TENÍA puesta la radio. Había escuchado a Eduardo Madina en una tertulia decir un sinnúmero de tonterías en relación a la catástrofe del vertedero de Zaldibar. Pontificaba como un cura de los de antes elevado en el púlpito. Se veía que no tenía ni puñetera idea del caso. Ni tan siquiera supo situar Zaldibar en el mapa: "Está cerca -dijo- de la reserva de Urdaibai". Fue la parte más acertada de su perorata acusadora que, cómo no, estaba dirigida al lehendakari.

Le creía más serio. No tan superficial ni irresponsable de acusar sin pruebas, sin información y sin haber contrastado sus prejuicios. La actitud de Madina la había visto antes en otros que, lejos de detenerse y reflexionar sobre lo que estaba pasando en esos días, se sumaron a la juerga de atizar al poder establecido. Con razón o sin ella. Lo fácil era incorporarse al cabreo, alimentando la indignación sin el más mínimo razonamiento.

Escuchaba la radio, sí. Triste por el comportamiento de quienes deberían separar opinión de información y no lo hacían. Consternado por quienes preferían dar pábulo a los rumores infundados por encima de las informaciones oficiales de los organismos públicos, estamentos a los que alegremente despreciaban por "falta de información" pese a que día a día, a través de portavoces técnicos -expertos, por lo tanto- trataban de responder en relación a lo que acontecía. Nada parecía racional. Pero pese a que se dijera que los sucesivos controles atmosféricos evidenciaban que el aire respirable era adecuado, que de una veintena de elementos analizados solo las dioxinas y los furanos daban resultados anómalos, el titular que se transmitía era el de la contaminación atmosférica. Alimentando a la bestia del miedo colectivo.

Escuchaba la radio cabreado. El titular de un periódico de referencia abonaba el amarillismo. "Expertos del CSIC -decía El Correo- piden el cierre de la planta de biomasa de Güeñes por su peligrosidad". El Centro Superior de Investigaciones Científicas desmentía al día siguiente la noticia. Ni el estudio técnico al que hacía referencia el diario era del CSIC, ni su autor era experto en la materia. Una falsedad doble soportada en portada y página interior. ¿Rectificación? Ez, eskerrik asko. Vocento jamás se equivoca. Eso sí que es soberbia.

Cambié de dial y me encontré a supuestos periodistas editorializando sobre el caso de la tragedia del vertedero derrumbado sumándose a la consigna política de "Zaldibar argitu", leitmotiv editado por los cafres de siempre. Se trataba de una emisora pública, pero a los que disponen de un micrófono abierto a su disposición eso les daba igual. Hasta echaron un bertso criticando al gobierno que sustenta las emisiones que les alimenta y mantiene.

Pero el "activismo" de los comunicadores no es un mal exclusivo de nuestros medios. De Madrid llegó una reportera de supuesto postín. No necesitó documentación para su pieza a publicitar en El intermedio de Wyoming. Cuatro testimonios de vecinos enfadados, una entrevista a un "ecologista" y una persecución por los pasillos del Parlamento a un huidizo consejero, al más puro estilo de Sálvame tras la Pantoja. Por cierto, el "ecologista" justiciero, que hábilmente ocultó su condición de exalcalde de un municipio vizcaino con vertedero, se despachó a gusto. No pongo en duda su libertad para opinar. Faltaría más. Lo que no admito en ningún caso es la mentira. Y en la entrevista, la bilis cegó al entrevistado faltando de forma sonrojante a la verdad.

Entre otras lindezas, el exalcalde "independiente" vino a coincidir con el argumento de Macarena Olona -Vox- que acusó al Gobierno vasco de no haber admitido la colaboración del ejército en las labores de rescate de los trabajadores desaparecidos. ¡Qué infamia utilizar el dolor de las víctimas con argumentos mentirosos! Han sido la propia ministra de Defensa y el delegado del Gobierno quienes han desmentido que nadie pusiera a disposición del Gobierno vasco a la UME (Unidad Militar de Emergencia) para las labores de desescombro en Zaldibar. Si no hubo ofrecimiento, difícilmente pudo haber rechazo. Mentirosos asquerosos.

Las falsedades, las fake news, las trolas, los rumores, las insidias, se han sucedido y prodigado estos días pasados con gran profusión. La pandemia de embustes y de infundadas sospechas se ha multiplicado en nuestro entorno con mayor virulencia que la gripe. Y en ese clima propicio de inseguridad, el miedo ha campado a sus anchas entre la gente corriente. Bastaba ver algunas reacciones sin fundamento para darse cuenta de la desprotección que la desinformación provoca. Una amama comentaba a una televisión que su nieta no había ido al colegio por temor a la contaminación del aire y paradójicamente la niña -como no podía ser de otra manera- correteaba por la calle junto a su casa. Un jubilado advertía de que él solo bebía agua embotellada a pesar de que todos los informes aseguraban que la potabilidad del agua corriente era total. Una joven negaba con vehemencia la información de los bomberos anunciado que los fuegos estaban ya apagados. ¿Por qué lo hacían? Por desconfianza. Por un temor descontrolado. Y el miedo es el mayor peligro de la verdad.

Estoy convencido de que no todo se ha hecho bien en esta inédita crisis. Lo ha reconocido hasta el propio Urkullu en sede parlamentaria. Y por ello ha pedido excusas a la ciudadanía. Pero en esta procelosa situación de turbulencias, nadie negará que ha habido pescadores que han agitado aún más las aguas esperando poder pescar réditos políticos. ¿Cómo calificar la concentración de vociferantes embozados con mascarillas en la puerta del Parlamento en Gasteiz? ¿Miedo a la contaminación en Gasteiz? ¿No sería que su exigencia de aclaraciones fuera solamente una excusa para calentar el ambiente?

Luego está la derivada política. Lo que Txema Montero calificó en su brillante artículo del otro día como "guerra civil multilateral". Todos contra el PNV. PP, EH Bildu y Elkarrekin Podemos al unísono. Según ellos, nada se ha hecho bien: no ha habido empatía con los familiares de las víctimas, se han ocultado pruebas e informes, no ha habido controles, se podía haber hecho más, todo ha sido un caos.

La oposición política tiene la obligación de controlar la gestión del ejecutivo. Pero en una catástrofe sobrevenida como la que hemos padecido todos esperábamos algo más de sus ilustres señorías de la oposición. ¿Qué habrían hecho ellos en estas circunstancias? ¿Qué más o qué menos habrían atendido? No lo sabemos porque no han tenido tan siquiera el valor de decirlo. Quizá porque lo único que sepan es restar. Nunca sumar.

En 1983 se produjeron en Bizkaia y Gipuzkoa unas devastadoras inundaciones que provocaron varias víctimas mortales y destrozos que todavía se recuerdan. Por entonces, gobierno y oposición se calzaron las botas de agua para limpiar las calles del país y retomar la normalidad. Aquel espíritu constructivo no lo hemos conocido ahora. Ni Maddalen Iriarte, ni Alonso o Martínez han arrimado el hombro. Ni tan siquiera han descolgado el teléfono para ponerse a disposición en las labores de emergencia. De ellos solo hemos percibido crítica. Y la crítica es aceptable. Pero no lo es tanto cuando se produce sin afán positivo.

Confieso que la situación me tiene ofuscado. Pero más allá de las posiciones miserables o de la manipulación que ha desorientado a una parte de la opinión pública, ha afectado mucho más -muchísimo más- a mi ánimo la no localización de los dos operarios desaparecidos en el vertedero siniestrado. Muchísimo más me apena el dolor de sus familias. Y mi consternación es máxima por la irresponsabilidad de quienes desatendieron las medidas de seguridad y con su negligencia provocaron una catástrofe medioambiental y sanitaria como la que vivimos. Espero que la justicia haga caer sobre ellos todo el peso de la ley. Eso sí me tiene cabreado de verdad.

Lo demás se me ha pasado oyendo la radio. Angels Barceló ha puesto en antena una canción interpretada por la artista mexicana Paquita la del barrio. Su retahíla de insultos es mejor que la de Casado a Sánchez. Por fin he esbozado una sonrisa. La letra de la ranchera comienza así: "Rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho, infrahumano, espectro del infierno, maldita sabandija. Cuánto daño me has hecho, alimaña, culebra ponzoñosa, deshecho de la vida. Te odio y te desprecio?".

Siguiendo la tradición de la radio, dedico la canción de Paquita la del barrio a?