Hasta hace poco se hablaba de política líquida como la caracterización de la posmodernidad que daba como resultado una política flexible, voluble, de valores pasajeros y que carecía de fundamentos ideológicos sólidos que sirvan de referencia a la sociedad.

Fue el sociólogo polaco Zygmunt Bauman quien acuñó el término en la década de los noventa que ha tenido gran aceptación global. Ahora, en estos últimos años, hemos dado un paso al frente y podemos hablar también de política basura. Uno de los ejemplos más notables lo ofrece el Reino Unido.

El pasado 24 de diciembre, a la puertas del periodo navideño, un hombre de mediana edad, impecablemente vestido de sport y con un acento inglés muy distinguido, cruzó las calles de Londres para adentrarse en uno de esos tantos centros para gente sin hogar que proliferan en la capital británica.

Su intención era, quizás, aliviar la soledad de los inquilinos y en vista de la fecha, servir un plato caliente a los acogidos en el centro. Así que, se colocó un delantal para protegerse de las inclemencias de la sopa y se puso manos a la obra.

Llegó su primer cliente, un hombre más joven que él, posiblemente en la treintena de años, con un plato vacío y un físico en el que se podían adivinar los estragos de pasar la vida a la intemperie.

Entonces el hombre vestido impecablemente de sport le disparó su primera pregunta: “¿Are you in business? ”, lo que se traduciría en “¿Se dedica a los negocios?”. El hombre, sorprendido, apenas acertó a contestar con un “ No, estoy en la calle, no tengo trabajo ni casa”.

La conversación no hubiera tenido posiblemente más trascendencia si el caritativo e insensato sujeto hubiera sido un ciudadano anónimo sin otro ánimo que mitigar el sufrimiento ajeno. Pero no, el hombre con un distinguido acento inglés era ni más ni menos que Rishi Sunak, primer ministro del Reino Unido, educado en los centros más elitistas del país y con una fortuna personal muy envidiable. Su mujer, multimillonaria, ha tenido problemas por no haber pagado sus impuestos, según los medios del país.

Que el primer ministro británico reparta sopa entre el creciente número de ciudadanos pobres de su país y balbucee indiferencia no es sino una muestra del alejamiento de ciertos políticos de la realidad de la calle. O en términos más duros: una fantochada humillante y dolorosa para los ciudadanos y ciudadanas que tienen que hacer frente a su cotidiana y dura realidad.

Rishi Sunak es un primer ministro en la cuerda floja. Desde el Brexit no ha habido un líder político estable. Todos han tenido plomo bajo las alas, algunas como Liz Truss, se lo proporcionó ella misma. Sunak afronta este mes de febrero con un calendario lleno de protestas: los profesionales de la Sanidad, la Educación y los Transportes han anunciado movilizaciones. El gobierno conservador ha respondido que endurecerá las leyes para evitar los desórdenes, pero no ha tomado ni una sola medida para que estos no se produzcan. En plena crisis inflacionaria, con un disparado aumento de los precios y una pauperización de las clases medias ha declarado poco menos que la guerra a sindicatos y huelguistas. Ante esta situación el principal partido de la oposición nada y guarda la ropa. Los laboristas quieren aparecer como partido del orden.

Una gran parte de la ciudadanía ahogada por décadas de privatizaciones demanda menos precariedad laboral y una mayor inversión pública. No me parece que las reivindicaciones sean tan disparatadas ni que Londres sea hoy en día la capital mundial de la subversión.

El viejo Winston Churchill en los momentos difíciles de la Segunda Guerra Mundial solo prometió “sangre, sudor y lágrimas” a la ciudadanía. El actual premier británico, Rishi Sunak, se conforma con brindarles un poco de sopa en Navidad. Los tiempos de Charles Dickens no quedan tan lejos.

Tengo la impresión de que los británicos no se van a tragar el plato de política basura de la que les hablaba al principio. Así que no me extrañaría que el hoy primer ministro tenga en los próximos meses más tiempo para visitar los centros de los sintecho y haya aprendido a no hacer preguntas absurdas e hirientes.

Periodista