eL mismo día que me entero del fallecimiento del centenario gudari José Moreno termino de leer las memorias de Claude G. Bowers (1878-1958), tituladas Mi misión en España-En el umbral de la Segunda Guerra Mundial -Arzalia, Ediciones, 2019-. Bowers, embajador de los Estados Unidos en España entre los años 1933 y 1939 coincide con el gudari Moreno en los motivos de la victoria de los franquistas en la Guerra Civil. Tratándose de dos personas de vida tan dispar la coincidencia no parece fruto de la casualidad sino de la causalidad. Aseguraba Moreno en una entrevista reproducida por DEIA con motivo de su reciente fallecimiento: “¡Si nosotros no teníamos ni aviación ni nada. Y teníamos que luchar contra los italianos, contra los alemanes y contra los moros que trajo Franco!”. Precisamente a eso dedicó su Misión en España el embajador Bowers, a denunciar el intervencionismo de alemanes e italianos; evidenciar la hipócrita política de embargo de armas a los contendientes que en la práctica solo afectaba a la República pues Hitler y Mussolini se tomaron por el pito de un sereno al Comité de No Intervención que pretendía la neutralidad internacional ; y anunciar que la ceguera y cobardía de ingleses, franceses y demás demócratas (entre los cuales muchos dirigente de su propio país) envalentonaba más y más a los nazi-fascistas que veían allanado el camino para la II Guerra Mundial de la cual fue preludio y tubo de ensayo la Guerra Civil.

Recomiendo vivamente la lectura del libro de Bowers. El embajador en su día acusado por la derecha norteamericana y parte de su propio partido como “liberal”, es decir izquierdista, se defiende calificándose como simple y coherente demócrata. Y en verdad lo fue, solamente que la democracia en aquellos momentos era un valor a la baja pues la mayoría de los demócratas de toda la vida preferían mirar para otro lado y contemporizar con el fascismo que pareciera arrollar con todo. Así que Bowers toma partido por la legitimidad democrática de la República inmediatamente de conocer que Franco contaba con el apoyo de medios humanos y materiales alemanes -aviación y artillería- e italianos -divisiones desplegadas sobre el terreno y carros de combate-, y por supuesto tropas moras, punta de lanza de las ofensivas franquistas. “En la lucha entre democracia y totalitarismo, ciertamente yo no era neutral” afirma el embajador mientras desgrana los números: “Los fascistas disponían en algunas partes del frente de un cañón cada veinte metros; de veinte aviones por cada uno de los leales; en artillería media y ligera, veinte por uno; en armas ligeras y automáticas, diez por cada una de los republicanos; y en cuanto artillería pesada, la diferencia sería entre una gran abundancia y la nada”. Con tal superioridad armamentística sobrevuela la pregunta clave: ¿Cómo pudieron resistir los leales casi tres años? Y la respuesta, sorprendente por venir del Conde de Romanones en conversación con el embajador fue la siguiente: “Contaban con la flota, pero los marinos no estaban con ellos, contaban con los vascos, pero estos se volvieron contra ellos; y no contaron con el levantamiento del pueblo” Ese pueblo del que formaba parte el gudari Moreno.

“mi más sincera simpatía estaba con los vascos” En sus informes, incluidos en Mi misión en España, aclara la sustancial diferencia entre los asesinatos ejecutados por las turbas de anarquistas y asesinos al comienzo de la guerra y los ordenados por la jerarquía militar franquista y ejecutores falangistas y carlistas. El esquema, el terror rojo iba por libre, el azul era institucional, es en general válido aunque recuerda que hubo excepciones como la Matanza de Paracuellos del Jarama instigada desde la Junta de Orden Público de Madrid y su responsable Santiago Carrillo al que no nombra pero sí describe sin sombra de duda. Más preciso se muestra con los asesinatos de sacerdotes y monjas cometidos en zona republicana reprobados por las autoridades republicanas, entre ellos el ministro D. Manuel Irujo y el fusilamiento de los sacerdotes vascos que Bowers cita uno a uno con fecha y lugar de ejecución. Y relata con emoción la carta de protesta que envía el lehendakari Aguirre al cardenal Gomá y la meliflua contestación de este.

“Mi más sincera simpatía estaba con los vascos” escribe Bowers y no de boquilla pues nos conoció en detalle antes de la guerra y luego con motivo de su estancia en San Juan de Luz donde estableció la delegación americana mientras duró la misma, ayudando al canje de prisioneros y evacuando personas además de persistir en la acción diplomática. Su identificación con quienes invocando su cristianismo trataban de humanizar una guerra que los franquistas convierten en una ordalía en nombre de Dios; su plena coincidencia con el compromiso democrático del PNV y del Gobierno vasco cuando el totalitarismo se imponía por las armas y en las mentes; su trato personal con el lehendakari Aguirre a quien define como noble, estudioso y devoto católico, o su evocación de Heliodoro de la Torre, o Leizaola quien junto al escritor Ernest Hemingway le acompañó en el tren que le llevó al puerto francés Le Havre para verle partir cuando finalizó su embajada. Del Pueblo Vasco deja escrito: “Fuertes, valerosos, fieramente independientes, apasionadamente defensores de sus libertades, intensamente individualistas y profundamente religiosos”. Los bombardeos de Durango y Gernika, descritos con minucia en su testimonio le llevan a la conclusión de que Franco no pretendía salvar a la Iglesia pues en Euskadi la Iglesia no estaba en peligro, ni hundir al comunismo pues los vascos no lo eran, sino que arrasó sin otra pretensión que la conquista y quitar a los vascos de la primera página de los periódicos pues su resistencia era incompatible con la “Cruzada de Liberación”.

su informe llega a washington Al llegar a Washington, un mes antes de finalizar la Guerra Civil, presentó el Informe de su Misión ante el Departamento de Estado. Se trata de un prodigio de certeza analítica. Y de manera muy americana, conciso y al grano. Dice que después de los primeros días, de notable confusión, quedó demostrado que se trataba de una guerra de los fascistas y potencias del Eje contra las instituciones democráticas, que la guerra española era el principio de un plan para el exterminio de la democracia y comienzo de la II Guerra Mundial, que el Comité de No intervención era un vergonzoso y cínico engaño pues Alemania e Italia mandaban material de guerra y tropas a España sin intervención o protesta de los demás, que Alemania e Italia estaban utilizando las ciudades españolas y sus habitantes con fines de experimentación y ensayo de nuevos métodos de destrucción y nuevas tácticas de terrorismo, que los nazi-fascistas estaban probando el límite de silenciosa aquiescencia de las democracias poniendo a prueba su valor y determinación en defensa de sus ideales, que mientras Japón atacaba a China; Italia, Abisinia, y Alemania Checoslovaquia, el primer país atacado conjuntamente por Italia y Alemania era España.

“Hemos cometido un error, usted ha tenido la razón en todo momento” fueron las palabras del presidente Roosevelt al embajador Bowers en una reunión celebrada en la Casa Blanca una vez leído el Informe. Pero el presidente estaba atrapado entre la jamba de sus convicciones democráticas y el dintel del voto católico mayoritariamente de origen irlandés, favorable a Franco y del que necesitaba para su reelección. Reelección, dicho sea, providencial pues una vez vista las orejas al lobo nazi se dispuso a ayudar a Churchill y luego derrotar a las potencias del Eje. Pero, quizás y solo quizás, la II Guerra se hubiera evitado de haber parado los pies a nazis y fascistas en el reñidero español. Su esposa Eleanor, al igual que parte del equipo del presidente, era claramente pro-República y por ello insultada grave y continuamente por los medios de comunicación franquistas, lo que no dejó de recordar el propio Bowers en su informe.

Los vascos ya en el exilio se despidieron de Bowers subiendo al tren en Baiona. “Algunos niños vascos de un campamento de refugiados cercano llevaron dulces para mi hija, flores para mi esposa y un libro de los vascos para mí, por lo poco que podía hacer por ellos”, se despide en la última página un diplomático a contracorriente que supo entendernos, defendernos y valorarnos. Honor y gloria al pueblo en armas representado por el gudari Moreno y al político sin intereses egoístas, rara especie ayer y hoy.