A pasado una semana de campaña. Ha sido una sensación atípica, una mezcla de querer y no poder. Y es que las restricciones de seguridad en relación a la pandemia de covid-19 limitan las apariciones públicas, los contactos y los actos multitudinarios. Por el contrario, la sociedad se va acomodando a la nueva realidad y, en ocasiones, parece que la transición se está produciendo demasiado rápidamente. Determinadas escenas de celebraciones populares han olvidado irresponsablemente que el virus sigue entre nosotros y que su capacidad de contagio permanece.

Como primera conclusión del momento político, es preciso decir que la determinación de la fecha electoral fue un acierto. Fuera del estado de alarma y de la emergencia sanitaria, los comicios se podrán desarrollar con seguridad y libertad. Algo que contrasta con aquella queja repetida de que “no se daban las condiciones sanitarias ni democráticas para ir a votar”. Quienes esto decían, pájaros de malos augurios, han pasado página a sus reproches para centrarse velozmente a la busca y captura del voto. Amnésicos interesados.

La segunda lectura que puede hacerse del actual momento electoral es una percepción doble. Por un lado, la gente no tiene interiorizada en su cabeza una confrontación partidista. No digo unas elecciones, sino una pugna abierta entre formaciones distintas que se pelean por obtener mejores resultados o votos. Una mayoría de vascos y vascas no quieren ruido. Bastante incomodidad e incertidumbre han tenido en los últimos tiempos como para soportar el fragor de una contienda política al uso. Eso no significa que se desentiendan de las elecciones, pero sus prioridades, hoy por hoy, son otras: la salud, la seguridad, el empleo, las vacaciones… Dicho esto, también una mayoría tiene decidido acudir a las urnas el próximo domingo 12. ¿En qué porcentaje? No lo sabemos, pero los sondeos indican que será similar al que tuvimos hace cuatro años.

La tercera consideración está vinculada exclusivamente a las formaciones políticas que pugnan por obtener representación: un grupo de formaciones -EH Bildu y Podemos- coinciden en desarrollar una campaña de acoso al partido gobernante. Este, el PNV, lejos de entrar en la melé, procura buscar la movilización para reforzar su mayoría. Los socialistas, por su parte, confían en mejorar posiciones impulsados por el tirón de Pedro Sánchez y, finalmente, la derecha española, mejor dicho el PP, se juega en estos comicios, el ser o no ser en Euskadi.

EH Bildu quiere crecer. La ansiedad por medrar le puede y juega un doble papel. Uno, pretende contentar a su parroquia, siendo el látigo opositor del PNV. Al mismo tiempo, sus estrategas saben que el electorado les exige moderación y envuelven su propuesta en una imagen edulcorada de celofán. Ambas campañas intentan convivir para fortalecer una alternativa seria al PNV. Pero los caramelos amargos no suelen tener éxito, aunque el envoltorio sea brillante.

Los morados de Podemos han tenido claro desde un principio cual es su mensaje; la alianza de izquierdas. Aunque al personal le resulte inverosímil. Tienen poca credibilidad, su extrema ideologización les aísla de la realidad. Además, han perdido el perfil verde de Equo. Difícilmente repetirá resultado.

Los nacionalistas gobernantes centran su mirada no en la oposición sino en la participación. De ahí sus esfuerzos por incentivar la movilización del voto. Si lo consiguen, quizá obtengan resultados históricos.

E históricos, pero por todo lo contrario, pueden ser los votos que obtenga el Partido Popular. El pasado martes, la imagen de Carlos Iturgaiz calándose una txapela roja me indujo a confusión. Todavía hay símbolos en Euskadi que siguen presentes a pesar del paso de los años. Y es que la derecha tradicionalista siempre ha exhibido sus lazos históricos con el carlismo más cerril.

Hay que recordar que si bien el mayor número de integrantes de los “tercios” de requetés provenían de Navarra, en la comunidad vasca también hubo otros núcleos importantes de carlistas (Arratia, Duranguesado…) Su influencia durante la dictadura fue notable y su vestigio ha perdurado sociológicamente por tiempo en este país.

Los requetés, alineados con Franco especialmente por la intervención de Mola, siempre guardaron un perfil de defensa “foralista”. Tal es así que, cuando las tropas franquistas tomaron Gernika en 1937, se corrió el rumor de que varios falangistas se disponían a cortar el árbol representativo de las libertades vascas con hachas por considerarlo un símbolo separatista y, ante ese rumor, el entonces capitán del tercio requeté de Begoña, Jaime del Burgo Torres (padre del diputado navarro, Jaime Ignacio del Burgo), mandó formar un escuadrón de boinas rojas armados con el que rodeó el recinto del árbol e impidió que éste fuera dañado.?

La txapela que Iturgaiz se caló en campaña, nada tenía que ver con el carlismo. Ni con el foralismo. Era un guiño festivo. Un alarde.

La derecha española ha abdicado de la moderación y también de sus lazos históricos, que ha defendido tradicionalmente en Euskadi. Su deriva, influenciada por la fundación FAES, ha alimentado una estrategia destructiva que acabará con su ya exigua representación pública en el País Vasco. El poder central del aparato de Génova, con la inestimable colaboración de los sectores más radicales vizcaínos y alaveses , ha desguazado la estructura del PP vasco forzando no ya la salida de Alfonso Alonso, sino, probablemente, la inminente sustitución de Amaya Fernández por el hoy candidato a la Lehendakaritza, que tras los comicios autonómicos será el delegado de Casado en Euskadi.

Condenado todo el cuadro dirigente al ostracismo, escorado el perfil del partido a la derecha más extrema y convirtiendo la organización alavesa en un “sálvese el que pueda”, al Partido Popular Vasco sólo faltaba la puntilla para perder todo signo de vitalidad. Y esa puntilla llegará, mañana domingo, cuando de la mano de Casado irrumpa como referente de la nueva derecha, Inés Arrimadas. Y lo hará con total desvergüenza a la sombra del árbol de Gernika, en un acto electoral que ni los propios soñaban en sus peores pesadillas.

No es la primera vez que dirigentes populares madrileños visitan Gernika. En noviembre de 1996 fue Jose María Aznar quien acudió hasta la villa foral en un encuentro marcado por la inusual relación de sintonía alcanzada entre el PP y el PNV. El entonces presidente español firmó en el libro de honor de la Casa de Juntas mientras su director de comunicación, el siempre locuaz Miguel Ángel Rodríguez, hacía comentarios inapropiados sobre la simbología del momento y la “verdadera épica” no representada “por un roble” sino por “héroes como el Cid campeador”. Recuerdo el cabreo que los comentarios provocaron en nuestro Juan Carlos Urrutxurtu, encendido ante tamaña desconsideración y falta de respeto. De aquella visita, mantengo algo más en la memoria: unas palabras de Aitor Esteban, a la sazón presidente de las Juntas Generales y, en su caso, anfitrión de la visita. Esteban fue cuestionado por un periodista si regalaría un retoño del árbol de Gernika a Aznar. Su respuesta fue, como siempre, rotunda. “No. Primero deberá ganárselo”. Jamás lo consiguió.

Mañana, los herederos del mismo Aznar volverán a posar bajo el nuevo roble de Gernika, un árbol vigoroso que crece con fuerza y esplendor tras las crisis de sus antecesores; un símbolo de libertades cuya grandeza estriba en dar cobijo a todos, incluidos los negacionistas de su rango genuino diferencial. Alrededor de un roble de la misma especie se reunieron por siglos vizcainos que determinaron los rasgos más señalados de su convivencia. Una asamblea regulada por una legalidad o fuero que limitaba los derechos y libertades de sus representados. Un sistema político diferente. Ni mejor ni peor. Distinto. Cuya esencia, una mayoría de la ciudadanía de este país desea recobrar y actualizar. La Constitución española los denomina “derechos históricos” que “ampara” y “respeta”. Pero los constitucionalistas de nuevo cuño los ignoran, desprecian y califican de “privilegios” que se han comprometido en abolir.

Eso no obsta para que, con toda la desvergüenza del mundo y para proclamar su santa alianza de las derechas hispanas, se retraten en Gernika con despecho y atrevimiento. El electorado vasco, con su capacidad de discernir quién le representa mejor, sabrá premiar o castigar el comportamiento de cada cual. La solución la veremos el próximo día 12. Pero suena a velatorio. Con la txapela naranja.

* Miembro del EBB de EAJ.PNV