INCUENTA y una querellas y denuncias, 51, contra el gobierno de Pedro Sánchez por cuenta de su gestión de la pandemia del covid-19 y el estado de alarma decretado por su causa. Bien, bonito, tal vez alguna esté justificada, otras vienen de lejos teñidas del color de la hipocresía y el doble juego. ¡A los tribunales! pues, que equivale a un ¡A la carga! con menos coste humano, de pertrechos y caballerías.

¿Y cuántas querellas y denuncias hay interpuestas y presentadas contra quienes han hecho apología del golpismo, difundido noticas falsas en busca de alterar el orden social mediante la alarma, difamado y calumniado mucho más allá de la libertad de expresión de un gañán? Sean las que sean, si es que las hay, todas me parecen pocas. Pero esa no es ahora la cuestión. La cuestión es el más que evidente intento de golpismo judicial, como ha sucedido en otros países: para qué carros de combate si tienes jueces en el bolsillo (ideológico, eh€ que no se encampanen las togas). Es decir utilizar la formación algo más que conservadora de nuestro Tribunal Supremo y de quienes a su sombra tutelar han crecido profesionalmente, para derribar al Gobierno de coalición. Demasiado estratégico en los modos y los fines como para no ser algo urdido y organizado desde las filas de la ultraderecha o desde la dudosa espontaneidad del justiciero de guardia.

Llama la atención esta alegría justiciera porque ¿quién la paga? Es decir, con qué dinero se pagan esos pleitos en extremo costosos, al margen de la caja de partido, salvo que algunos casos se dirijan -mero barrunto novelesco- como un negocio que busque más que condenas penales de contenido político, indemnizaciones, y en consecuencia una participación (quota litis) en el resultado, por muy prohibido que estuviera desde los tiempos del bretón San Ivo de Kermartin (1253-1303), patrón de la abogacía. Dada la mala fe generalizada que cunde en la esfera pública, nada es descartable. La pandemia ha sido y es un negocio sucio.

Ahora bien, si el resultado no es el pretendido, una morterada de condenas en costas por temeridad y mala fe en el accionar de querellantes y demandantes sería un bonito resultado; pero es como si esta tropa querellante sobre los cuerpos de los fallecidos y dañados estuviera segura del resultado y esa seguridad excluyera lo que pueda haber de apuesta a modo de juego de envite o azar. Invita a pensar que los justicieros confían en la ideología de los magistrados que van a entender del asunto, porque ya han dado muestra de ella en otros casos de calado político, como es este.

No todo lo sucedido ha dependido de personas concretas. De las carencias se ha hecho negocio, y dado el origen de la calamidad, se ha actuado con una improvisación que, en muchos momentos, ha sido forzosa e inevitable. ¿Se podría haber actuado de otra manera? Y yo qué sé€ El coste en vidas ha sido alto, pero no más que en otros lugares azotados por la pandemia.

A nada que te alejes unos pasos de este avispero y mires con escepticismo racional y también con saludable cazurrería, el montaje procesal urdido da más asco que otra cosa. No hemos salido de la pandemia y de sus consecuencias clínicas y sociales, de las que se aprovechan algunos de los justicieros -el despido de los héroes de ayer solo es una muestra- y se prefiere el barrizal cenagoso a una actuación política de conjunto que beneficiara al común que es, nos digan lo que nos digan, el gran olvidado en esta historia.

¿Se va a llevar al Tribunal Supremo a la aforada IDA por causa de su gestión de las residencias de ancianos madrileñas y de lo en ellas sucedido o esta, por su ideología, queda excluida? Está por ver. La moción de censura que hoy no, mañana sí, plantea el dubitativo Gabilondo no lo es todo, caso de llevarse a cabo, obviamente. Como decía al principio, no solo los gobernantes han hecho méritos para que sus actuaciones pudiesen ser examinadas por unos tribunales de justicia. Entre los gobernados, muchos son los que han hecho méritos sobrados para dar no ya en el tribunal, sino en el calabozo, ya sean pillos y golfos sin escrúpulos, asalta caminos capaces de ser ladrones de cadáveres, como los del cuento de R. L. Stevenson, o maleantes de la peor y más peligrosa actividad política que haya ahora mismo en el panorama, la del fascismo a la española.* Escritor