Los Presupuestos Generales del Estado (PGE) aprobados hace unos días (20 diciembre) tienen este año una importante novedad que no debe pasar desapercibida, como es el fuerte aumento (25.8%) del gasto militar, muy superior al aumento del gasto total del conjunto de los PGE. Cabe reseñar la escasa atención que este tema ha suscitado como objeto del debate político y parlamentario, centrado casi en exclusiva en estos últimos tiempos en la bronca permanente, tanto dentro de las instituciones como en los medios, en torno a la grave crisis institucional que desde hace tiempo viene siendo una de las principales preocupaciones políticas; pero que en estos últimos días ha desplazado a todos los demás temas monopolizando por completo el primer plano de la actualidad política y mediática. 

A pesar de todo, es preciso dedicar también la atención debida a los temas presupuestarios y dentro de ellos, en esta ocasión, al importante aumento de los gastos militares, el mayor con mucha diferencia en todos estos últimos años; lo que, al menos, obliga a tratar sobre el tema. A este respecto, hay que empezar diciendo que el incremento del gasto militar en los PGE que acaba de aprobarse no es ajeno a la obligación impuesta por la OTAN a todos los Estados miembros que la integran de fijar éste en el 2% del PIB. Es preciso puntualizar que este 2% no debe ser entendido, como se encargó de recordar el el Secretario General de la OTAN, J. Stoltenberg, en la reciente cumbre de Madrid ( julio) como el techo de gasto sino como el suelo a partir del que hay que determinar la aportación de cada Estado miembro. Se trata de una cuantificación del gasto que resulta bastante discutible ya que, sin entrar ahora en más consideraciones, los objetivos y las necesidades de gasto militar, como de cualquier otro tipo de gasto, no tiene porqué ser (ni de hecho so son) iguales en todos los países.

Antes de seguir, hay que hacer una necesaria precisión sobre los gastos militares reales y lo que en los PGE (Sección nº 14) se contabiliza como Presupuestos de Defensa, que no reflejan la totalidad de los gastos destinados a las FF.AA.. En este sentido, no debe pasar desapercibido que una buena parte de gastos relacionados con la actividad de éstas figuran en otras partidas presupuestarias de los PGE. Y, así mismo, que hay otra buena parte de los gastos militares que no figuran en ninguna partida presupuestaria de los PGE (ni en la Sección 14, dedicada específicamente a los gastos de Defensa, ni en ninguna otra, en las que como se acaba de decir también hay gastos militares encubiertos bajo otras adscripciones) pero que son gastos militares reales que cubiertos mediante créditos aprobados por el Consejo de Ministros a lo largo del año cuando lo estime oportuno, sin que tengan reflejo en los PGE . 

Sean cuales sean los problemas que plantea la cuantificación veraz de los gastos militares reales, lo que no es una cuestión intrascendente, lo cierto es que este tema debe merecer la debida atención, sobre todo cuando el aumento de estos gastos, que deberán ser continuados y sostenidos en los próximos años, no es nada despreciable. Cabe preguntarse si en la coyuntura actual, tras la pandemia y en plena crisis energética, en la que se plantean serios problemas económicos, y sociales, a los que hay que hacer frente y a los que va a haber que destinar cuantiosos recursos, la casi duplicación del gasto militar -del 1.1 al 2%- que se propone puede ser considerada una medida razonable. No hay que olvidar que los recursos disponibles son siempre limitados y, por pura lógica, si se destinan a una cosa no pueden destinarse a otra distinta, lo que obliga a establecer prioridades; y priorizar en este momento el gasto militar, como se desprende de su aumento, muy superior al de otros gastos presupuestarios, resulta más que discutible. 

No deja de resultar llamativo, por emplear una expresión suave, que se asuma como uno de los principios básicos de la política de Estado, no solo en nuestro caso sino en todos los países integrantes de la OTAN, la necesidad de aumentar los gastos de Defensa; lo que tiene su plasmación en las partidas presupuestarias que por estas fechas aprueban los Parlamentos respectivos. Cabe preguntarse si no sería más razonable plantearse la reducción progresiva de unos gastos que además de ser cuantiosos son,ante todo y sobre todo, completamente inútiles en el sentido más estricto del término; es decir, que no tienen utilidad alguna para el bienestar de la ciudadanía, que en principio es (o debería ser) el objetivo principal del gasto público. Y no resulta nada difícil encontrar tareas y actividades más útiles, más provechosas, y también más productivas, a las que destinar los recursos que absorben unos costosos programas especiales de armamento cuya principal función no es otra que la del mantenimiento de la industria armamentística.  

Uno de los factores que han contribuido este año a que el fuerte incremento del gasto militar apenas haya sido objeto de discusión en el debate parlamentario sobre los PGE-2023 ha sido, sin duda, la guerra de Ucrania. Aunque nosotros no tenemos riesgo alguno de una invasión como la que está sufriendo Ucrania en estos momentos, que debe merecer la condena más contundente por la vulneración que supone de las normas mas elementales de las relaciones entre los Estados, lo cierto es que esta agresión de la que es victima el pueblo ucraniano ha servido para justificar el aumento de los gastos militares para así, se nos dice, garantizar una defensa efectiva ante una eventualidad de este tipo. Si bien éste ha sido uno de los argumentos que se ha venido utilizando para justificar el aumento de los gastos militares, es preciso puntualizar que éstos eran una exigencia que se venia haciendo a todos los países integrantes de la OTAN (cumbre de Gales, 2014) mucho antes de que se desencadenase la actual invasión de Ucrania.

Es precisamente en los compromisos asumidos como miembro de la OTAN donde radica la causa principal del fuerte incremento del gasto militar, que además deberá mantenerse en los próximos ejercicios presupuestarios. No deja de ser discutible esta exigencia del 2% -no como techo de gasto sino como suelo, no se olvide- con carácter general para todos los miembros de la OTAN; un incremento del gasto militar que, además, tiene un destino predeterminado para cubrir la factura de los costosos programas especiales de armamento, que pueden ser muy rentables para las principales empresas de la industria armamentística, radicadas en la mayoría de los casos más allá de las propias fronteras, pero cuya utilidad para la defensa del territorio es más que discutible. Lo que plantea también el necesario debate (que no se ha dado) sobre la estructura y el destino de los gastos militares ya que además de la cuantía del gasto es preciso también saber en qué se gasta.    

Sería un error pensar que con la aprobación de los PGE para el próximo año queda zanjada la cuestión de los gastos militares y, más concretamente, la de su importante aumento, que además debe ser mantenido en los próximos años. El tema va a seguir suscitando polémica, como no puede ser de otra forma, porque seguirá habiendo quienes defiendan la necesidad de mantener, e incluso de aumentar más, estos gastos y, así mismo, quienes planteen la necesidad de emprender un proceso de reducción progresiva de los gastos militares; que para ser efectiva necesariamente deberá ser producto de acuerdos multilaterales porque sin ellos no existe posibilidad alguna de que se lleven a efecto. No cabe desconocer que las posiciones dominantes en el momento actual en los foros donde se decide sobre estas cuestiones son las que defienden el incremento del gasto militar (como se ha puesto de manifiesto de forma rotunda en la ultima cumbre de la OTAN en Madrid el pasado mes de julio), sin que las posiciones que abogan por la reducción progresiva sean siquiera tenidas en cuenta; lo que lejos de inducirnos a renunciar a su defensa obliga a redoblar los esfuerzos en esa dirección. Porque no es cierto que más armamento proporcione mayor seguridad; en cualquier caso, lo que ofrece pocas dudas es que embarcarse en la dinámica del aumento progresivo de los gastos militares, como se refleja en la confección de estos Presupuestos, a lo único que conduce es a detraer recursos nada desdeñables que bien podían ser destinados a actividades más necesarias, mas productivas y, sin duda alguna, más útiles.