Un famoso aforismo de Upton Sinclair nos dice que “la parte más sensible del cuerpo humano es el bolsillo”. Ahora, sin embargo, la parte más sensible del cuerpo humano es el teléfono móvil. Múltiples líneas, artículos, libros y prácticamente enciclopedias se han escrito sobre este tema. De todas formas, merece la pena recordar tres ejemplos relacionados con una de las características que nos hace más humanos: la memoria. El primero, en Japón la memoria a corto plazo ha quedado bajo mínimos. Como consecuencia de ello, hacer una simple ruta de 100 metros entre calles puede ser una pesadilla. El segundo, la costumbre arraigada, a nivel social, de consultar el teléfono cuando salimos de un evento concreto. El efecto: se nos olvida lo que nos han contado. Eso es muy grave: puede que salgamos de una clase en la universidad, de una reunión de trabajo o de una conferencia sobre un tema que nos apasiona. El aspecto primordial que es asimilar los mensajes recibidos se nos va de la cabeza. El tercero, la costumbre de no memorizar debido a que “todo está en el móvil”. No sabemos números de teléfono, fechas de cumpleaños y lo justo recordamos que la capital de Francia es París. ¿Para qué aprender la de Mongolia? En resumidas cuentas, tareas que debería hacer nuestro cerebro se la traspasamos a nuestro “amigo” el teléfono. Nuestra memoria es cada vez menor, lo cual afecta de forma preocupante a nuestra creatividad.

Volvamos al tema principal: el bolsillo. Como seres vivos que somos necesitamos recursos para sobrevivir. La especialización total tiene muchas ventajas, en tanto nos permite disponer de una cantidad de bienes y servicios enorme: una cantidad que ni la persona más rica de todos los tiempos, Gengis Kan (1162-1227; su fortuna se estima, ajustada por inflación, en 94 trillones de dólares; le sigue Song Shenzong, que vivió entre 1048 y 1085, con 23 trillones de dólares), pudo soñar. Eso tiene una limitación: individualmente, nuestra capacidad de producir es muy limitada. Algo tan simple como preparar una tortilla de patata sería complicadísimo: quizás sea fácil recoger la patata del campo; preparar el aceite desde el olivo es más difícil. Si nos ponemos a criar gallinas para que den huevos o a preparar la instalación eléctrica que nos va a permitir cocinar la tortilla, apaga y vámonos.

El sistema económico es sencillo: nos especializamos en una actividad, se intercambia nuestro trabajo por dinero y a partir de ahí obtenemos los recursos que necesitamos en primer lugar para vivir y en segundo lugar como preferencias personales. En definitiva, el dinero es un medio que nos permite acceder a todos estos recursos y que por desgracia otorga una reputación sobrevalorada. La razón de ello merece ser explicada: todos los seres humanos tenemos múltiples características. ¿Cómo resumir todo? Con el dinero. ¿Es injusto? Sí. ¿Es limitado? Totalmente. ¿Es lo que hay? Definitivamente, sí. De la misma forma se clasifican a los países: dividiendo el producto interior bruto (PIB) entre la población total. Más tienes, más vales. Así es como jerarquizamos a las personas y a las comunidades.

En algunos contextos nos cuesta admitir que hacemos algo por dinero. Es divertido ver cómo algunos futbolistas que van a jugar a la liga árabe (con unas temperaturas salvajes en campos de fútbol y escaso público en las gradas) dicen que lo hacen debido a que “es un reto fascinante y apasionante”. Si quieren una cultura nueva, que vayan a la liga de la Polinesia.

Claro que no es sólo el dinero presente: es la expectativa de obtenerlo en el futuro. En la actualidad se está tratando el tema de la amnistía para los políticos catalanes que han sido condenados en el procés catalán. El debate en el partido socialista es fascinante: los que ya tienen el futuro resuelto están en contra, sin embargo, aquellos cuyo puesto depende del resultado de la investidura están a favor. En realidad es un problema de la representatividad democrática: cada diputado, independientemente de su partido, es un soldado raso (eso sí, con un sueldo que no cobraría en ninguna otra ocupación profesional) que se limita a repetir las consignas que le han enviado a la mañana. No es objetivo de estas líneas tomar partido sobre una u otra opción: se trata de resaltar que dicho apoyo muchas veces depende, más que de las ideas, del bolsillo.

Desde luego que no todo es dinero: también están las emociones. El resentimiento o la venganza explican muchos comportamientos humanos. Recomendación: “no tomes decisiones permanentes basadas en emociones temporales”. También están los valores personales. No podemos olvidar el caso de la cooperante catalana Emma Igual, asesinada recientemente en Ucrania.

Conclusiones, dos. Uno: muchas opiniones, decisiones y comportamientos se explican por dinero. Dos, pese a todo, estamos más cerca de la felicidad viviendo en torno a unos valores personales sólidos y claros que buscando sólo el vil metal.

Profesor de Economía de la Conducta, UNED de Tudela