EN En estas fechas veraniegas renace de nuevo el orgullo de contar en más de cien países con muchos miles de vascos y descendientes que celebran el Día de la Diáspora con sentimientos de pertenencia al Pueblo Vasco. Sin entrar al debate sobre el sentido del concepto “diáspora”, ni siquiera tomar en cuenta de aquel comentario doblemente denigrante de José Luis Borges de “Los vascos me parecen más inservibles que los negros”, nos reafirmamos en nuestra conciencia colectiva y transnacional. Fue un acierto su constitución oficial, especialmente en estas épocas de tendencias globalizadoras, que nos demandarán una apertura de mente y de estrategias sociales para proseguir activos en la conversión de una sociedad pluricultural en intercultural.

Sí, somos pocos; e históricamente hemos sido emigrantes, junto con esos más de 30 millones de europeos que entre 1850 y 1950 optaron, por razones diversas, por la búsqueda de nuevos destinos de vida prioritariamente en los países de América. A pesar de las consabidas dificultades, muchos de aquellos emigrantes decidieron asociarse y crear sus propias instituciones, los Centros Vascos. Nos sentimos orgullosos de su historia y del esfuerzo que diariamente realizan sus descendientes para su mantenimiento, mientras la mayoría del resto de las colectividades de otros países han dejado de existir.

Pero nuestra historia migratoria y asociacionista incluso es anterior al siglo XIX: en el congreso de los Centros Vascos de 1995 el gran periodista vasco-peruano Paco Igartua presentó la ponencia «Euskadi y su imagen» con información sobre la Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu de Lima, fundada en 1612 por «los caballeros hijosdalgo que residen en esta Ciudad de los Reyes del Perú, naturales del Señorío de Vizcaya y Provincia de Gipuzkoa y descendientes de ellos, y de los naturales de la Provincia de Álava, Reino de Navarra y de las cuatro Villas de la costa de la Montaña…». Después de 400 años, sus descendientes actuales se han constituido como Centro Vasco de acuerdo con los objetivos que el Lehendakari Aguirre fijó a los vascos en su viaje de 1942 por diversos países de América de “ser los más dignos representantes del Pueblo Vasco, colaborar en la defensa de la Causa del Pueblo Vasco y defender la Libertad, la Democracia y la Justicia Social en el mundo”.

Cómo no sentirse igualmente orgullosos con puesta en marcha siglo y medio más tarde, en 1767, en la ciudad de México el Colegio de San Ignacio de Loyola las Vizcaínas, primera institución laica de América fundada para educación de mujeres y única de dicho país que ha funcionado ininterrumpidamente hasta nuestros días, o del colegio Euskal Echea de Llavallol (Buenos Aires) fundado en 1904 por emigrantes de las siete provincias vascas y que hoy día cuenta más de 3000 alumnos.

Podríamos proseguir hablando de 197 Centros Vascos que se encuentran en 25 países, de sus insignes directivos históricos. Pero entre éstos hay quienes merecerían un mayor reconocimiento por parte de nuestras instituciones, como puede ser Paco Igartua, hijo de Francisco Igartua, del caserío Berótegi de Oñati.

Paco nació el 5 de septiembre de 1923 en Lima. Tras sus estudios universitarios, ejerció su profesión en periódicos de Perú como Jornada, La Prensa y El Comercio, desarrollando un modelo de periodismo de compromiso social, convirtiéndose en uno de los más importantes y destacados periodistas de dicho país, con escritos redactados desde la libertad personal, sin que ni los gobiernos dictatoriales ni los grupos de presión económicos le impidieran expresarse como él consideraba. Su actitud profesional podría definirse con la estrofa de aquel poema del poeta romántico José Espronceda de “Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad…”. No había para él concepto filosófico más importante que la Libertad, y en base a esta concepción, axiomática, plantea y planifica toda su vida, su mayor “tesoro”, piloteando siempre su “barco”, contra viento y marea, procediendo de donde procediera, hacia sus dos soñados puertos, especialmente Perú y Oñate (Euskal Herria). Y llegará a escribir que «nada hay tan excitante y conmovedor que ser dueños de nuestro propio destino», porque «Solo la idea de tener que aceptar ser un periodista de alquiler me horrorizaba y me producía náuseas».

Y con esta perspectiva editó sus propias revistas, Oiga y Caretas, con el objetivo profesional de mejorar la situación socio-política de su país: le duelen las desigualdades sociales de su querido Perú, «país castrado social y culturalmente», y su vida transcurrió en una permanente actividad de denuncia de las derroteros inadmisibles por los que lo conducían quienes ejercían el poder sin tomar en cuenta siquiera las declaraciones que hacían insignes personalidades del ámbito internacional, como fue el caso de quien fuera presidente de Italia Giovanni Gronchi, [que] «no pudo dejar de mostrar su preocupación por los cuadros de miseria que fue imposible ocultarle», o las de

Adlai Sevenson, enviado especial del presidente de Estados Unidos, al concluir su visita al Perú, declaró: «He quedado atónito ante la ignorancia y condiciones primitivas de la vida de las poblaciones indígenas de Bolivia, Perú y Ecuador; pero más me asombró que en dichos países no existiesen planes concretos de largo alcance para incorporar esas masas al progreso del siglo XX».

Paco es consciente de la inexistencia de proyectos “de largo alcance”, y ejerce de activista crítico incansable; él mismo confiesa «que por piadosa decisión del destino, mi vida periodística ha estado ligada a las cumbres del periodismo peruano de este siglo [XX]» y entre sus innumerables escritos de análisis describe, en una de sus páginas, unas propuestas básicas necesarias para el logro de objetivos de desarrollo social: «[…] lo que se necesitaba en el Perú era afianzar un estado de derecho, […], institucionalizar un orden jurídico que, poco a poco, estableciera el imperio de la ley sobre gobernantes y gobernados, sin distingos entre unos peruanos y otros, sin diferencias ni privilegios entre los varios Perús que conforman este país de indios, mestizos y un puñado de blancos.». Y en otro de sus escritos: «En lo que sí no he cambiado es en mi lucha íntima para llegar a más moralmente, en mi persistente, en mi terco afán de ser leal a lo que yo creo es verdad, prefiriendo, como decía el Quijote, doblegar mi juicio a favor de los pobres, de los menesterosos, de los perseguidos y endurecerlo frente a la arbitrariedad del poder. Sí, Pocos son los hombres que logran lo que yo he logrado: trabajar en lo que más me place, sirviendo a los demás».

Pero su compromiso social tuvo también graves consecuencias para su vida personal: detenciones, comisarías, destierros, atentados terroristas, acusaciones parlamentarias de financiación por parte del gobierno cubano, etc. En sus propias palabras, «En proporción, no creo que haya muchos que se puedan ufanar de haber sido saqueados más que yo por la “revolución” militar». Ante ello confiesa: «No tuve que hacer ningún esfuerzo mental para darme por enterado de los fines del explosivo. Era una advertencia, con marca de fábrica aprista, para asustarme». 

Evidentemente, en los ámbitos gubernamentales, entre los militares y élites limeñas de derechas era un periodista temido, incluso despreciable, aunque no por ello se permitían no invitarle a encuentros personales, unas veces para conocer su opinión y otras, como en el caso del viaje de la comitiva del general Francisco Morales Bermúdez con su canciller al encuentro de presidentes latinoamericanos a Nicaragua –dice- «para endulzarme de alguna manera las largas y amargas horas de angustia que pasé en el aeropuerto de Lima, donde me bajaron del avión igual que a un delicuente» [Continuará mañana]. l

* Ex responsable en el Gobierno Vasco de las relaciones con la Diáspora