AFORTUNADAMENTE el tema que más se ha comentado esta Aste Nagusia ha sido el de los y las meonas. Digo afortunadamente porque en la pasada edición la preocupación la centraron los pinchazos que, muchas veces fruto de la sugestión, amargaron la noche a más de una joven. Y, el anterior, las violaciones grupales. No creo que en estas fiestas haya habido más gente meando en la calle, pero es cierto que en esta ocasión ni había que esperar largas colas para entrar en un urinario público ni los de los bares estaban cerrados, había txosnas que daban la oportunidad de utilizar sus váteres. Además, el Ayuntamiento ha instalado por la zona festiva muchos más urinarios portátiles. Dicho esto, que ya me parece argumento solvente para que la gente no mee en la calle, tampoco voy a obviar que a cualquiera pueden entrarle las prisas. Por eso, lo que realmente me ha sorprendido no es que la gente orine en la calle, sino que lo haga sin ningún tipo de pudor allí donde le cuadre. No he visto gente escondida detrás de contenedores ni coches. Tampoco apartadas o apartados del recinto evitando ser vistos. La gente meaba donde le venía bien e incluso tomándose su tiempo para ajustarse el cinturón o subirse la cremallera. Algunos se han creído con el derecho a encararse con quien les llamaba la atención. Yo a eso le llamo mear fuera del tiesto, por eso de convertir un acto incívico en casi un derecho.