NO se ponen de acuerdo las hemerotecas a la hora de determinar quién fue el primero en afirmar el aserto que hoy da título a este comentario. Sin embargo, todos coinciden en relacionarlo con dos expresidentes democristianos de la república italiana. Por un lado, Amintore Fanfani y por otro, Giulio Andreotti.

La expresión en cuestión es Manca finezza y viene a significar, vinculada a la política, una ausencia de finura, de comportamiento inteligente, sutileza en el trato, elegancia en la expresión, discreción y, sobre todo, sentido de la oportunidad y educación.

Ambos dirigentes italianos expresaron su opinión de manca finezza dirigida a España. Andreotti pronunció esa máxima en su primera visita a Madrid durante la transición. Cuestionado por los periodistas sobre la situación política española, el entonces jefe de gobierno italiano respondió con su astucia característica: “Manca finezza!”.

Fanfani tuvo la misma respuesta cuando el año 1978 recibió en el Quirinal a Felipe González. El legendario Condottiero de la política italiana encontró a un aspirante español de traje de pana, camisa a cuadros sin corbata y una cabellera de aceitunero altivo. Un líder en ciernes cuya imagen chirriaba frente al estilismo romano. Aquellos dirigentes crecidos en la democracia cristiana como poder emergente de una Italia posfascista y como antítesis del comunismo, echaban en falta de los españoles la finezza necesaria para el cambio

Más tarde, los acontecimientos y la historia pusieron también en su sitio a los expresivos italianos, cuya imagen de pulcritud fue borrada de un plumazo con la crisis de manos limpias, tangentópolis, las conexiones con la mafia y la corrupción generalizada. Así, al país de la elegancia de Brunelleschi, el ingenio de Leonardo o la sensibilidad de Puccini, llegarían la vulgaridad de las mamachicho o el bunga-bunga con personajes tan patéticos como Il Cavaliere, Beppe Grillo, Mateo Salvini, o la actual primera ministra Meloni. Finezza, no. Lo siguiente.

En España, pese a que sus dirigentes sustituyeron el traje de pana por el de alpaca, combinaron las corbatas con el color de sus ojos o abotonaron sus camisas con gemelos brillantes, se olvidaron totalmente de la sutileza y la mesura en las palabras de sus partidos.

No, no ha sido la finezza el valor que ha caracterizado la acción política en el Estado. Sobre todo, de un tiempo a esta parte, desde que apareciera en escena Vox y su retórica de Mario Puzo en El último Don. Todo parece limitarse a una lucha sin cuartel por el poder. Con silencios cómplices como la Omertá. Pero también con ataques y refriegas indisimuladas en las que el castigo es público y reivindicativo –como la confirmación mafiosa de la novela– o el juego sucio se oculta y solapa para dar apariencia de que la víctima ha sufrido un accidente –lo que Puzo denomina como una acción de “comunión”–.

La campaña que nos ha precedido, ha tenido tintes de trama de los Cleicuzio. Mucho juego subterráneo, mentira, desinformación, crispación, polarización, amenaza. Y muy poca propuesta, empatía, diálogo o negociación.

La experiencia ha resultado poco edificante. A la extraña temporalidad para la celebración de un proceso electoral, se le ha sumado ese clima insoportable de OK corral. Duelo al sol y sin reglas de juego. Consignas y medias verdades para sacudir mamporros al adversario. Ocurrencias e invenciones para alentar pasiones ocultas. Odios compulsivos, faltas de respeto, desinformaciones. Mentiras. Piadosas y malintencionadas. Burdas o creíbles. Política de brocha gorda. Sin matices. Maniquea. De buenos y malos. Malísimos.

En ese ambiente en el que se ha reclamado la respuesta emocional de la ciudadanía, poco espacio ha quedado para la racionalidad, la exposición propositiva o la matización. Pretender en un debate explicar la necesidad de compatibilizar, por ejemplo, la transición energética con el mantenimiento de los puestos de trabajo existentes, ha sido propósito de misión imposible. La brocha gorda achicaba el espacio. Una idea, una consigna incontestable y buenoide –luchar contra el cambio climático–, desbarataba cualquier intención de explicar la complejidad de un proceso de cambio que no podrá darse de la noche a la mañana y que pondrá en riesgo la estabilidad de sectores productivos básicos de notable impacto en el sostenimiento del empleo.

Intentar explicar algo tan relevante como esto en el fragor de un debate multipartito ha supuesto la etiqueta gratuita de defender los intereses económicos “del oligopolio eléctrico” o de optar a “las puertas giratorias” de las multinacionales energéticas. Es decir, recibir una coz de los dogmáticos que comunican relinchando.

El escaparate ha rebosado simpleza. “Conmigo? ¿O contra mí?”. Insultos: “¡Fatxa!”, “¡Filoterrorista!”. Amenazas, advertencias, descrédito, desprestigio. Y ocurrencias como la de prometer que se prohibirá votar durante los meses de verano. Insólito.

Ya lo dijo Machado en sus proverbios y cantares de Campos de Castilla: “De diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por una idea”. Manca finezza!

La campaña ha sido para olvidar y en ella, los nacionalistas vascos nos hemos sentido desplazados. Desalojados de los debates. Apartados de los grandes medios y de sus dinámicas polarizadoras. Ausentes de una pugna en la que parece solo competían los poderosos.

Los esfuerzos por dejase oír han sido ímprobos. Ser la voz de Euskadi. La primera línea de defensa frente al nuevo tiempo que, al parecer, se avecina en el Estado. El resultado de esta contienda singular y desigual está por conocerse. Son muchas las incertidumbres que mañana, la ciudadanía deberá despejar. En primer lugar, la participación. ¿Cuánta gente votará? ¿Será parangonable la participación aquí en Euskadi con el Estado? ¿Hasta dónde llegará en España la voluntad de cambio? ¿Está tan arraigado como parece el antisanchismo en el electorado español? O ¿el temor a una alianza de la derecha con los extremistas movilizará a la izquierda y amortiguará el golpe? ¿Quizá el beneficiado del miedo sea el PP, voto útil de la derecha que eluda a Vox? ¿Habrá voto oculto del PP en Euskadi? De ser así ¿a quien afectará más? ¿Sumará Sumar en España? ¿Y, en Euskadi, trasvasará su electorado a EH Bildu?

Son muchas incógnitas para una simple ecuación. Incertidumbres para un final de trayecto electoral en el que la mayoría de los contendientes ha pedido a la ciudadanía que exprese su voto “con las tripas”. Y en buena parte de España así será (hasta en Catalunya, donde el PP parece haber resucitado comiéndose a Ciudadanos).

Aquí, en casa, el panorama resulta mucho más abierto. Y, a la vez, mucho más complicado para partidos como el PNV, que se sentiría reconfortado si el electorado de la Comunidad Autónoma le permitiera obtener un resultado que validara la configuración de un grupo propio (5 diputados/as) en el Congreso. Teniendo en cuenta la complejidad de los comicios, la dificultad para encontrar un hueco en el que plantear su alternativa y los antecedentes electorales inmediatos, los jeltzales confían en superar la prueba. No sin sudar antes la camiseta.

Al contrario que en los comicios anteriores –municipales y forales– el PNV apenas ha confrontado con EH Bildu, bien a pesar de los múltiples intentos de la representación de la izquierda abertzale por “buscar la boca” a los de Sabin Etxea (vinculándoles con los “fascistas” en un vídeo de apertura de campaña o imputándoles acuerdos con el PP y Vox para quitar de la circulación a EH Bildu).

Los de Otegi han vuelto a contar con la publicidad gratuita que les ha proporcionado Feijóo y el PP, emperrados en afear los acuerdos –reales o ficticios– de Pedro Sánchez con Bildu. Y con el infame eslogan de “que te vote Txapote” que han viralizado. Una desagradable y asquerosa ocurrencia que a algunos ha hecho olvidar que el terrorista García Gaztelu tendrá muy claro en su caso a quien votar. A los de siempre. Aunque eso ni tan siquiera se haya susurrado en una campaña en la que el blanqueamiento de la Izquierda Abertzale ha continuado sin rubor ni complejo.

Entre hoy –sábado– y mañana –domingo– un porcentaje nada despreciable de vascos y vascas decidirán el sentido de su voto. Será su momento decisivo, ejercer su voluntad. Una difícil práctica en la que bascular entre el corazón y la cabeza. Entre la inteligencia y la pasión. Seguro que, en el punto medio, encontrarán la solución. Con audacia y responsabilidad. Con la finezza de siempre.

Miembro del Euskadi Buru Batzar de EAJ-PNV