SIN embargo, esas preguntas que nos parecen tan apasionantes no constituyen la incertidumbre profunda, sino que más bien la esconden: no nos preguntamos por lo que realmente debiera preocuparnos. Efectivamente, la resolución de estos y parecidos dilemas en nada va a cambiar la Política (con mayúsculas) en sus referencias y estrategias centrales. Así, entre otras, el crecimiento de la desigualdad como ya una dimensión constitutiva del sistema; el vaciamiento democrático y el consiguiente incremento del autoritarismo; y, por debajo de la retórica, el dejar hacer frente a la dramática crisis medioambiental.

Frente a este panorama, la incertidumbre hace un trabajo de más categoría, de más nivel. Penetra en la conciencia dominante en la sociedad de cómo ver -o no ver- el mundo, paralizando en la misma deseos y sobre todo convicciones de transformar esos grandes dilemas -injusticias- existentes. Categoría y función. Ni políticos ni ciudadanos, supuestamente cabreados por esos desmanes estructurales que realmente determinan los eventos y avatares políticos, van por tanto a poner en marcha un proceso de cambios profundos de la descrita situación. Veremos.

La incertidumbre se ahonda, se hace presente en cualquiera de los desafíos que se nos presentan. La incertidumbre no es coyuntura. Define ya una época. La que vivimos.

La cultura, aquello que nos orienta y dice cómo, bajo qué criterios y valores, debemos analizar, clasificar, e incorporar a nuestra acción los acontecimientos, está dominada por la incertidumbre. Ha banalizado -si no minado- esos criterios que encauzan nuestra opción y nuestra acción. Ello supone que desorienta nuestra mirada y actitud frente al mundo; que impide saber de dónde, por qué y hacia dónde se está moviendo; a proponer su futuro? y el nuestro. A no lograr entender por qué pasa lo que pasa y qué es lo probable -ni siquiera lo posible- que pase.

En el caso del poder -sus dirigentes políticos y económicos-, la incertidumbre funciona como justificación de la inmovilidad. No saben, prefieren no saber o, sin mas, no estén interesados en saber qué sustanciales decisiones hay que tomar para transformar el mundo. Tiempos de incertidumbre que se supone dan reconocimiento a su posición de decidir que lo mejor es no decidir; dejar las cosas como están y hacer reajustes de coyuntura, tomar resoluciones solo para pasado mañana. Decisiones que no modificarán la desigualdad sistémica, ni la jerarquía -democracia debilitada- existente, ni los parchecitos medioambientales asentados en el profundo principio liberal de después de mi, el diluvio, que conducirán a una vida? peor. Un no hacer que tampoco les preocupa demasiado dado que no son los perjudicados de estos dramáticos escenarios. La incertidumbre es aquí coartada mantenedora -y alimentadora- del sistema, y argumento para legitimar la irresponsabilidad.

La incertidumbre funciona en los ciudadanos como enmarque frente a la política. Un marco de incertidumbre disuasoria. La combinación de ideas y conocimientos que puede llevar a establecer como posibles y adecuados los deseos y actitudes a favor de proyectos radicales de transformación se contamina, debilita y decae por la incertidumbre. La incertidumbre conduce a la prudencia, al miedo a actuar.

Los ciudadanos reflejan -y construyen- en su marco de incertidumbre la imagen del poder, de las instituciones. Empiezan a considerar como inevitable ese no saber que aparentemente manifiesta el poder, esa incertidumbre que expresa acerca de que las cosas puedan de verdad cambiar. Los ciudadanos asumen que la incertidumbre tiene que ser ya un fenómeno natural dado que es operativamente aceptada por los más capaces y más poderosos a la hora de implementar sus estrategias.

Así, los ciudadanos viven con alarma las propuestas que afirman la viabilidad de opciones dirigidas a grandes cambios y reajustes. Les retrae este tipo de propuestas porque entienden que van contra la naturaleza de las cosas -un mundo constitutivamente incierto- y que por tanto su puesta en marcha puede provocar situaciones de grave e irresoluble conflicto y catástrofe.

Así saben que, al margen de las más o menos exaltadas retóricas electorales que reciben, cuando votan propuestas políticas -incluidas por supuesto las de la izquierda-, las mismas no van a establecer un peligroso camino hacia una situación de plena igualdad, libertades y participación política para todos. Saben que quizás se logren algunas mejoras en algunas condiciones de vida. Y punto.

La incertidumbre funciona como barrera protectora entre, por un lado, lo que pasa y, por otro, el conocimiento de las causas relevantes y los equivalentes grandes cambios posibles respecto a lo que está pasando. La incertidumbre construye un muro, no demasiado penetrable, entre lo que ocurre y lo que está detrás de esos acontecimientos.

Ese panorama, ese muro, provoca que casi solo se le conceda valor al acontecimiento, que se ve desnudo, al que no se le aplica -la incertidumbre lo impide, lo prohíbe- ningún criterio para poder encajarlo dentro de un análisis más sistémico. Nos entretienen y evitan la tentación de pretender romper la barrera de lo incierto con propuestas de transformación radical. Los apasionantes acontecimientos políticos -un acuerdo político entre antiguos enemigos políticos, una crisis organizativa en otro partido político, etc.- nos distraen sin parar. Tenemos un buen surtido que va alimentando nuestro interés por la política. Por esta política de los sucesos; la única que puede y debe ser conocida? y entendida. Nadie, nunca, se acordará de los dilemas antes citados. La cascada de acontecimientos barre y limpia nuestra memoria de viejos sucesos. No podemos parar de consumir acontecimientos. Por tanto, no podemos reflexionar sobre qué es lo que está detrás de ellos. Ni siquiera es posible. Es zona oscura con acceso protegido por la incertidumbre.

Malos y difíciles tiempos para poner en marcha grandes propuestas políticas. El muro de la incertidumbre, ya asentado en nuestros marcos mentales, parece que hace muy difícil romper la naturalidad del pensamiento incierto. Son escasos los afectados por la incertidumbre que viven con el deseo, o al menos la preocupación, de que las cosas deben ser transformadas sustancialmente, que afirman vivir en un mundo radicalmente injusto. En las mayorías, la incertidumbre es un elemento más -y no el mas relevante- de una cultura conformada por el miedo, el individualismo, el consumismo y la competitividad en la supervivencia cotidiana. En consecuencia, no viven la incertidumbre como un elemento perturbador de sus reales y cotidianos proyectos de vida.

Decía que la cultura está perturbada por la incertidumbre. Ahora deberíamos recordar que romper nuestra incertidumbre exige asumir una cultura -convicciones y vivencias- asentada en la defensa de lo común; los grandes desafíos exigen más que nunca categorías mentales y practicas colectivas, globales.

Doble reto: actuar a partir de esa cultura de lo común (en el fondo de la convicción de la necesidad de la solidaridad radical); hacerlo en un entorno de unas mayorías escasamente preocupadas por esa incertidumbre de lo sustancial.

Cómo me hubiese gustado discutir y aclarar estos asuntos con Mariano. Siempre me dio luz. Era una de las mentes más lúcidas de este país. Y siempre estaba? cerca. Dolor