera comunión”. Tenía toda la lógica. Mayo, mes del ritual por antonomasia.
Cuando llegué a casa me puse a revolver en un álbum de fotos viejas. Y allí estaba. Era una composición en blanco y negro que siempre me había intrigado No porque apareciera yo de chaval con un traje ridículo de marinero sino que junto a mi imagen en trance aparecía un holograma de Cristo resucitado ofreciéndome una hostia, se supone que consagrada. Era el “recordatorio” de mi primera comunión.
La instantánea la había hecho Daniel, el fotógrafo , digamos “oficial” de Basauri, que tenía una tienda-estudio en la plaza Arizgoiti. Recuerdo que mi ama me llevó el ridículo traje de marinero, con su tafetán negro y todo. Pero con la singularidad de que los pantalones de aquel uniforme también eran cortos. Mari Tere me había advertido que si me manchaba aquel blanco impoluto, sacaría la zapatilla a pasear. Y yo, quizá por estar frente a frente con Dios, sin saberlo, o por temor a la reprimenda, cumplí con la limpieza.
Para poder hacer la primera comunión era necesario asistir a los cursos de la catequesis que se impartían en la trasera de la iglesia de San Pedro los viernes por la tarde. Las catequistas eran mujeres. Beatas que intentaban demostrarnos , por medio de su fe, aquello de que Dios es uno y trino. Una parábola que no entendí nunca, pero que estaba en el fundamento mismo de la religiosidad católica.
Aprovechando la convocatoria del año –había gran cantidad de chicos y chicas que querían comulgar– , me metieron en el “sacramento” cuando apenas contaba con seis años. La ceremonia se celebraría el 1 de mayo y como yo cumplía años
apenas una semana después, admitieron que con seis-casi siete primaveras, podía comulgar por primera vez.
Antes, debía confesarme. ¿Qué pecados podía tener un niño de seis años? Como algo tenía que decir al cura, me saqué de la faltriquera aquello de desobedecer a mi padre y mi madre. No era cierto ya que cualquiera no hacía caso a las indicaciones de Donato o Mari Tere. El principio de autoridad lo tenía muy asumido y sin traumas, pero para cumplir con las normas del confesor, tuve que inventarme las indicaciones contra el cuarto mandamiento. Una ligera penitencia, y prueba superada.
El día de los trabajadores, a primera hora, estaba ya en la parroquia. Allí estábamos ocupando los primeros bancos. Unos de marineritos, otras de princesas. Algún “reventado” de almirante, y unas pobres chicas de monjas. ¡Qué cuadrilla! Teníamos que haber ayunado dos horas antes de la liturgia, y allí fuimos, como si fuésemos a hacer una analítica de sangre. Según indicaciones, la hostia había que tragarla. No masticarla, porque era el “cuerpo de Cristo”. Dicho y hecho. Pero yo tuve la mala fortuna de que se me quedara pegada en el paladar. Pasé un rato malísimo. Me dieron hasta arcadas y pensaba que terminaría vomitando. Y lo peor de todo, aquella sensación me hizo pensar en que estaba siendo irrespetuoso con Dios y que mi impericia con la oblea me terminaría llevando al infierno. Después de un rato, la galleta se ablandó y pude tragarla superando el apuro.
Tras la misa, como era costumbre, tocaba visita a la familia. Abuelos, tíos… y en cada casa una pastita con mistela (así estoy yo) y una propina generosa. Yo no había visto hasta entonces tanto dinero junto, pero mi sentimiento de abundancia duró muy poco. En cuanto los billetes y monedas llegaban a los bolsillos de pantalón, la “banca” Mari Tere me hurgaba en la faltriquera y se guardaba todas las aportaciones económicas. “Es –decía– para que no las pierdas”. Y así, tras el peregrinaje casa a casa, llegamos a la celebración o el convite donde mis padres patrocinaron una jamada de hermandad. El “banquete” fue en un restaurante de Arrigorriaga, donde recuerdo que todo el mundo dijo que se comió muy bien. Comió y bebió.
Los “pequeños”, como era habitual , quitamos el hambre en mesa aparte, y una vez trasegado lo nuestro, nos “soltaron” a jugar en la calle. En la parte trasera del establecimiento, al otro lado de la plaza, había una especie de jardín con árboles y hierba. Y allí, el “marinerito” blanco perdió su inmaculado color.
La celebración religiosa evolucionó a un encuentro desenfadado y un tanto caótico. Se había pasado el límite de lo religioso a lo civil y la prueba de que aquello podía terminar como el rosario de la aurora, la puso el tío Javier ◘–el segundo hermano Amarika– con su desafinada versión de Jalisco, no te rajes , un síntoma inequívoco del “fin de fiesta”.
Creo recordar que todo fue a peor, y que hasta Donato, mi padre, tuvo un lapsus olvidándose dónde había aparcado el coche. Pero, a ciencia cierta no puedo asegurar si esa desubicación fue en este evento o en otro similar protagonizado por mis hermanos.
La “primera comunión” acabó con el traje de marinería multicolor por suciedad, inservible para otras ocasiones o protagonistas –a Dios gracias–.
La segunda, tercera y sucesivas comuniones perdieron todo el halo místico de la primera. ¿Sería que la hostia no era ya el Cuerpo de Cristo? Creo que no. La costumbre, el hábito hizo que perdiera interés por ese rito. Esa caída en la rutina debía ser generalizado y tal vez por eso, en poco tiempo, a los recién comulgados nos volvieron a citar un domingo. Y el Obispo, con sombrero y todo, nos hizo espabilar. ”En nombre del Obispo de Roma -nos citó frente a frente –para que te acuerdes de mí, ¡Toma!”. E inesperadamente nos daba un txalo en el carrillo. Lo llamaron “confirmación”.
Han pasado muchos años de aquello y, la pérdida de la conciencia y compromiso con los ritos católicos, están poniendo en cuestión estas celebraciones, al menos en las sociedades occidentales como la nuestra. Y lo que es más insólito, la mojigatería de hábitos consumistas ha llegado a instaurar el concepto “comuniones civiles” proclives a la celebración laica de tal festejo. Inaudito. Algo inexplicable e inentendible.
Inexplicable e inentendible resulta para algunos –también para quienes estamos ya fuera de la melé política– la estrategia de tensión que desde el Partido Socialista de Euskadi se está llevando a cabo en contra de la coalición y de su socio mayoritario, el PNV. En este caso han sido unas palabras inocuas del lehendakari sobre la inmigración las que han provocado la respuesta inentendible de la delegada del Gobierno, primero, y del Secretario General de los socialistas, después.
Marisol Garmendia, representante de Pedro Sánchez en Euskad, abandonó su papel institucional con sus declaraciones políticas en las que vinculaba la posición del Lehendakari y del PNV respecto a la inmigración con discursos “xenófobos” , “propios de la extrema derecha”. A Garmendia le asiste el derecho a la libre expresión, pero no puede olvidar su condición de representante de un gobierno con el que los nacionalistas vascos tienen comprometido su apoyo de cara a la estabilidad del Estado. De ahí la advertencia del PNV de “tomar nota” de las descalificaciones de la delegada de la Moncloa.
Tal apercibimiento, lógico de un socio del que se espera el apoyo, no fue bien acogido por Eneko Andueza, cuya reacción cabe calificarse de extemporánea e inentendible. No se puede comprender qué es lo que busca Andueza, qué pretende ganar para su formación cuestionando día sí y día también la actividad del Gobierno vasco. ¿No se siente identificado por el ejecutivo de coalición que preside Pradales? ¿Por qué poner en valor siempre la presunta diferencia? ¿Por qué no subrayar la gestión que protagonizan los suyos? ¿Qué busca, notoriedad?
Por primera vez Andueza ha verbalizado la posibilidad de una ruptura de la coalición hablando de “deslealtades”. ¿A quién beneficia tal despropósito, que hasta donde conozco, nadie contempla?
Más le vale a Andueza reposar un poco el ánimo y templar el nervio. Nadie pretende callarle, ni despreciar la aportación de su partido. Por eso debe recapacitar. Deje de dar munición a quienes pretenden horadar la firmeza y la cohesión de la coalición que entre todos hemos forjado y apoyado. No nos pida que le comprendamos. Hace tiempo que no comulgamos con ruedas de molino. Exmiembro del Euzkadi Buru Batzar de EAJ–PNV (2012–2025)