NO hubiera estado nada mal que el patriotismo vasco celebre no solo el Aberri Eguna sino que la Euzkadi institucional celebrara la consecución del primer estatuto que dio paso a un gobierno (7 de octubre 1936), el presidido por Agirre, que contó con ejército, política exterior y hasta con moneda y en circunstancias de guerra. Nunca algo parecido volverá a suceder. Fue un hito machacado y perseguido con saña por Franco, sus generales y la derecha hispana. Pero éste es un país que es incapaz de reconocer lo obvio y así nos va en muchas cosas.

El PSE y el PP lo que quieren es celebrar el segundo estatuto, cuyo cuarenta aniversario conmemoraremos dentro de cinco días, aunque lo celebrarán como la panacea de la convivencia cuando en cuarenta años han sido incapaces de decirles a sus hermanos mayores, sus jefes de Madrid, que cumplan una ley orgánica refrendada por el pueblo mayoritariamente y, en el caso del PP, olvidando que su nodriza, la Alianza Popular de Fraga, votó en contra del Título VIII de la Constitución y posteriormente del Estatuto de Gernika. Hoy lo celebran con tal fruición que quien desconoce la historia podría creerlo su obra. En la otra esquina están los herederos de HB. Tras reírse del “estatuto vascongadillo”, nos señalan con el dedo por estar todavía incumplido y piden con pasión la transferencia de prisiones cuando no la tenemos precisamente por ellos. No deja de ser enternecedor escuchar a Otegi decirnos que van a Madrid a tener grupo parlamentario y que este estatuto no está nada mal para comenzar a andar, aunque faltan Navarra e Iparralde y nos restriegan que está sin cumplir. Ya lo sabemos; lo que ignoramos es si la situación sería la misma, Navarra incluida, sin el fuego graneado de una ETA que mataba y mataba. Pero eso, al parecer, no va con ellos. Lo de ellos es señalar a los demás y decir, como Arkaitz Rodríguez que también los gudaris mataban.

Todo ellos desconocen el inmenso dolor acumulado en tantísima gente y la inmensa alegría que tuvimos todos cuando la noche del 25 de octubre de 1979 vimos que teníamos una puerta abierta hacia el futuro. Se le añadía algo tan simbólico e importante como ir todos, mes y medio después, a Sondika a recibir al lehendakari Leizaola, que volvía de un extenuante exilio donde había dejado en el camino al lehendakari Aguirre. Subleva que se menosprecie este épico logro, obtenido con uñas y dientes en una negociación única en la que no solo logramos un buen Estatuto sino la devolución del Concierto Económico para Gipuzkoa y Bizkaia. Un Estatuto que tiene una Disposición Adicional que dice que “la aceptación del régimen de autonomía que se establece en el presente Estatuto no implica renuncia del Pueblo Vasco a los derechos que como tal le hubieran podido corresponder en virtud de su historia“ no es un mal Estatuto. Estos sabiondos a la veleta deberían reflexionar sobre por qué no está completado y preguntarse de quién es la responsabilidad. Y deberían respetar el trabajo fundamental de aquel equipo de lujo de EAJ/PNV que lo hizo posible porque sabía negociar, pactar y alquilar una avioneta para que el texto acordado llegara antes que el catalán y fuera el primero en discutirse en las Cortes. Si desean saber cómo fue toda aquella tan tensa negociación con los poderes fácticos presionando, con ETA secuestrando y matando, con una derecha asilvestrada y negativa, con una HB increpándoles, con el PSE en clave estatal... que lean el libro Estatuto que escribieron dos buenos periodistas vascos, Kepa Bordegaray y Robert Pastor.

Adolfo Suárez tenía verdadero interés en que el referéndum estatutario saliera adelante ante la crítica feroz de la izquierda abertzale y de la derecha cavernaria y nos envió un sociólogo, de apellido Olcoz, para asesorarnos en la campaña, que nos presentaron con un lema muy sencillo y positivo. “Vamos a levantar este país con una sola palabra, BAI”. Y este criterio del “Bai” se utilizaba para la recuperación del euskera, para superar la dramática crisis industrial, para acabar con la violencia, para poner en valor todo lo vasco. Una sola palabra, “Bai”, frente al “ez” de AP y de HB. Y ganamos. Sin dejar de reivindicar su ampliación y sin dejar de buscar ensanchar todas las avenidas, el Estatuto de Gernika fue obra de un pacto inteligente entre Suárez y el PNV; no vayamos a desmerecer, aunque sea por simple autoestima histórica, lo que hicieron nuestros mayores. Y un dato objetivo: nuestro Estatuto y nuestra financiación son mejores que los catalanes. Quizás hoy la situación de Catalunya sería otra. Y lo lamento. Mucho más tras la inicua sentencia.

Años más tarde, en 1986, llegamos al Congreso con cara de susto y los ojos abiertos. De seis diputados, dos se fueron al Grupo Mixto. Nadie daba un duro por nosotros. Nos habíamos dividido, algo impensable, pero ocurrió. Con Xabier Arzalluz preparé la Investidura de Felipe González. Le dije que subir a la tribuna imponía. Arzalluz, que fue diputado con una oratoria considerada la mejor de la primera legislatura, me dijo que me imaginara a Fraga, Suárez, Felipe, Guerra y demás en calzoncillos y que hablara a cada uno de ellos viéndolos sentados de tal guisa en su escaño. También me pidió que fuera miembro de la Comisión de Defensa. “¿Para qué?”, le pegunté. “Para que compruebes algo tan obvio y que aquí se olvida como que España existe. Y que esa España tiene un ejército y un artículo 8 que está ahí y que esto va de política, de convencer con una conducta, no de enfrentamientos innecesarios porque ahí perdemos. Allí solo hay dos maneras de conseguir algo para Euzkadi: una, que el pequeño sea inteligente y marque bien su terreno; la otra, por imbecilidad ajena”. Arzalluz era rotundo al afirmar que en España había pocos políticos que escribieran y supieran historia y que el núcleo del poder español tiene ideas muy simples pero muy tóxicas, por lo que teníamos que ir consolidando lo que teníamos, ir a más y reforzar lo nuestro frente a los crueles mordiscos que íbamos a recibir. Fue toda una lección práctica frente a tantos que por aquí y en Catalunya hacen política como si esa España del Cid y de Franco no existiera. “El pequeño tiene que ser inteligente”, me repetía.

Estuve la semana pasada en el Congreso de los Diputados. Hacía cuatro años que no pisaba el hemiciclo, en cuyo frontispicio siguen impertérritos los Reyes Católicos, algo que Castelao pidió quitar en su primera intervención diciendo que eran el origen de nuestras desgracias. Me tocó hablar sobre el mal llamado Plan Ibarretxe, que no era tal, sino una propuesta democrática del Parlamento Vasco que el 1 de febrero de 2005 tuvo su momento estelar con la presencia en la tribuna del lehendakari en un tono parlamentario solemne y educado. Ardanza, Mas y todo el EBB le arroparon. Fue un hito, siendo el meollo del debate lo que le dijo Zapatero al lehendakari. ”Si vivimos juntos, juntos tenemos que decidir juntos”. E Ibarretxe, ante esa afirmación, le contestó que antes hay que decidir si vivimos juntos. Pero no fue posible. Rajoy y Zapatero ni tan siquiera admitieron a trámite la iniciativa y con 313 diputados en contra, incluyendo IU, se echó abajo. La pelea política, pues, es de larga mirada y de un uso acertado de la brújula, que el nacionalismo institucional lleva en este momento con mucho acierto y tino. En este cuarenta aniversario, podemos decir que, gracias a EAJ/PNV y a la palabra “Bai”, pudimos poner a este pueblo en marcha en clave afirmativa. Ahí están los hechos.