El término de estar en la “rueda del hámster” se usa cuando seguimos tomando de forma continuada las mismas decisiones. Y es que avanzado el comienzo de año, los propósitos que nos hemos hecho se van diluyendo y terminamos repitiendo nuestros comportamientos. ¿Por qué ocurre eso? ¿Qué podemos hacer?
En primer lugar, comprender nuestras limitaciones. Nuestro cerebro es vago por naturaleza. Busca gastar la menor energía posible. Un ejemplo lo ilustrará. Supongamos que nos planteamos ordenar el trastero o realizar todos los días unos cuantos ejercicios de gimnasia antes de ir a dormir. De manera inconsciente emplearemos más horas para realizar nuestras actividades habituales, lo que nos llevará a pensar que “no hemos tenido tiempo”. Es esa frase tan manida de “no me da la vida”. No es cierta. Todos tenemos el mismo presupuesto cada día: 24 horas. Muchas están ya dispuestas para dormir, trabajar o cubrir los asuntos relacionados con la familia. Se trata de elegir bien el resto de actividades a realizar y conocer en profundidad cuáles son nuestras preferencias temporales. Esa es la realidad.
Volviendo a las limitaciones, he seleccionado cinco. Uno, el autoengaño: cualquier excusa sirve para no esforzarnos. Dos, las personas de los que nos rodeamos: tendemos a ser como ellos. Para lo bueno y para lo malo. Tres, la inercia. Cuatro, la tecnología. Cuando no la usamos para hacernos la vida más fácil se convierte en adicción. Cinco, las falsas referencias vitales. Nos fiamos de influencers que muchas veces están pagados para convencer a otras personas para realizar unas compras determinadas o incentivar pensamientos teledirigidos.
En segundo lugar, ser conscientes de nuestros valores y pensamientos. Están basados en ideas con las que nos hemos empapado desde niños. Algunas son válidas e inmutables: respetar a los demás, buscar el desarrollo personal sostenible, adquirir conocimiento, cuidar el medio ambiente o mejorar nuestro entorno. Otros no tanto; a lo mejor nos han educado en un tipo de nacionalismo, pensamiento espiritual o ideología que no es tan segura. Nos debemos plantear su validez.
En tercer lugar, realizar una evaluación de la realidad respondiendo a diversas preguntas. ¿Hacemos lo que nos gusta hacer? Lo que nos pasa, ¿es lo que nos hubiera gustado que nos pasara? ¿Qué hacías en los momentos de tu vida en los que te sentías más realizado? ¿A quién admiras más y por qué? ¿Cómo te gustaría que te recordasen? ¿Desarrollo experiencias nuevas a menudo? ¿Sonrío o vivo como un autómata?
Llegamos al momento de aplicar convencimiento y determinación para pasar a la acción. Una acción, por pequeña que sea, vale más que mil palabras. Un avance continuado, por pequeño sea, nos permite alcanzar un círculo virtuoso.
Nuestras actividades serán más eficientes si tenemos en cuenta cinco instrumentos que modulan nuestro comportamiento. Uno, la neurociencia afectiva. Somos seres sintientes que piensan. La manera en la que vemos el exterior es, en realidad, como nos vemos a nosotros mismos. Así, podemos comprender que nuestro mal humor es debido a una situación de estrés familiar, lo que nos proporciona emociones. Si lo sabemos, nos modularnos. Dos, las inteligencias. Son de tipo mental, espiritual, emocional, física y social. La fusión de todas ellas, que deben trabajarse de forma autónoma, nos permite obtener la denominada inteligencia contextual. Muchas personas que comen de forma sana y equilibrada para no “inflamarse” terminan inflamados por pasar mucho tiempo en las redes sociales. Tres, el conocimiento de la epigenética. Hoy sabemos que el contexto en el que nos encontramos influye en la activación de unos genes determinados. Se trata de crear un entorno adecuado. Cuatro, el inconsciente. Tiene un peso en nuestra vida enorme, explicando las razones por las que hacemos las cosas que ni la razón ni la emoción entienden. Cinco, el control del sueño. Dormir bien es también una prioridad, siendo lo menos adecuado tomar fármacos debido a la dependencia que generan. Además, en algunos casos también aportan iatrogenia. Eso supone que el remedio (efectos secundarios) todavía es peor que la enfermedad (dormir mal). No se trata de no usar medicamentos, se trata de usarlos cuando son necesarios. Existen terapias cognitivo conductuales para el insomnio que han demostrado su validez.
Es razonable pensar que ya sabemos cómo salir de la rueda del hámster. Se trata de ser conscientes de que estamos metidos en ella, conocer las limitaciones o barreras que tenemos, usar unos instrumentos básicos fundamentales y pasar a la acción. Perfecto. Cada uno es quien debe pensar su camino adecuado. Sin embargo, hay una cuestión más profunda.
La rueda del hámster no solo está metida en nuestra vida cotidiana. Es un problema de gestores empresariales, políticos o instituciones sociales. Por eso se siguen aplicando soluciones antiguas para problemas nuevos. Y es que así es como definía Einstein la locura: “seguir haciendo lo mismo esperando resultados distintos”.