Cuando era muy joven pertenecí un tiempo a la JOC (Juventud Obrera Cristiana), una organización que fue para mí una escuela social y política, a la vez que una plataforma de activismo contra la dictadura. En la JOC aprendí a pensar de una manera autónoma a través de su metodología de acción transformadora que se sintetizaba en el Ver, Juzgar y Actuar. Exponíamos los hechos y enseguida pasábamos a explorar en sus causas y consecuencias, y en lo que hoy diríamos el contexto. Los hechos nos decían qué había detrás de lo que veíamos, y considerábamos las cosas problemáticamente.

Juzgar era ir a la raíz de los problemas, de los hechos. No nos bastaba con condenar una guerra y censurar a los contendientes, sino que debíamos explicarnos y explicar el por qué se había elegido un camino de tragedia y muerte, qué intereses movían los hilos. En aquellos años la diversidad de pensamientos facilitaba este ejercicio de hallar la verdad mediante preguntas bien seleccionadas.

Hoy, el pensamiento único, oficial, es muy fuerte y apenas admite pensar distinto. Si lo haces, corres el riesgo de ser desacreditado, empujado fuera del debate por los mismos que imponen las reglas. Sin embargo, entender algo es comprender, razonar es un paso más alto pues supone enjuiciar, y el juicio tiene que ver con nuestros fundamentos morales, éticos y subjetivos, además de con el conocimiento. Tuve la suerte o el acierto de incorporarme a una organización alejada del pensamiento de rebaño.

Antes debíamos encontrar la identidad de los responsables de los hechos, ahora, en buena medida, ya está preconcebido quiénes son los culpables, de antemano. Antes de saber qué esta pasando ya sabemos quienes tienen la culpa. El empobrecimiento intelectual es terrible, pero son peor aún sus consecuencias en la vida social, atrapada por el pensamiento impositivo, unilateral y sectario.

Pensar sobre cómo pensamos

Nuestra manera de pensar es demasiado confiada, con frecuencia perezosa, y binaria. Sí, el pensamiento occidental es muy binario, dicotómico, blanco-negro, bueno-malo, aliado-enemigo. Se ejerce con simplismo, ahondando en los extremos, obviando los infinitos grises, cuando el enriquecimiento está en los grises. El pensamiento debe ser incluyente, estar en alerta, sin despreciar ninguna oportunidad de darle forma ordenada y clara. Es más, cuando tengamos ideas que no sabemos trasmitir lo mejor es seguir trabajando, reflexionando, decir lo que pensamos con cuidado. En ocasiones hacemos lo opuesto, con cuatro ideas cogidas por los pelos montamos una batalla dialéctica en la que buscamos ganar, no aprender sino ganar. Es entonces cuando convertimos de manera extremadamente fácil, las hipótesis en tesis. Y es entonces cuando el fanatismo impide practicar diálogos y debates, no para vencer unos sino para ganar todos.

En medio de la guerra que estamos viviendo, cuando llegamos a una conclusión, es interesante preguntarse, ¿Y si realmente es lo contrario? ¿Y si los argumentos del otro son más razonables? Es en ese momento cuando merece la pena hacerse la pregunta ¿qué camino hemo seguido para llegar a la conclusión que manejamos? Todo camino contiene una elección y algún rechazo. Hay que preguntarse si hemos dejado algo valioso fuera de nuestro pensamiento. En pocas palabras, tenemos necesidad de reflexionar sobre el propio modo de pensar. No hay que dar ningún principio como infalible y hay que tener ojo con todo lo preconcebido.

De todos modos, es hasta lógico que en un escenario crítico como el actual las brechas sociales y emocionales se abran. Entre familiares, amistades, colegas de trabajo o estudio, se ha declarado la invasión de Ucrania y la guerra subsiguiente, asunto tabú del que no se habla. Pero es una lógica poco conveniente que desvela nuestra enorme debilidad para debatir entre diferentes. Se discute mal porque se escucha mal o directamente no se escucha. Semejante dinámica nos lleva a marcar distancias, trazar fronteras de lo permitido y de lo prohibido, cuando lo ideal sería hacer del intercambio de opiniones una herramienta poderosa para analizar la realidad.

Con mucha frecuencia discutimos sólo por poseer la razón y la verdad, intentando su imposición a los demás, donde para que uno gane, el otro debe perder. Cuando descalificamos a todo aquel que piense o vea el mundo de una manera diferente, cerramos espacios de construcción colectiva. Es muy negativo marcar a otras personas con una etiqueta –pro-OTAN o pro-Putin- sólo porque sus ideas están distantes de las nuestras. ¿Y si los otros tienen razón?

En un texto célebre de finales del siglo XVIII, Kant dijo: “Sapere aude”, atrévete a pensar. Es un gran consejo el de filtrar por el propio pensamiento las opiniones de los demás. La propuesta de Kant es opuesta a lo que nos dicta el pensamiento de rebaño que se nutre muy especialmente de los medios de comunicación. Es así que escucho con frecuencia frases hechas y opiniones que ya las he oído antes en la televisión y en la radio, o de boca de algún político. Claro que ser parte del rebaño significa para muchas personas estar a favor de corriente y eso da seguridad, aunque no estés de acuerdo con el mensaje. En cambio, para quienes renuncian a formar parte del rebaño, el pensamiento propio fortalece su personalidad, anima a la reflexión permanente y hace que las ideas estén en continua renovación, siempre alertas a capturar la verdad que se nos quiere ocultar. l

* Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo

‘En memoria’ de José Manuel Balenziaga, Balentxi