DICE así la RAE: "Andamio: armazón que se levanta para subir a lugares altos y así poder trabajar"; "Puente: construcción que permite salvar accidentes geográficos"; "Trinchera: zanja excavada en la tierra dentro de la cual quedan los soldados protegidos del fuego enemigo para así poder disparar". Soy de los que creen en los puentes políticos y en los andamios posibilistas y pragmáticos y de los que abominan de las trincheras políticas e ideológicas. De los que piensan que si es importante plantarse objetivos en la política, quizás sea más importante establecer el camino para ir acercándonos paulatinamente a esos objetivos; que estos no se plantean como blanco o negro, todo o nada, sokatira definitiva, desafío o empate infinito porque entonces quien gana es el más fuerte y quizá no tú. De los que piensan que a una cima se puede llegar de muchas maneras, de frente en solitario y desfallecer en el intento por loable que sea o circunvalando la montaña poco a poco y en compañía. De los que desean una Euskadi en la que los diferentes sentimientos de pertenencia convivan compartiendo un proyecto de país a futuro construido entre todos; una Euskadi en la que la voluntad democrática de sus ciudadanos sea la base de la mutua convivencia y en la que los acuerdos amplios entre diferentes sirvan para hacer frente a los retos del futuro.

La apuesta es la negociación, el no impedir y no imponer, el derecho a decidir y su concreción pactada, la convivencia y bilateralidad real, respetuosa, mutuamente acordada y amable entre Euskadi y España. Un proyecto de futuro, líder, que se trabaja y gana trabajando entre todos codo a codo y día a día, porque al fin y al cabo todos somos parte vital de ese proyecto a futuro, abierto y amplio. Un proyecto con el que vascas y vascos aspiramos a ser lo que deseamos y que por ahora no hemos conseguido plenamente. Una Euskadi como objetivo, autoexigencia moral e imaginación creadora, lugar de contradicciones y de discrepancias, apuesta abierta de interrelación e interdependencia, vía vasca al futuro que alumbra y se hace realidad, causa que merece la pena y en la que existen razonables expectativas de ganar el devenir porque disponemos de la capacidad creadora necesaria para acometer un futuro nacional y social, justo y solidario. Es un proyecto político que exige energía, innovación creadora, confianza en nosotros e inteligencia de que la fe no es creer lo que no hemos visto, sino hacer realidad lo que creemos, soñamos y apostamos.

Seguiremos siendo no solo porque acertemos y demos con el proyecto y las soluciones sino por anticiparnos a dárselos al futuro. El objetivo y fin último de la política es la persona y solo se justifica y tiene sentido en la medida en que es capaz de servir a la dignidad, bienestar y libertades esenciales del ciudadano. Es vislumbrar una sociedad vasca imperiosamente necesitada de normalizar -normalizar, sí- de una vez por todas y muy definitivamente su convivencia y de gestionar con eficacia definitiva la construcción de un escenario garante de un futuro político compartido. Y por ello nos es imprescindible una lectura crítica de lo ocurrido. Porque no podemos correr el riesgo de no aprender de nuestros errores y continuar arrastrando dolor. Es elemental desnudar la violencia de cualquier lectura épica, de relatos que justifiquen bajo el eufemismo del conflicto tanto dolor. Habrá que reafirmarse en la convicción de que la violencia solo aporta dolor y que es inválida para construir nada positivo. Será de justicia y lealtad democrática recíproca exigir respeto para los vascos que quieren ser solo vascos y los que quieren ser además españoles y/o otras identidades múltiples. La libre decisión que respeta las reglas de juego con manos tendidas que se estrechan.

La defensa de los principios democráticos y reglas del juego de mayorías y minorías deben ser compatibles con el ejercicio sensato de la política. La cesión y transacción deben ser interpretadas como movimientos inteligentes y necesarios de una saludable política democrática y no como exhibición de debilidades, ni acusación de traición. Los caminos absurdos y viscerales que no van a ningún sitio salvo al enfrentamiento estéril no pueden ser el horizonte de las generaciones venideras que ya están entre nosotros. No pueden serlo las hogueras políticas, las exaltaciones de papel cuché y líneas rojas y cordones sanitarios, salvo los puestos a intolerantes, sectarios, machismos de caverna y al latente fascismo histórico en sus variadas caras y fases. La ilusión es Euskadi nación vasca, patria que construimos en auzolan para hacerla más y mejor con la confianza de que se acepte con naturalidad que el nacionalismo vasco responde a una voluntad legítima y democrática de amplias capas de la sociedad vasca y que no habrá problema en abordar con naturalidad las percepciones diferentes, todas legítimas y democráticas, que contemplen cuestiones tan enredadas históricamente entre lo vasco y España, sus derivadas en cuanto a los grados de conciencia nacional vasca y/o española u otras. En la esperanza de que seguiremos abordando en toda su dimensión los problemas inherentes a la sociedad que nos ha tocado vivir: paro, vivienda, inmigración, multiculturalidad, sanidad, educación, equidad, innovación, tecnologías, juventud, tercera edad, ocio, infraestructuras, movilidad, medio ambiente, Europa etc.

Los conflictos identitarios hay que saber prevenirlos y esquivarlos a tiempo, necesitan de gestión serena y sensata para evitar su exacerbamiento. Llegará el día en que se reconocerán las identidades compartidas y que estas no se conviertan en armas arrojadizas, el día en que se reformará lo que haya que reformar si la sociedad vasca así lo demanda buscando nuevos espacios de encuentro donde se respetará la palabra y voluntad mayoritaria, negociando y pactando, aquí y con el estado. En el que nada se impondrá en Euskadi y tampoco nada se impedirá en Madrid. Mientras, es preciso actuar con pragmatismo sin confundir principios con coyuntura, con paso de buey que bordea la montaña hacia la cima. Y avanzar, construir y mejorar solidariamente la nación vasca, con altura de miras, sin que lo máximo se convierta en enemigo de lo bueno, ni lo óptimo de lo posible. Hace falta colocar en el centro de la política la libre adhesión. Nada se puede construir sin amplias mayorías, pues imponer es letal para la convivencia.

Pero se puede confiar en Euskadi, en sus mujeres y hombres, su espíritu emprendedor, nuestra identidad como vascos, la valía de nuestras gentes, el derecho que tenemos a dibujar nuestro presente y futuro, y en nuestra prudente y audaz capacidad inteligente de integrar, incluir y negociar con paso seguro y mirada larga. El pasado está escrito, se puede describir, pero no cambiar. El futuro es el mejor regalo a legar a los que nos sobrevivan y este está por escribir, es nuestra esperanza y patrimonio intacto. Es cierto que muchas semillas no germinan nunca, pero también hay solo un fruto que nunca se recoge: el de las semillas que no se ha tenido el coraje de plantar. Euskadi no se construye unos frente a otros, desde la falsa comodidad que dan las trincheras políticas entre ideas democráticas y legítimas por mucho que estas discrepen. Euskadi es, debe ser, compartida, desde el cumplimiento íntegro del Estatuto, la profundización del autogobierno con el máximo consenso posible y el esfuerzo compartido para lograrlo; la bilateralidad, el blindaje de las competencias, el Concierto político y el no imponer ni el impedir. Sí a los andamios y puentes. Evitemos las trincheras.

* Profesor