EL martes pasado, la Fundación Sabino Arana presentó el documental Urraca, cazador de Rojos. Fue una buena iniciativa seguida por un interesante coloquio con explicaciones de Pedro de Echave guionista y codirector. Lo hizo muy bien. Ojalá esta película se pueda ver en ETB. Es un puntazo. No hay muchos documentales de esta entidad.

En la película salían desde el hijo de Pedro Urraca, su nieta, historiadores y, de forma profusa, el edificio de la Delegación Vasca incautada por el franquismo así como la historiadora Gemma Aguilera, que escribió un libro necesario e interesantísimo. Premio Octubre de Assaig Joan Fuster 2011. Esta catalana de Sant Boi de Llobregat y el documental sobre Urraca nos han traído al hoy recuerdos de lo que fue la ocupación alemana de París en 1940 y de cómo la Gestapo y el franquismo incautaron la sede de la Delegación vasca sita en la Avenue Marceau, todavía no devuelta al PNV. Funciona allí el Instituto Cervantes como consecuencia del robo que nos hicieron dos proyectos totalitarios.

Aguilera se centra en la figura del agente 447, que es el retrato de un criminal protegido y que nuestros mayores sufrieron. Pedro Urraca Rendueles (1904-1989) construyó una vida novelesca como policía y espía a sueldo del franquismo, dirigiendo parte de la represión exterior de republicanos, nacionalistas, comunistas y, finalmente ya en democracia, de miembros de ETA. En su hoja de servicios consta la detención e interrogatorio del presidente de la Generalitat catalana, Lluís Companys, en agosto de 1940, como resultado de la acción de un equipo de la Gestapo que Urraca dirigió desde la Avenue Marceau y gracias a su estrecha relación con el régimen de Vichy.

De aquí salieron las órdenes de captura contra el presidente Azaña, el president Lluís Companys, el exministro Zugazagoitia, el cuñado del presidente Azaña, Cipriano Rivas Cherif, el exministro Mariano Ansó, el lehendakari Aguirre y demás políticos democráticos republicanos y nacionalistas, algunos de los cuales fueron fusilados, otros encarcelados y los demás murieron en el exilio.

El libro es el resultado de una investigación periodística que permitió descubrir los dietarios personales, la documentación policial y el archivo fotográfico del policía, además de abundante material atesorado en diversos archivos que han hecho posible reconstruir la vida personal y profesional de un personaje clave en la España del siglo XX, del que hasta hace poco no se sabía prácticamente nada, pero gracias a Aguilera y a la nieta de Urraca, sabemos cosas tan interesantes como que, a pesar de ser condenado a muerte, tras la liberación de París, acabó su vida en Bélgica y castigado por meter mano en la caja. Xabier Agirre, hijo de Juan Mari, hermano del Lehendakari, nos enseñaba su cartilla militar con la firma de Rendueles, el segundo apellido de Urraca. Este indeseable falleció en su cama en septiembre de 1989 bajo el gobierno de Felipe González. Nadie le investigó.

El martes 14 de junio de 2005, seis tipos con traje y corbata (Albistur, Txueka, Beloki, Zubia, Erkoreka y Anasagasti) entonaban una rara melodía en el centro de París, delante de un bello edificio de 1883, declarado de interés cultural. Por lo menos, así se lo pareció a los distintos parisinos que, acostumbrados a presenciar espectáculos insólitos en su ciudad, no entendían cómo aquellos extraterrestres cantaran bajo el sol del mediodía sin un platillo para que los viandantes echaran sus monedas.

Sin embargo, cualquier vasco que hubiera pasado por allí se hubiera dado cuenta de que entonaban el himno nacional vasco Gora ta Gora. Lo raro es que lo hicieron bajo una bandera española que ondeaba en el centro del balcón de un palacete que decía Instituto Cervantes, en el número 11 de Avenue Marceau, cerca del Arco del Triunfo. Aquellos seis parlamentarios decían que aquel edificio fue adquirido por gentes del PNV, al frente de las cuales estaban Marino Gamboa y Patxo Bausteguigoitia. ¿Y por qué entonaban emocionados el Gora ta Gora?

Querían hacer justicia a una generación que, en 1951, con los ojos llenos de lágrimas, se despedían de su edificio cantando religiosamente el himno vasco. Era lo único que podían hacer. Una decisión ignominiosa le quitaba al lehendakari Aguirre su centro de acción política al inicio de una década, los 50, en la que los aliados decidieron apostar por Franco y su dictadura mientras bajaban una espesa cortina sobre todo lo que había significado una heroica y consecuente lucha.

A José Antonio Aguirre los franceses le habían ofrecido otro edificio cercano, pero él había contestado que no. Y había hecho algo más. Había llamado a los vascos de Venezuela, que en una semana le habían atendido y enviado la cantidad suficiente para comprar un chalecito en la Rue Singer, en el distrito XVI. A partir de ese día, se iniciaba una reivindicación.

El lehendakari, en la puerta, dijo:

“Señor comisario: permítame hacer una declaración como presidente del Gobierno vasco en el exilio y como ocupante de facto de una parte del inmueble, que la Liga Internacional de Amigos de los Vascos me facilitó.

Salimos de este edificio expulsados por la fuerza pública, en ejecución de una sentencia que califica al Gobierno vasco de ladrón, sentencia obtenida durante la ocupación alemana bajo la protección del enemigo.

Yo protesto contra esta violencia y declaro que nuestro honor, nuestra buena conducta y nuestra tradición merecían un tratamiento muy distinto. Nuestra sangre ha sido derramada junto a la vuestra en la lucha contra el enemigo común y ahora se nos expulsa de esta casa para entregarla en manos de los que durante toda la guerra pasada fueron aliados de nuestros y vuestros adversarios del Eje.

Protesto en nombre de nuestro pueblo, al que esta decisión causa el más profundo dolor sufrido en el exilio, sobre todo, porque dicha decisión ha sido adoptada por los amigos con los que hemos compartido dolores y sacrificios comunes por la causa de la libertad y de la democracia, causa a la que permanecemos inalterablemente fieles”.

Agente 447 y la Delegación de París Por Iñaki Anasagasti

La decisión la tomó François Mitterrand, ministro del Interior.

Pero aquello no hizo mella. Tampoco le hicieron caso a la Liga de los Derechos del Hombre que emitió la siguiente declaración: “El Comité Directivo de la Liga de los Derechos del Hombre no puede dejar pasar sin protesta la violencia de que indignamente se ha hecho objeto a los vascos en el exilio?. Por el honor de Francia, la Liga de los Derechos del Hombre lo lamenta. La Liga deplora que a los seis años de la Liberación, el espíritu de la Resistencia se halle olvidado hasta el punto de que el gobierno de la IV República, cediendo a la presión del dictador prohitleriano, reanude contra sus víctimas las persecuciones petanistas”.

La reivindicación del edificio de la Avenue Marceau tiene tantos años como el tiempo transcurrido tras la muerte de Franco. Y es que hemos hecho de todo. Interpelaciones, preguntas, una proposición de ley y tras ella la colocación de una placa diciendo que allí se creó el Consejo Federal del Estado español del Movimiento Europeo en 1949, el recuerdo de que allí entró Adenauer en la Democracia Cristiana Europea, una ley de devolución del patrimonio incautado con motivo de la guerra pactada con Aznar, el aguantar sentencias de tribunales tan sumisos como aquel del Sena bajo ocupación alemana que nos quitó el edificio y hasta seguir una incierta vía judicial. Ojalá la ley de Memoria Democrática soluciones y se devuelva lo robado.

Del despacho del director, en la calle Quentin Bauchart, y acompañados por él, fuimos a lo que hoy es el Instituto Cervantes, nuestra Delegación. Jiménez nos enseñó de arriba abajo y con amabilidad el inmenso caserón. El despacho del lehendakari, el salón de los espejos, la vistosa escalera, las distintas dependencias, el pequeño patio, la fuente, las caballerizas utilizadas por una extensión de la UNED por arbitraria decisión de Jon Juaristi, las mansardas del tercer piso, el sótano con una pasadizo entre la embajada española y el once de la Avenue Marceau. Y pensar que allí tuvo su primer despacho como delegado D. Rafael Picabea, exsenador, exdiputado y editor de periódicos y de otros medios de comunicación gipuzkoano. Y que por allí anduvieron D. Felipe Urkola, Neguri, Leizaola, Lasarte, Lizaso, Irujo, Landaburu, los hermanos Durañona, los Agesta, los Mitxelena, los Errazti, las hermanas Anglade, Antolin Alberdi, Jose Mari Azpiazu, el Dr. Lasa, que tenía un pequeño dispensario, Agustín Alberro, Julio Jáuregui y tantos y tantos vascos de París soñando en el inminente regreso a casa, recibiendo al gobierno de la República en el exilio, a la Generalitat, organizando recepciones de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos, soñando con Europa, editando Euzko Deya y OPE (Oficina de Prensa de Euzkadi), aguantando pelmas como ocurre en todas partes y tratando de solucionar los mil problemas personales de la gente a la que su estancia fuera de casa se le hacía interminable.

Pero también allí estuvo la bandera nazi, el coronel Barroso, el policía Urraca Rendueles y el inefable Lequerica, el carguista, que era el embajador y que conocía a todos y a todos perseguía. Pero también Landaburu, recuperando aquella casa en 1944 y poniendo la ikurriña en el balcón donde ahora ondea la bandera española y, al final, aquel coro cantando por última vez el Gora ta Gora que les salió del alma. Aunque no de la Delegación, el libro de Aguilera y la película y el documental trata de lo que se hizo en aquella casa por aquel tipo siniestro, Urraca, cuya historia empieza a conocerse. ¡Ya era hora! l

* Diputado y Senador de EAJ-PNV (1985-2015)