OS próximos días no habrá muertos en Gaza, pero el conflicto seguirá más vivo que nunca, de la mano del avance imparable de la colonización. En buena parte por la responsabilidad de Estados Unidos que sigue apoyando incondicionalmente al sionismo, si bien es verdad que un sector del partido demócrata presiona levemente sobre Joe Biden para un cambio en su política. Lo cierto es que los organismos internacionales, multilaterales, son incapaces de mediar eficazmente en el conflicto atrapados como están por la presión sionista y por sus propios complejos de culpabilidad histórica.

Ni la Unión Europea (UE) ni Naciones Unidas están a la altura. En realidad, nunca lo han estado. En el caso de las élites europeas, cultivan la prevalencia de un apoyo de facto al plan sionista de dominar la Palestina histórica. Plan trufado de intereses económicos y geopolíticos de la UE, en combinación con una extrema cobardía que le impide ponerse del lado del derecho internacional. Creo que la UE no está contribuyendo, precisamente, a construir unas nuevas relaciones internacionales basadas en el diálogo y la cooperación, donde la libertad de los pueblos prevalezca sobre intereses materiales. Ya abandonamos a la RASD y ahora lo estamos haciendo, desde hace años, con Palestina. Y en el caso de Naciones Unidas, el poder de veto de Estados Unidos la tiene secuestrada. Lo dice su secretario general Guterres: "La ONU es una manguera de bombero sin agua".

Precisamente, en pleno bombardeo de Gaza, el Mister Pesc Josep Borrell reconoció que la UE no puede hacer nada. Que es Estados Unidos quien tiene la fuerza para mediar. Esta es la política exterior europea: no intervenir allá donde están presentes los intereses de Estados Unidos. Inaceptable. La UE necesita mucho más que hacer reuniones y comunicados. Su edificio moral está en ruinas.

Más lamentable todavía. Gobiernos europeos como los de Alemania y Francia han prohibido manifestaciones de solidaridad con Palestina, argumentando que son directamente antisemitas, cuando en realidad son antisionistas, lo que es radicalmente distinto. Los árabes también son semitas, mientras que el sionismo es la ideología de quien impone la ocupación de los territorios palestinos con el pretexto de que toda la tierra palestina les fue entregada de acuerdo con un plan divino. "La Torá es nuestra Constitución", dijo Ben Gurion cuando ya no le quedaban argumentos políticos lógicos. Lo mismo afirman los colonos y el propio Netanyahu. Semejante afirmación que deposita en una manipulación de lo divino la excusa de las matanzas, traspasa todas las líneas rojas de la mentira, la razón y la hipocresía.

El conflicto israelo palestino es en realidad la historia de una ocupación. Una ocupación que impulsa y extiende la colonización con el objetivo de sustituir a un pueblo por otro. Una colonización que pretende la inversión forzada de la demografía a través de la deportación de centenares de miles de palestinos, mediante guerras, confiscaciones de tierras, viviendas y propiedades y acciones punitivas de castigo -ya hay más de cinco millones de palestinos fuera de su tierra, en el exilio-. Las expulsiones se completan con la negación a su retorno, al tiempo que se importan judíos -que a veces no lo son-, de todas partes del mundo para adueñarse de nuevos territorios. Son ya más de 180 los asentamientos de colonos judíos en territorios palestinos de Cisjordania y Jerusalén. La limpieza étnica continúa.

En este contexto, lo que está haciendo el gobierno sionista con Gaza es sembrar la muerte, una vez más, además de manera indiscriminada. Más de 190 asesinados por Israel -de ellos unos cuarenta menores, y trece de una misma familia- y unos 800 heridos y 52.000 desplazados, son la cosecha de bombas que destruyen vidas y edificios en una Gaza ya asolada por la pandemia. Ante la barbarie, otra vez, la UE se ampara en una posición que exhorta a que las partes negocien el alto el fuego, como si se tratara de contendientes con igual responsabilidad. La resultante es quedarse de brazos cruzados, mientras las bombas sionistas masacran población civil como forma de escarmiento y de extensión del miedo. Por su parte, Naciones Unidas no ha sido capaz siquiera de emitir una declaración del Consejo de Seguridad.

Una pequeña franja de tierra rodeada y acosada sistemáticamente, atacada desde el aire, apenas puede defenderse. Es verdad que Hamas dispara cohetes hacia Tel Aviv, bastante inútiles, por cierto. Y es verdad que sus misiles han asesinado a nueve civiles israelíes. Hay violencia de las dos partes, de acuerdo, pero la desigualdad en las responsabilidades criminales es desde luego enorme. Por cierto, se esgrime el derecho de Israel a defenderse. Perfecto. ¿Y cómo debe defenderse un país ocupado como es Palestina? Cuando no lo hizo con armas sino con piedras, también mataban a palestinos.

Hay que clarificar lo siguiente: los bombardeos israelíes son justificados por el gobierno provisional sionista como respuesta a los cohetes lanzados por Hamás. Debe decirse que, pocos días antes del lanzamiento de cohetes contra Israel, el asalto violento de 400 fanáticos sionistas a la mezquita de Al-Aqsa, en Jerusalén, justo en la recta final del Ramadán, rompió una duradera tensa calma y provocó la confrontación inevitable entre árabes y judíos. Los ataques de los ultraortodoxos contra quienes rezan en la mezquita se repiten con frecuencia, como parte de un plan de atemorizar y expulsar población palestina de Jerusalén. Lo hacen con la protección de la policía y el ejército.

De hecho, la judaización de la ciudad, cada vez menos santa y menos plural, prosigue impune. Los derribos de viviendas de palestinos, bajo leyes discriminatorias y etnicistas, preparan la instalación ilegal de nuevos aguerridos colonos. La batalla por invertir la demografía en Jerusalén oriental (zona árabe de la ciudad) prosigue impulsada por el objetivo de lograr una mayoría judía. Para conseguirlo, los sionistas necesitan alimentar el conflicto con nuevas violencias planificadas. Nada es casual. La ocupación y colonización de zonas de la ciudad vieja es ya una realidad en la barriada de Silwan. Ahora se persigue la judaización del barrio Sheikh Jarrah.

Jerusalén es cada vez más judía y menos musulmana y menos cristiana. De hecho, todos los lugares santos de cualquiera de las religiones están dominados por el sionismo con la complacencia de occidente. Una complacencia suavizada por la resolución 478 del Consejo de Seguridad de la ONU que rechaza la apropiación sionista de la ciudad que formalmente goza del estatuto de "ciudad internacional". La resolución no tiene ningún efecto práctico y los sionistas lo saben. Ocurre como con el muro. El Tribunal de Justicia de La Haya lo rechazó, pero sigue en pie y con buena salud.

El último ataque de Gaza solo es un episodio recurrente, pensado para justificar, en razón de la seguridad, nuevas conquistas de territorio. Pero mientras Gaza sufre el martirio, por primera vez, una buena parte de la población árabe que reside en Israel (un 20%, principalmente en Galilea) se está levantando en solidaridad con sus hermanos gazatíes. Puede que más pronto que tarde veamos desatarse una nueva Intifada. Tal vez es lo que buscan sionistas como el ultraderechista y diputado Itamar Ben Gvir, que llama a manifestaciones en las que se grita habitualmente la consigna "¡Muerte a los árabes!".

En este contexto, el reconocimiento por Donald Trump de Jerusalén como la capital eterna e indivisible del Estado de Israel es otra zancadilla más a toda tentativa de diálogo. Es un triunfo de la diplomacia de presión que ejerce Netanyahu, un respiro para un país que sigue sin poder formar gobierno, lo que hace de Israel un país bloqueado y en cierto modo fuera de control. Las bombas sobre Gaza es el recurso habitual de Israel ante las crisis nacionales. Sirven para recomponer mayorías nacionalistas y ultrarreligiosas. Y cuando las bombas paran, prosiguen los asesinatos selectivos.

¿Cambiará Jon Biden la política cómplice de Estados Unidos con la ocupación? No lo hará. Biden, al igual que numerosos congresistas y senadores están donde están por el dinero que les llueve desde los lobbies judíos. Hace muchos años que, afinidades ideológicas y religiosas aparte, el sionismo tiene comprada a gran parte de la clase política norteamericana.

Regreso a la UE. ¿Qué hará o que está haciendo Josep Borrell, el flamante y disminuido ministro de Exteriores de la UE? ¿Se atreverá a presentar un verdadero plan de paz? Es lo que mucha ciudadanía europea espera de sus dirigentes. Pero no lo hará. La UE es cobarde, es acomplejada y débil con el fuerte. Y esta cobardía la estamos pagando con décadas de una herida abierta. Además, las prohibiciones de mostrar solidaridad con el pueblo palestino cierran el círculo de una política sin ética, sin horizonte, sin sentido y con desprecio del derecho internacional.

Finalizo con unas palabras para Juana Ruiz Sánchez, cooperante española que optó por vivir en Palestina hace más de treinta años. Se encuentra bajo detención administrativa de Israel (la detención puede tenerle hasta 75 días en cárcel sin ninguna acusación y antes de pasar ante un juez militar). La conozco lo suficiente para saber que su compromiso con Palestina es transparente y por los derechos humanos. Acusarla de filiación política con grupo terrorista es una falacia, una burda mentira. Así es como el sionismo manda un mensaje dirigido a los y las cooperantes extranjeros para que les invada el miedo y salgan del país. El sionismo no quiere testigos.

Después de más de treinta años en la región de Belén, Juana se ha ganado el respeto de delegaciones, con frecuencia institucionales, que deciden acercarse al conflicto para conocer la verdad.