E principio, hay que advertir que no se puede hablar del comportamiento de la sociedad vasca en abstracto. La abstracción es muy fácilmente manipulable. Por eso, cuando hablamos de evaluar a la sociedad vasca, en primer lugar, deberíamos aludir a las expresiones concretas de esta sociedad, a las personas y fuerzas sociales que actúan de manera organizada en las diferentes dimensiones de la vida social. Es decir, deberíamos referirnos a la sociedad civil (incluida la política) organizada, que es la representación más genuina de la sociedad en general.

Después de evaluar esa dimensión de lo social, si de verdad queremos captar la realidad de las dinámicas resistentes, todavía nos quedaría por examinar la microsociología del conflicto. Como diría Vaclav Havel, nos quedaría por conocer "el vasto campo, no delimitado y difícilmente descriptible, de las pequeñas manifestaciones humanas que en su gran mayoría quedan inmersas en el anonimato".

Esta es una idea que ETA tuvo perfectamente clara cuando intentó provocar un escenario de culpa generalizada similar al que organizó el partido nazi alemán ante su inminente derrota. Indudablemente, la acción terrorista ejercía presión sobre la sociedad vasca en abstracto. Pero, no lo suficiente. Estamos hablando de los años 90 del siglo pasado cuando, tras el éxito popular de la campaña del lazo azul impulsada por las organizaciones pacifistas, la izquierda abertzale se sintió acorralada. El conflicto político se expresaba en términos de todos estamos contra el terrorismo, que seguía actuando y dejaba secuelas trágicas. A partir de las decisiones que ETA y KAS tomaron en el proceso Karramarro, el conjunto del MLNV reprogramó sus planes de actuación (que HB proyectó en la ponencia Oldartzen), buscando provocar una escalada del conflicto con el objetivo principal de ganar la calle al coste que fuera. Utilizó para ello la presión directa a la sociedad civil y a sus entornos de amistad y apoyo, creyendo que así obligaría a toda la gente a colocarse en el interior mismo del foco eruptivo de la confrontación.

La izquierda abertzale teorizó y aplicó la socialización del sufrimiento sobre decenas de miles de vascos de diferente condición. Lo que significaba intimidación y persecución, extorsión y asesinatos. A la nueva fase le llamaron ofensiva, y su desarrollo se sostuvo en el despliegue de todo tipo de acciones de intimidación y violencia, para evitar que las expectativas de avance quedaran a expensas de la capacidad de golpeo violento de ETA. El objetivo era, como en la Alemania que describe Arendt en su breve ensayo Culpa organizada, destruir totalmente "la atmósfera de neutralidad en que transcurre la vida cotidiana de la gente".

Entonces, el partido nazi se valió de sus redes de control social y de todos los resortes del Estado alemán para organizar la culpabilización colectiva, lo que llevó a Arendt a afirmar que "la línea que separa a los criminales de la gente normal se ha borrado con tanta eficacia que mañana nadie sabrá en Alemania si tiene delante a un héroe secreto o a un antiguo asesino de masas". A pesar de ello, Arendt desmontó la idea de la inculpación colectiva. En Euskadi, la izquierda abertzale no pudo alcanzar su propósito de socializar la culpa del conflicto. Las instituciones se enfrentaron con todos sus recursos, buscando garantizar las libertades públicas ante situaciones muy críticas, pero la campaña de socialización del sufrimiento fracasó sobre todo en la base social, por la movilización de la sociedad civil y el extraordinario aguante de los representantes políticos locales.

Ante esa campaña terrorífica, se puso de manifiesto la actitud heroica de muchas miles de personas. Gesto por la Paz enumeró alrededor de 40.000 perseguidos por el entorno violento de ETA, por formar parte del círculo diario de resistencia ante el terrorismo revolucionario. ¿Qué diríamos de una sociedad de tan pequeño tamaño como la nuestra que es capaz de movilizar a diario a tantas personas en un movimiento de oposición al terror? Aun así, en determinados medios no deja de considerarse que la sociedad vasca ha sido permisiva y que, si una sociedad ha permitido esa violencia, es que está enferma. Muchas veces da la impresión de que los que promueven esa acusación buscan ser considerados como la excepción sana, como los únicos justos que lucharon cuando nadie estaba dispuesto a hacerlo, y que pretenden acrecentar el mérito que creen tener con la descalificación al conjunto social en pleno. No todos buscan meritarse, puede que algunos de los acusadores busquen diluir su propia historia en el fallo del conjunto, como dijera la misma Arendt, recurriendo a ese "insoportable elemento de autojustificación".

Pese a la larga duración de la campaña de presión a los representantes de la sociedad organizada, ETA no consiguió que prendiera su visión maniquea del conflicto en la vida social cotidiana. Si hubiera triunfado esa lógica de razonamiento, todos seríamos culpables de lo que ETA, GAL y otros terrorismos habían hecho y en consecuencia no habría culpables. Tampoco existiría la mayoría social (y electoral) vasca, que nunca ha secundado las violencias y que ha manifestado repetidamente su oposición a las mismas. O habríamos sido cómplices de los crímenes de ETA o lo habríamos sido de los graves abusos del Estado. Un escenario hipotético en el que, además de la exoneración de los auténticamente culpables, se crearían las condiciones idóneas para difuminar todo rastro de mala conciencia de los que sí habrían sido explícitamente cómplices o indiferentes ante la violencia.

No existe la culpa colectiva de la sociedad vasca, ni por colaboración pasiva ni por parcialidad moral. Pero, la culpabilidad de los crímenes debe singularizarse, y asignarse a los agentes que los cometieron. En cuanto al terrorismo se refiere, hay culpables individuales concretos, pero no debemos olvidar que estuvieron encuadrados en agencias colectivas también culpables, ya que estas crearon el marco que legitimó moral y políticamente el crimen político. * Analista