AUNQUE actualmente no me considero cristiano, mi educación (la que recibí) siempre me puso, y supuso, una contradicción: el comportamiento de los humanos se ve en tantísimas ocasiones mediatizado por las creencias religiosas que siempre nos hacen deudos de las divinidades. En las casas quizás no había ninguna estantería con libros, principalmente porque en muchos casos no había ningún libro que precisara de ninguna estantería, pero lo que siempre había era algún catecismo o, allí donde la religión católica fuera más determinante, alguna Biblia, eso sí, con función más decorativa que instructiva o catequizadora.

Las añagazas que contiene la Biblia vienen bien para ilustrar los últimos pasajes de la política española, concretamente las idas y venidas de los líderes y los trapicheos subsiguientes ante la formación del nuevo gobierno de España. Todos los comentaristas llaman “fallida” a la pretendida investidura del presidente del gobierno, pero cuando recurro al diccionario encuentro que “fallida” significa “frustrada” o, en caso de que se tratara de una transacción económica, “incobrable”. Una investidura de un presidente tiene unas connotaciones algo extrañas porque los términos de cualquier negociación es bien cierto que tienen un destino, que no es otro que la formación de un gobierno, pero a la vez igualmente definen a los negociadores que, en casi todas las ocasiones, son más partidarios de conseguir beneficios para sí mismos que de constituir realmente gobiernos eficaces y útiles para todos.

En las últimas negociaciones para la formación del gobierno español, Pedro Sánchez, pero sobre todo Pablo Iglesias, han mostrado ese vicio: Pedro, el de negociar sin meta ni guía precisos; Pablo, el de hacer negocio. De modo que en la adjudicación de responsabilidades, el negociante (que no negociador) Pablo Iglesias se hace merecedor de ser el gran responsable del fracaso.

¿Y ahora qué? Porque las infructuosas negociaciones han dejado responsabilidades y secuelas en las demás fuerzas políticas y en los líderes. La desbandada de las tres derechas -tan diferentes entre sí, aunque indiferenciadas en su avidez pos conseguir el poder- ha respondido a diferentes motivos pero siempre dirigidos por sus intereses espurios. Si el PP se agita en exceso por seguir siendo una de las dos únicas alternativas de gobierno en España, Ciudadanos se ha empeñado en mostrar su propio descrédito situándose en el espacio del PP, en esa derecha rancia que solo brilla por los dichos, tan fuera de lugar, proferidos por su líder Rivera. Lo de Vox responde a otras razones, sobre todo a otras intenciones. Lo lógico sería que se aplicara con Vox eso que se ha dado en llamar “cordón sanitario”, de modo que no sea admitido en ninguna negociación tendente a construir gobiernos estables, pero visto lo visto se trata de un partido con el que nadie habla pero al que todos los derechosos escuchan y guiñan el ojo a escondidas.

Después hablaremos de los llamados a entenderse a priori (PSOE y Unidas Podemos), pero los demás partidos también tenían mucho que decir y que hacer. Han dicho, pero a la hora de hacer han coincidido en el voto con las derechas del mal llamado “trifachito”. Sí, no han faltado los pronunciamientos. Los nacionalistas y los regionalistas no han parado de postularse como garantes y protectores de un acuerdo entre socialistas y podemitas pero, a la hora de la verdad, sus votos han engrosado la perversa lista de quienes han impedido un gobierno de progreso: Podemos y todos los otros. En un alarde de oportunismo, los portavoces de ERC y EH Bildu llamaron a la cordura a la vez que Rufián anunciaba la abstención de ambas fuerzas. E igualmente otras fuerzas anunciaron su abstención, -pero no su voto afirmativo a un pacto entre PSOE y Unidas Podemos-, sin duda convencidas de que el bloque de derechas, en un hipotético gobierno posterior, será mucho más coartador de sus posiciones e intereses. En esa inclinación, tan falta de valentía y de rigor, solo el Partido Regionalista Cántabro (PRC) del osado Revilla se ha pronunciado con la debida contundencia. En resumen, el recuento de los votos del hemiciclo ha mostrado unas cifras rotundamente ineficaces para construir el futuro. ¿Será eficaz recurrir a unas nuevas elecciones?

Los ciudadanos sin adscripción partidista concreta no paran de repetir que si unas nuevas elecciones volvieran a producirse no acudirían a las urnas, con lo que la abstención supondrá un hándicap a la hora de medir la credibilidad de los nuevos resultados. Los actuales líderes políticos se muestran tan creídos de su infalibilidad como faltos de recursos ideológicos para arrastrar a las masas. El ambiente que se respira es de cierto hastío y aburrimiento en el que no caben las disculpas ni las promesas poco fundamentadas porque no son pocos los problemas que acucian a los ciudadanos: escasez económica, inseguridad laboral, precariedad, desequilibrios vitales, etc? Y en medio de tal maremágnum, dos líderes (para más inri de izquierdas) empeñados en mostrar sus respectivas supremacías ocultos tras los visillos de sus legitimidades.

A partir de ahora todo puede ser diferente. Ya la barrera izquierda-derecha no va a ser la definitoria porque, si lo llegara a ser en el próximo septiembre, lo más lógico sería recriminar, con violencia verbal incluso, a quienes han dejado pasar sus oportunidades; cuando no, incluso, reclamarles que abandonen el timón de sus naves para que no vuelvan a zozobrar en las futuras marejadas tan propias de la política. Si algo ha quedado claro y patente es que la izquierda que representa el PSOE tiene poco que ver con la pseudoizquierda que abandera Pablo Iglesias desde la proa de su mascarón pirata. Jamás la piratería se ha entendido bien con la navegación de los grandes buques: el PSOE es un gran buque cuyo capitán no debe mostrar garfios amenazadores ni cubrir uno de sus ojos con un parche de color negro. Eso sí, Pedro Sánchez tiene que recuperar su protagonismo para que septiembre deje de ser un mes impertinente para él.

La política ha fracasado en esta ocasión, pero a la hora de repartir responsabilidades y culpabilidades no vale el adocenamiento. Pedro Sánchez ha actuado desde la obstinación del “no es no”. La derecha se ha ido de vacaciones hace ya más de medio año desentendiéndose de todas sus responsabilidades. A los abstencionistas les ha entrado el canguelo y se han echado a sestear en el mismo lecho que los podemitas. Y Pablo Iglesias (Turrión, que no Posse) se ha marchado a pasar el verano en su casoplón de Galapagar con la encomienda de diseñar una nueva estrategia, para lo cual solo contará con su compañera fiel Irene Montero (que no con Alberto Garzón, ni con sus siete Diputados de IU). El presidente cántabro Revilla dormirá a pierna suelta, convencido de que “sí es sí”. Y Pedro Sánchez tendrá en septiembre una nueva oportunidad para lucirse y mostrar sus virtudes como futuro hombre de Estado. El PSOE necesita que llegue a acuerdos: con quién y para qué es algo que, de momento, él conserva en su mente, a buen recaudo.