lA democracia no es una ciencia ni un dogma, es una forma de ver el mundo, es un modo de ser, vivir y de estar en sociedad. Ocurrió hace más de 2.500 años, en la Grecia antigua. Y como toda creación humana, antes, ahora y mañana, puede prosperar, perecer y volver a aparecer. Los griegos crearon las ideas democráticas, occidente las heredó y con el correr de los tiempos fueron asumidas por otras culturas. La política como gestión de lo público y como capacidad de generar espacios de encuentro para debatir, evaluar discrepancias en la búsqueda de acuerdos superadores de posturas enfrentadas, foro donde convergen los principios democráticos, los de legitimidad, de legalidad y de realidad no goza de demasiada buena salud en la España de hoy. El poeta Antonio Machado se reafirmaría seguramente en aquello de “Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, pienso que se reafirmaría también en aquel otro de “La España de charanga y pandereta cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y María, de espíritu burlón y alma quieta? esa España inferior que ora y enviste cuando se digna usar la cabeza...”. Ciertamente, desde que se inició la segunda legislatura de Mariano Rajoy asistimos a un espectáculo nada edificante y lleno de despropósitos donde predominan afirmaciones inyectadas de confrontación, animadversión, enemistad y donde los cordones sanitarios y las líneas rojas se aderezan con modos tabernarios y formas cargadas de demagogia sobreactuadas. Y así nos encontramos con que la formación del Gobierno del Reino de España se ha convertido, cual Odisea o Ilíada, en una aventura ciertamente ardua y complicada, y a este paso frustrante, por la irresponsabilidad manifiesta de sus actores, a izquierda y a derecha, nunca mejor dicho.

La discrepancia es un factor legítimo en democracia, tan legítimo que la propia democracia establece los mecanismos para adoptar modificaciones de sus estructuras legales cuando la dimensión de esa discrepancia y la representatividad social de la misma así lo demuestran conveniente. Porque se pueden reformar las leyes electorales, por supuesto que sí, se pueden reformular también los reglamentos que rigen las sesiones de investidura y gobernabilidad, por supuesto que sí, pero la cultura del acuerdo entre diferentes, del pacto y la negociación entre distintos trasciende de las leyes escritas y promulgadas en el BOE.

Creo que los partidos de ámbito estatal aún no han interiorizado que muchas cosas han cambiado, no han interiorizado que se ha acabado el bipartidismo, que la era de las mayorías absolutas tocó a su fin con la irrupción de Unidas Podemos, Ciudadanos y Vox. Y estimo que ello deriva en el pánico que recorre las formaciones políticas para dialogar, negociar, dejarse pelos en la gatera, pactar y acordar por aquello de poder ser interpretados en términos de rendición, claudicación, incluso de derrota y poca firmeza. España se encuentra en un plató en el que el principal ejercicio consiste en doblegar al otro, entendiendo al “otro” como el otro bloque o el potencial aliado dentro del mismo bloque. Decepción, lamentablemente la actual clase política en España tiene muy notables déficits en las formas y en el fondo en la búsqueda de acuerdos y de consensos basados en mínimos comunes. La tendencia generalizada a los sobreactuados órdagos a la grande, filtraciones y aireos de trapos sucios introducen a la política española por caminos estériles que conducen a ninguna parte, sino es al precipicio. Bochorno.

No es de recibo, es un despropósito y un dislate que por irresponsabilidades compartidas se aborte el vuelo de una legislatura que ni siquiera ha acabado de despegar. Efectivamente, el PSOE ganó las elecciones, tenía el mandato democrático de gobernar, pero necesitaba el apoyo pertinente para ello pues su victoria no era la suficiente y estimo que era bueno que hubiera sido capaz de conformar a su alrededor una suficiente mayoría que le permitiera conformar un gobierno estable en una legislatura provechosa y útil para con la ciudadanía. Y obviamente, no digo nada nuevo, si manifestara que nos encontrábamos ante tres escenarios: Una investidura y gobernabilidad propiciada por el centro derecha, o una investidura de manos de las fuerzas políticas que propiciaron la moción de censura contra el anterior presidente de Gobierno. Y si las dos alternativas fracasaran, que es lo que lamentablemente ha sucedido, se nos abocaría inevitablemente a unas nuevas elecciones para vergüenza de la clase política española. Y mientras, en fin, cosas de la vida, los a menudo vilipendiados nacionalismos llamados periféricos, vascos y catalanes, han estado a la espera, a la expectativa, a ver qué pasaba para definir sus respectivas posturas siempre proclives a avalar un gobierno progresista en España que cerrara el paso a las diferentes derechas.

Deseo que la clase política vasca con amplia trayectoria pactando entre diferentes en gobiernos de coalición y la también clase política navarra con el correspondiente gobierno de progreso entre diferentes en la Comunidad Foral, sigan siendo eficaces referentes del buen hacer de la buena política, referentes en la gestión responsable de lo público y referentes en pactar entre diferentes con normalidad democrática, referentes en definitiva en la gestión de las urnas. Deseaba no tener que acudir nuevamente a las urnas allá por noviembre por la incapacidad de quienes tienen responsabilidad de vehicular correctamente y con la honestidad que les corresponde el mensaje ciudadano de las urnas y su posterior gestión pública, Decepción pues e irresponsabilidad manifiesta. Una cuestión es innegable las llamadas izquierdas en España tienen un severo problema consigo mismas. Por cierto, la arriesgadísima repetición de las elecciones las puede cargar el mismísimo diablo y luego no vale lamentarse.

Uno de los instrumentos más poderosos que tiene la democracia para hacer del conflicto una oportunidad es la deliberación que se convierte en un valor social, cuando, frente a un conflicto las diferentes fuerzas políticas son capaces de contrastar sus intereses y expresarlos, sustentarlos y defenderlos con serenidad y transparencia.

En democracia las diferentes fuerzas políticas buscan convencer a otras de la pertinencia de sus intereses, pero están dispuestos a dejarse convencer por la prioridad de otros intereses, y así aprender a ceder y a recibir cesiones, y, entre todos, a partir de las diferencias, ser capaces de construir bienes colectivos. La democracia es pues el foro de la gestión de las responsabilidades compartidas emanadas por las urnas. Lamentable, pues, todo lo ocurrido, todo; lamentables las formas y el fondo.