TILIZANDO un lenguaje antiimperialista, Daniel Ortega practica un autoritarismo que según se acercan las elecciones del próximo mes de noviembre va endureciéndose con decisiones propias de una autocracia. La ley que permite detener y encarcelar a toda persona a la que se acuse de ser traidora a la patria, por reunirse, manifestarse, expresarse, o tener contactos con el extranjero, es la expresión de una paranoia. Es así que, en las últimas semanas, se multiplican las detenciones de opositores al régimen con el fin de debilitar e incluso anular sus opciones electorales. La nicaragüense Mónica Baltodano, sandinista desde el uso de razón, advierte que se trata de un exterminio político que alcanza a la anulación de derechos civiles.

Entre las personas detenidas hay una gran cantidad de nombres, de mujeres y hombres que fueros cargos públicos y dirigentes del partido FSLN. En la Nicaragua de hoy, un buen número de personas duermen cada día en un lugar distinto para no ser capturadas. Como cuando el presidente era Anastasio Somoza. Detienen sin garantías procesales. Las detenciones pueden prolongarse hasta 90 días antes de llevar a los detenidos ante un juez. La pareja Ortega-Murillo está cruzando todas las líneas rojas. Llaman "Operación Danto 2021" a su represión, emulando a lo que fue una campaña de guerra del Ejército Popular Sandinista en 1988. Se trata de un modo obsceno de intentar un paralelismo entre los "contra" y esa parte del pueblo de Nicaragua que tomó las calles en abril de 2018, por razones democráticas y anhelos de libertad.

Aquellas movilizaciones se saldaron con más de 320 muertos según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Muchos más fueron los heridos de bala. Más de tres años después se estima en 130 los prisioneros políticos en Nicaragua. Se cifra en unas 88.000 las personas que han huido del país, de los cuales 90 son trabajadores de medios de comunicación. La represión de Ortega en aquel mes de abril y siguientes quiso ampararse en la idea de que la amenaza era un golpe de Estado. Pero esa acusación fue un exceso para justificar el uso de armas de guerra en las calles. Resulta que el ejército y la policía cerraron filas con Ortega, los jueces en su gran mayoría obedecían al Gobierno, en la Asamblea Nacional la mayoría absoluta de largo era del partido de Ortega (72 de 90). ¿Qué golpe de estado era ese?

Sin armas, sin ningún apoyo de instituciones del Estado, ¿qué golpe era ese? No lo era. Lo que si era y fue es la expresión de un malestar extendido por el país, sobre todo entre una juventud desesperada por la falta de futuro. Hay que recordar que las protestas lo fueron inicialmente contra la disminución de las pensiones en un 5%, y contra el aumento de las cotizaciones de los trabajadores y empresarios al INSS (Instituto Nacional de Seguridad Social). Pero lo que comenzó siendo una protesta social se convirtió en política cuando las fuerzas represivas y las milicias dirigidas por el Gobierno abrieron fuego contra la gente que, como arma principal, llevaba mantas (pancartas) y sus propias voces para gritar.

Lo cierto es que muchas personas en Europa, vinculadas en su pasado a Nicaragua y la revolución sandinista saben quiénes son Víctor Hugo Tinoco, el exgeneral Hugo Torres, Dora María Téllez, Ana Margarita Vijil, Mónica Baltodano, Sergio Ramírez, Irving Dávila, Tamara Dávila, Suyen Barahona, Gioconda Belli, Henry Ruiz, Edgar Tijerino, los hermanos Mejía Godoy, Norma Helena Gadea, René Vivas, Víctor Tirado, los hermanos Carrión, los hermanos Cardenal ya fallecidos, todos ellos auténticos sandinistas. Contra ellos y lo que representan va la represión, así como contra una larga lista de opositores liberales, conservadores, sandinistas disidentes, todos los cuales están en su derecho de organizarse y presentar candidaturas para las elecciones de noviembre. También empresarios son perseguidos y detenidos. Con una excepción: las grandes fortunas son tratadas con guante blanco.

A muchas de las personas detenidas y encarceladas se les imputa arbitrariamente delitos de traición a la patria, una figura jurídica, creada ad hoc, que permite a Ortega y Murillo ordenar nuevas detenciones cada día, y convertir en delito la libertad de expresión. Ortega trata de deshumanizar a la oposición afirmando "no son oposición, son criminales". Terrible. Muchas de las detenciones se producen bajo la presunción de culpabilidad. No hay aplicación de la ley, hay venganza y ajustes de cuentas. Una mayoría abrumadora de dirigentes sandinistas de los años setenta y ochenta han abandonado el partido FSLN, sin dejar de ser sandinistas, críticos con la concentración de poder de la pareja gobernante. Una pareja en la que Ortega pone la venganza y Murillo el esoterismo.

Lo que está ocurriendo estos días con la intensificación de la represión es un adelanto de lo que se pretende con las elecciones del 7 de noviembre: un acto manipulado, ya desde ahora, para impedir la presentación libre de candidaturas opositoras. Hay aquí un divorcio total entre el régimen de Ortega-Murillo y la democracia. El escenario político y electoral que Ortega está montando persigue perpetuarse en un poder que se compone de anillos concéntricos. El primero lo acaparan Ortega-Murillo; el segundo anillo está formado por familiares que acumulan poder, sobre todo sus hijos que controlan canales de televisión; el tercero lo forman unos pocos incondicionales que se benefician con prebendas y el aumento de patrimonio; luego está el anillo de secretarios territoriales del partido que controlan a las bases del FSLN que gobierna; finalmente un ejército organizado en milicias que controlan la vida cotidiana en municipios y barrios.

¿Cuáles son los objetivos de Ortega en un plazo de tiempo corto y medio? A corto plazo y con las elecciones como escenario el autócrata pretende seguir erosionando a una derecha ya cuarteada que gasta mucha energía en sus propias contradicciones internas. Nicaragua no tiene, hoy por hoy, una oposición sólida, con proyecto político. Lo que une a las alianzas opositoras es el enemigo común, y sus dificultades son enormes cuando se trata de llegar a acuerdos y a elegir candidaturas presidenciables. La propia derecha facilita la supervivencia al régimen. A propósito, estoy en contra de toda injerencia norteamericana. Los problemas de Nicaragua lo que menos necesita es la intervención de Estados Unidos, cuya especialidad son los golpes de Estado, las guerras punitivas, los gobiernos y los ejércitos títere y los bloqueos económicos que los pagan los pueblos.

Y, ¿a medio plazo? En mi opinión los Ortega-Murillo buscan una mayoría absoluta para hacer propaganda en pro de una negociación con una oposición sumamente debilitada. La negociación tras las elecciones es la herramienta del régimen para un lavado de su cara represiva. Sería una negociación para salvar internacionalmente al régimen y romper su actual soledad. Una negociación en la que, con el cuarto mandato presidencial en el bolsillo, Ortega dispondrá de rehenes: encarcelados con sentencia unos e imputados sin sentencia otros, manejando el indulto o la amnistía como piezas de intercambio.

Los Ortega-Murillo tienen margen para negociar reteniendo el poder. Controlan las armas, la policía y el ejército, y tienen desplegada por todo el país a una milicia dispuesta a todo. Enfrente, la oposición es muy débil. Sólo la presión internacional podría dar respuesta al régimen. Pero hay que tener en cuenta que Estados Unidos siempre acecha. Y no tiene amigos, solo intereses.