ANNSEE es un bonito suburbio situado al sudoeste de Berlín donde a finales del siglo XIX un avispado constructor comenzó a edificar lujosas residencias para adinerados berlineses que escapaban de la capital para mitigar el calor del verano. Con la llegada de los nazis al poder, muchos de sus dirigentes, destacadamente Joseph Goebbels (ministro de Propaganda), Walther Funk (ministro de Asuntos Económicos) o Albert Speer, arquitecto personal de Hitler y luego ministro de Armamento y Producción de Guerra) adquirieron propiedades allí, a precios irrisorios pues era malvendidas por judíos conscientes de lo que se avecinaba.

El 20 de enero de 1942, hoy hace exactamente ochenta años, unos quince funcionarios nazis de alto rango se dieron cita en la villa situada en el 56-58 de Am Grossen Wannsee que disponía de una amplia terraza con vistas al lago, habitaciones con calefacción, así como sala de reuniones, jardín de invierno y todo confort -según un folleto publicitario de la época-.

La mayoría de los asistentes eran treintañeros, solamente dos superaban los cuarenta, y todos ellos ambiciosos burócratas dispuestos a lo que sea para agradar a Hitler y medrar en su carrera política. A lo que sea. Convocaba la reunión Reinhardt Heydrich, responsable del RSHA, organismo que integraba la Gestapo, la Policía Criminal, y el servicio de inteligencia llamado por sus siglas SD. Heydrich, con apenas 37 años, era también Protector del Reich en los Territorios Checos Ocupados y sin duda uno de los hombres más poderosos y temidos de Alemania. Fue el único jerarca nazi ejecutado por la resistencia en toda la guerra; sucedió en mayo de 1942, un comando de checos y eslovacos, honor y gloria, enviados desde Londres acabaron con la vida del llamado Carnicero de Praga.

La reunión de la villa a orillas del lago la preparó Adolf Eichmann, de 35 años, asistente de Heydrich, jefe del departamento de Asuntos Judíos de la RSHA, más tarde condenado a muerte y ahorcado en Jerusalén, quien por su calidad perversa unida a su falta de carisma inspiró a Hanna Arendt el sintagma "la banalidad del mal" tantas veces usado como malinterpretado.

Muchos de los asistentes no conocían bien la finalidad de la reunión puesto que en la carta de invitación no se incluía ningún orden del día, aunque varios supusieron, en base a filtraciones diversas, que se trataría sobre el controvertido destino de los judíos de ascendencia mixta. Pero resultaba que apenas un mes antes un acontecimiento había convertido la guerra en Europa en conflicto mundial: el bombardeo de Pearl Harbour y la consiguiente entrada en guerra de los EE.UU. Una semana después, el 12 de diciembre de 1941, Hitler se dirigió a los jerarcas nazis precisando que la consecuencia de la guerra mundial sería el exterminio de los judíos, a quienes responsabilizaban de la misma. Este contexto cambió el sentido de la reunión convocada en la villa y selló el destino de millones de judíos europeos. Eichmann, en funciones de secretario, redactó un Protocolo o glosario de todo lo que se dijo y que fue finalmente revisado y aprobado por Heydrich. Se trata de un documento extraordinario pues es sabido que los nazis dejaron pocas pruebas escritas de la preparación de la "solución final de la cuestión judía en Europa" cuyo control absoluto correspondería a Heinrich Himmler como Reichsführer SS y al propio Heydrich.

En el texto del Protocolo se decía: "En el transcurso de la solución final y bajo el liderazgo conveniente, los judíos serán puestos a trabajar en el Este. Sin duda, la gran mayoría será eliminada por causas naturales.

Lógicamente, los supervivientes serán individuos resistentes y de estos habrá que ocuparse de manera apropiada, pues en caso contrario y debido a la selección natural llegarían a formar el germen de un nuevo renacimiento judío. (Ver la experiencia que nos lega la historia)". En el apartado III del Protocolo se cuantifican por cada país europeo el número de judíos existentes, en España 6.000, ascendiendo la suma total a once millones. El detalle de las tablas estadísticas, así como demás datos sobre la reunión puede encontrarlos el lector en el libro La villa, el lago, la reunión, de Mark Roseman, RBA editorial (2002).

La reunión duró apenas noventa minutos y consistió fundamentalmente en un monólogo de Heydrich por lo que no resulta ocioso preguntarnos sobre la necesidad de la misma pues bien podría haberse informado de las decisiones -que ninguno de los presentes objetó- mediante escrito.

Durante su juicio en Jerusalén, Eichmann lo dejó claro, Heydrich deseaba establecer una complicidad, una responsabilidad compartida, la omertá de los mafiosos: "Conseguir implicar a los secretarios de Estado (asistentes), comprometerlos y vincularlos legalmente".

Eichmann entró en detalles durante su juicio, testimoniando que discutieron sobre "el asunto del motor" (envenenamiento por gas de combustión dentro de los camiones donde eran transportados los judíos) y "de los fusilamientos, pero del gas venenoso (cámaras de gas) no se habló". Tenemos que dar por buena esa declaración pues está documentado que hasta esa fecha el gas zyklon B (cianuro de hidrógeno) solo se había utilizado en el campo de Belzec (Polonia) con carácter experimental. En una entrevista, Eichmann recordaba que: "Una vez acabada aquella conferencia en Wannsee, Heydrich, Müller (jefe de la Gestapo) y un humilde servidor nos aposentamos junto a la chimenea (fuera estaba nevando). Entonces por primera vez vi a Heydrich encender un puro o un cigarrillo, y pensé: Hoy fuma, algo que nunca antes le había visto hacer. Y además bebe coñac, pensé, puesto que no lo había visto beber alcohol en años. Tras la conferencia, nos sentamos allí tranquilamente, sin hablar de trabajo, relajándonos. No puedo decir nada más". Ni nada menos. Fumándose un puro, sorbiendo coñac, decían hola y adiós a once millones de seres humanos -finalmente seis-.

Como si de una novela policiaca se tratara, resultó que el mes de marzo de 1947, mientras recababa información para el juicio de Nuremberg, el equipo del fiscal de los EE.UU. descubrió las actas Protocolo de la reunión de Wannsee, con sello de asunto secreto y guardadas en los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich. De inmediato fueron conscientes de que aquel documento acreditaba una monstruosidad: tras la reunión, el asesinato masivo en el frente del Este: Polonia, Ucrania, Países Bálticos... se convertiría en genocidio. El fiscal Robert Kempner, alemán de origen, mostró su descubrimiento a su superior el general Telford Taylor, quien se preguntó: "¿Habrá sucedido esto en realidad?", para concluir que "acababan de descubrir el documento más vergonzoso de la era moderna".

Un documento redactado por seres que por interés y vanagloria habían cedido ante el mal mientras vivían una vida familiar ordenada y amante de la naturaleza, como escribió Primo Levi en el prólogo a la autobiografía de Rudolf Höss, comandante del campo de Auschwitz donde él mismo estuvo internado, que nunca creyó a los pocos que se arrepintieron: "Por hacerlo de palabra, en lugar de hacerlo con hechos, como los actuales arrepentidos políticos -en referencia a los pentiti, terroristas italianos- quienes se han pasado la vida haciendo suyas las mentiras que impregnaban el aire que respiraban, y por lo tanto mintiéndose a si mismos".