ENÍA razón Pablo Iglesias cuando se dirigió al diputado de Vox. Si no quieren dar un golpe de Estado, al menos lo parece y desde hace años, desde la crisis del referéndum catalán. Piden pruebas y estas están en las hemerotecas y pantallazos de sus intervenciones en redes sociales, en las que han hecho reiteradas llamadas al Ejército y a la Guardia Civil, pero de forma entre explícita y velada, no fuera a ser que pudieran, cosa rara, procesarles de oficio. Cucos. No hace falta una cuartelada de espadones. Hoy hay otros métodos para derribar un gobierno, que a eso es a lo que se está aplicando con denuedo la extrema derecha, que es muy extrema y es mucha más que la que forma en el banderín de Vox. Basta con crear un clima de descontento social sobre la realidad incuestionable de una tragedia, como es la pandemia del covid-19; con recurrir a los tribunales de forma masiva y agitar las aguas de los medios de comunicación; con expandir sin descanso falsas noticias para crear un ambiente de inquietud proclive a la desobediencia, con la Guardia Civil de por medio€ Irrespirable. Lo raro es que el Gobierno no recurra en defensa de la estabilidad al aparato legal a través de la Fiscalía General en un momento de crisis social profunda que la bronca apenas enmascara.

Mejor no olvidar que ese episodio tuvo lugar al día siguiente de la abyecta actuación de Cayetana Álvarez de Toledo en el Congreso contra el padre del vicepresidente del gobierno, tachándolo de terrorista y reiterando el insulto a la vez que tachaba a Iglesias de folclórica por recurrir a abogados. Se le podía haber replicado con el historial de la aristocracia genocida argentina y tal vez con el de alguno de los miembros de "las FAES" de Aznar. No se trata del "y tú más", pero en este país, terroristas de panfletada y de asociación, propaganda y demás, hay algunos cientos de miles: todos los que pasaron por el ilegítimo TOP (por no hablar de los indecentes consejos de guerra), sin ir más lejos, durante años y más años, de 1963 a 1977 en concreto, antes y algo después de que la flamante diputada comenzara a vivir una vida de lujo. De la Audiencia Nacional, mejor no hablar. Abyecto.

Los entusiasmos de los primeros días de la pandemia han dado paso al encono cainita perfectamente organizado, que ha tomado literalmente la calle y ha dado en un clima irrespirable que va a más, sobre el paisaje desconocido del alcance del descalabro económico -frente al que el ingreso mínimo aprobado es posible que no pase de ser un apósito- y el olvido de los sanitarios y otros profesionales sobre cuyas espaldas cayó lo más duro de la pandemia. Ni memoria ni conciencia, al revés, mentira sobre mentira. Por ejemplo, las residencias de ancianos de Madrid esgrimidas con desvergüenza y a modo de lacrimoso florete por la marquesa, son competencia de su compañera de partido la pintoresca Ayuso, que ahora mismo se aplica en las privatizaciones de centros de salud.

Hay que concluir que la derecha bronquista no ha hecho nada para apoyar la lucha contra los daños de la pandemia, salvo las estupideces reiteradas de Díaz Ayuso. Se habla de errores, pero no se señala cuáles ni de qué entidad son estos. Las acusaciones bastan, el objetivo, quedó dicho, es el derribo del Gobierno de coalición al que se ha aplicado la derecha desde las últimas elecciones: no toleran que el resultado lleve a gobernar a otros que no sean ellos.

Nadie parece reparar en que la gestión de otros países es igual o peor que la española. Para admitir que aquí se ha hecho lo que se ha podido, con los medios que se ha tenido, los que venían deteriorados por las políticas sanitarias del PP, no hace falta votar ni al PSOE ni a Podemos.

Tal y como sucedió en otra ocasión, el golpismo es cosa del gobierno, la provocación y las agresiones también, la dictadura y el régimen policiaco lo mismo, el odio expandido ídem. Los malos españoles son los que no están con ellos. Nadie de esa camorra rojigualda parece acordarse de la ley Mordaza, de los palos, las multas y las sentencias ejemplares, y con razón porque no iba con ellos, sino a su servicio expreso... Mala fe a raudales sin otro objetivo que deteriorar la convivencia a límites intolerables que requieran con urgencia un salvador de la patria (ellos obviamente). * Escritor