EL día 24 de octubre, como cada año, se conmemora en todo el mundo el Día Internacional contra el Cambio Climático. Esta celebración fue instaurada por Naciones Unidas para concienciar de los grandes daños que se están generando como consecuencia del cambio climático en todo el planeta, y, es, por tanto, una buena ocasión para analizar las políticas climáticas que se están implementando.

Cada crisis nos saca las vergüenzas, y la crisis climática con la que nos encontramos en la actualidad no iba a ser menos. Hemos vivido los meses del pasado verano con las temperaturas más altas de la historia desde que se tienen registros, y los estudios realizados por la comunidad científica nos dicen que esta va a ser la tónica de los próximos años.

La cuestión es que no será porque no había evidencia científica o porque no se lleva décadas alertando desde la comunidad científica, pero el cambio de modelo que lleva aparejada la transición ecológica necesita de muchos más empujones que lo que se han dado hasta ahora.

Las políticas de lucha contra el cambio climático se basan en ese doble pilar que, es la mitigación, que van dirigidas contra las causas que producen el cambio climático; y las de adaptación, cuyo objetivo persigue reducir o minimizar los efectos y los riesgos que conlleva los cambios del clima.

Las políticas de mitigación hasta la fecha han tenido más atención, a diferencia de las de adaptación. Sin embargo, hoy en día, son de primera necesidad. Nos adaptamos o morimos, aunque quizá esta frase sea demasiado fuerte. Pero no es para menos, porque, en los últimos años, a medida que el planeta se va calentando debido a la emisión de los gases de efectos invernadero, las víctimas por las olas de calor en Europa han ido en aumento. Concretamente, en el verano de 2022, ocasionaron 61.672 muertes prematuras en 35 países europeos, según un estudio que publicó el pasado 10 de julio Nature Medicine. Se trata de un 41% más de fallecimientos atribuidos a las altas temperaturas de media que en los veranos del periodo comprendido entre 2015 y 2021. Por mortalidad prematura atribuible al calor se entienden los fallecimientos que no se hubieran producido si la temperatura se hubiera quedado dentro de lo óptimo, según el citado estudio. 

Las olas de calor, según la publicación El Manual de Buenas Prácticas en Medidas Locales de Adaptación al Cambio Climático aplicables a Euskadi, de la Sociedad Pública de Gestión Ambiental Ihobe del Gobierno vasco, son períodos de al menos seis días en que la temperatura es cinco grados mayores que la media estacional para un período de control. Afectan en mayor medida al medio urbano, viéndose sus mayores consecuencias en el sector de la salud pública. El Panel Intergubernamental de Naciones Unidas (IPPC, en sus siglas en inglés), considera que el riesgo de ocurrencia de olas de calor en el futuro es alto y que la intensidad de las mismas puede ir en aumento, en particular para poblaciones urbanas vulnerables.

Para el intervalo de los años 2020-2050, según la publicación de Ihobe, en Euskadi se esperan olas de calor más largas y un ligero incremento de su frecuencia como consecuencia del aumento de las temperaturas extremas. Esto se traduciría en una a cuatro olas de calor por verano y una duración media de las mismas de 14 días aproximadamente.

La principal consecuencia del incremento del número de ocurrencias de este impacto, sería un aumento de la morbilidad y mortalidad poblacional por olas de calor. También se podría dar un incremento de los episodios agudos respiratorios, especialmente de las alergias. Por otro lado, el sector agropecuario podría verse afectado por este impacto, debido al estrés hídrico y al descenso de productividad de los cultivos que son fuente de alimento del ganado, como ya ha ocurrido este pasado verano.

En Euskadi, de la mano de la Sociedad Pública de Gestión Ambiental Ihobe, del departamento de Desarrollo Económico, Sostenibilidad y Medio Ambiente del Gobierno vasco, se viene trabajando en los últimos años en determinadas líneas de intervención para que el impacto climático sea el menor posible. En este sentido caben destacar los monográficos que va publicando Ihobe sobre buenas prácticas en medidas locales de adaptación al cambio climático aplicables en Euskadi, que en lo que respecta a las olas de calor, se pueden destacar la implementación de sistemas de alerta encaminados a evitar o minimizar los impactos económicos, materiales y humanos que se dan sobre una población vulnerable afectadas por eventos de carácter destructivo o extremos. En este sentido, los servicios sanitarios ocupan un lugar destacado en lo que a prevención e intervención del impacto de las olas de calor.

Otro aspecto importante de línea de actuación son las medidas encaminadas a incrementar la superficie de vegetación, de arbolado urbano, la diversificación de especies vegetales en un determinado lugar y restauración de espacios naturales, como tejados verdes, cubiertos de suelo y plantas; las restauraciones ecológicas, que persiguen la recuperación de los ecosistemas que han sido dañados para devolverles su funcionalidad original; y las medidas de aclimatación vegetal, cuyo objetivo es mejorar el microclima urbano y atenuar las condiciones climáticas extremas, por medio de la refrigeración a través de la creación de sombra y la evapotranspiración. En concreto, el reflejo de la luz solar por parte de las hojas reduce la temperatura en las zonas peatonales, mientras que la sombra protege a las personas contra el sol, especialmente durante los meses más calurosos.

Un capítulo importante también a mencionar son los Sistemas de Drenaje Urbano Sostenible (SUDS), que contribuyen a crear ciudades más respetuosas con el ciclo integral del agua y más en los tiempos de emergencia climática en que vivimos, al restaurar la situación previa a su proceso urbanizador, ayudando a ofrecer confort térmico, regulando el microclima local y bajando las temperaturas en días de calor gracias a la evapotranspiración a través de las plantas. Además, al captar el agua de lluvia permite usos posteriores, como es el riego de zonas verdes, el baldeo de calles y de esta forma no se utiliza agua potable y clorada, la recarga de acuíferos locales, etcétera, mejorando la disponibilidad de recursos hídricos en la época estival. 

En los próximos años vamos a seguir teniendo veranos de mucho calor, va a ir cambiando el régimen de precipitaciones, con menos lluvias, pero cuando se den van a ser más torrenciales, y la sequía ya está afectando a la vegetación, a la agricultura, a los bosques, y a las propias estaciones del año, que cada vez más se reducen al invierno y al verano.

No se puede seguir esperando, y poner en marcha políticas de adapt ación al cambio climático nos puede permitir vivir en las nuevas condiciones que hoy ya tiene el planeta Tierra. El cambio climático está aquí y sus impactos ya no son lejanos. Hay que realizar acciones de mitigación, pero la adaptación es fundamental. 

Experto en temas ambientales y Premio Nacional De Medio Ambiente