OS encontramos inmersos en un escenario donde las restricciones en el uso y abuso de materiales energéticos para el ámbito civil van a ser una realidad tangible en poco tiempo. Y no es por el mal concebido malthusianismo de siglos pasados, sino porque los cuellos de botella se van a dar en la generación de proximidad de energía, especialmente en el ámbito de la generación eléctrica. Esto sucederá con los equipos de suministro en el ámbito militar, pero ese no es el objeto de esta propuesta o hipótesis. Sino el rey de los medios de transporte civiles: el vehículo particular.

Debiéramos ser conscientes del hecho singular de la ciudad de Los Ángeles que, si bien pudo haber disfrutado de un sistema de transporte metropolitano en paralelo al de la ciudad de Nueva York, de carácter subterráneo en su mayoría, lo que popularmente se conoce como sistema metro, se fue desvirtuando hasta el punto de que tras la Segunda Guerra Mundial, con los intereses de las generadoras de hidrocarburos y la industria del caucho, prefirieron potenciar el vehículo privado y las grandes autopistas, que en el caso americano, era plausible en la mayor parte de los estados, incluso generando espacios para el potencial desarrollo futuro de ampliaciones de los cauces secos de dichos elementos. El problema es que imbricado a ese modelo estaban las casas unifamiliares en extrarradios que se extendían más allá donde la vista se cruzaba con el horizonte, dando incrementos sostenidos al interludio de tránsito entre el lugar de residencia y el lugar de trabajo, siendo cada vez más próximo el período de tránsito al de descanso en brazos de Morfeo. Sirva este marco para poner de relieve uno de los extremos de uso de este elemento en el marco de la sociedad occidental a caballo entre el último cuarto de siglo XX y primero del XXI, en una reflexión, por lo demás necesaria, aunque no necesariamente innovadora, pues en la crisis con los países generadores de hidrocarburos de aquél momento, a causa de la defensa del proyecto nacional en tierra santa para las víctimas de la Shoah, fue objeto occidente de un bloqueo y embargo que debiera haber llevado a algo más que la racionalización en el gasto de hidrocarburos, en el ámbito personal y colectivo.

Vivimos en una sociedad donde es altamente sugerente por múltiples partes el hecho de apostar por el transporte colectivo. Han visto estas tierras muchos proyectos fracasados, como por ejemplo el por otro lado altamente corrupto Santander-Mediterráneo, que terminó por descarrilar en la década de los 50 del siglo XX en un momento donde se pensó que el transporte por carretera era de mayor capacitación y beneficio. Sobre unos asfaltos de capacitación especial que ya fueron objeto de debate en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera en el estado español. Debates y concreciones, pues, que son de largo término, y de pesado y corto paso, según como se mire. En 1975 se produjo el último viaje del tren Bilbao-Mungia, que a día de hoy es la ciudad de Bizkaia de mayor tamaño sin acceso a tránsito ferroviario alguno. En 1977 se empezó a diseñar la versión moderna del potencial transporte urbano metropolitano del Gran Bilbao. Que se empezaría a inaugurar en noviembre de 1995. El Tren de Alta Velocidad para Euzkadi se aprueba en Consejo de Ministros en 1988 y empiezan las obras en 2005. Hay elementos de la sociedad que piensan erróneamente que en vez de hacer el TAV era suficiente con mejorar las condiciones del tren entre Bilbao y Donostia. Se equivocan de raíz, pues uno, el primero, es de transporte semidirecto, a poder ser, tendente a ser comunicación directa entre las dos capitales de territorios históricos y el segundo, que sin duda merece mejoras, es para ir tejiendo una red de cabotaje entre pueblos para que el tránsito sea en ferrocarril y a poder ser, desatascar la autopista existente. Y de esta manera hemos llegado al meollo, los poderes públicos y el sentido común instalan y potencian el transporte público. Y eso nos debe llevar al hecho de reorientar el potencial del vehículo privado.

Debiéramos ser conscientes que el hecho de la propiedad privada en el ámbito del vehículo privado es un lastre en el espacio y en el tiempo. Y en la generación de energía. En los tiempos que han corrido en el presente reciente, con tiempos de confinamiento, donde los vehículos que han tenido la posibilidad de mantener su vida en interior, han dormido el sueño de los justos, teniendo poca vida a sus poderosos motores. Pero, visto desde otro ángulo, incluso fuera de tiempos de pandemia, los coches permanecen un tiempo elevado, casi tendente a ser la mitad, de su ciclo vital, en el más absoluto de los interregnos de la ausencia de movilidad. Valga la paradoja. Claro que al ser vehículos de propiedad privada cada cual hace lo que considera oportuno. Pero hay un potencial al respecto, y es el hecho de poner en común ese bien, para que sea utilizable en el momento de necesidad, por parte de cualquier conductor. Potenciar y primar el uso compartido, desde la base de intentar salvar la barda de esa propiedad privada. En esencia la idea supondría que, por ejemplo, en una aplicación, nada más salir del hogar, pudiera uno coger el primer coche libre aparcado. Hacer uso de ese vehículo, y poder dejarlo en el punto de destino. No es un sistema tan extraño. Se está desplegando un sistema parecido en muchas ciudades, pero con las bicicletas. De momento es más plausible encontrarlo dentro del término municipal, pero paulatinamente se debería ampliar para no ser raro o extraño encontrar en soportes de Leioa bicicletas de Getxo, o de Erandio en Bilbao y viceversa. Y ese principio pudiera ser extrapolado al vehículo, en la noción de maximizar el beneficio y minimizar el impacto en términos de huella ecológica respecto al conjunto del planeta, no sólo en emisión de gases con efecto invernadero, sino en el uso potencial, hoy coartado por el actual estado de cosas.

Resumiendo, el asunto se encontraba centrado principalmente en el uso y disfrute del elemento de transporte público como elemento vehicular, pero como no es plausible ni deseable el estrechamiento de la libertad de uso particular, debiera ser posible aplicar criterios colectivos al uso del vehículo particular, con una forma de cierta comunitarización, con el potencial que ofrece la tecnología. Sin duda hay dos grandes piedras, casi dólmenes, que jalonan el diferir en el futuro el potencial inmediato de esta medida: el ámbito de la mentalidad respecto a este cambio de paradigma / perspectiva y por otro lado los linderos referidos a la propiedad privada, el uso colectivo de un bien concebido para ser particular. Sin duda alguna serán los dos grandes desafíos que deberá sortearse el ser o no ser de esta iniciativa, que los legos podrían considerar algo así como vehículos de transporte sin conductor, o VTSC. Conceptualmente el desafío es presente, el potencial es futuro. Y este proyecto incardina en la ola del futuro que se basa en el sustrato de decisiones ya tomadas en pos de un transporte sostenible. La lógica indicaría a seguir los pasos en direcciones como esta que se apunta, referida a esta idea donde quien quiera usar un vehículo de transporte particular lo pueda hacer, pero bajo un nuevo modelo societario del que nos hemos dotado, y por lo tanto, con un elemento transformador y de uso y disfrute, más inmediato. Pues, retomando la idea del confinamiento, el de un coche, el encontrarse en dique seco no sólo limita el potencial de uso y disfrute del elemento, sino que es contraproducente para el mantenimiento del mismo. Y, por tanto, potencial fuente de problemas logísticos, es decir, de ser necesario acudir al taller de reparaciones, principalmente, por falta de uso. Sirva este elemento de acicate para poner encima de la mesa la reflexión sobre el uso circular del uso privado del vehículo dentro de un marco general de uso público y comunitario, tal y como tanto las decisiones y caminos adoptados como la tecnología permiten hoy para un futuro más brillante, próspero y en común.