EL Consejo Europeo ha ignorado el sistema de Spitzenkandidaten conforme al cual fue elegido el actual presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker. Un método por el que el Consejo se comprometía a nominar a un candidato a presidir la Comisión entre los líderes de los partidos europeos que habían concurrido a las elecciones. En mayo, el Partido Popular Europeo obtuvo más votos y escaños, pero un acuerdo entre los socialistas y liberales hacía que Frans Timmermans, candidato de los socialistas y progresistas, superara en apoyos parlamentarios a Weber, el candidato bávaro del PPE. La formula Spitzenkandidaten que reforzaba al parlamento fue arrinconada y una persona que no había concurrido a las elecciones europeas, Ursula von der Leyen, fue nominada por el Consejo Europeo para presidir la Comisión. La actual ministra de defensa alemana es una democristiana, madre de siete hijos, que con anterioridad ha ocupado otros cargos ministeriales. Se la considera persona de la confianza de la canciller Merkel, que ha contado con el respaldo del presidente francés Macron. En ese sentido, puede interpretarse que el eje franco-alemán ha vuelto a tomar protagonismo, dado que otra mujer, Christine Lagarde, antigua ministra francesa de finanzas y actualmente presidenta del Fondo Monetario Internacional, ha sido nominada para sustituir a Mario Dragui al frente del Banco Central Europeo desde el próximo noviembre.

Por primera vez, dos mujeres presidirán las dos instituciones europeas más importantes. En cuanto a los otros dos cargos, el primer ministro belga, Charles Michel, de carácter conciliador, ha sido nominado para presidente del Consejo Europeo, mientras que Josep Borrell, actual ministro de Exteriores español, pasaría a ocupar el puesto de Alto Comisionado, una suerte de ministerio de exteriores comunitario. Salvo Michel, que ha destacado por sus habilidades para hilvanar acuerdos políticos en un foro tan complejo como Bélgica, los otros tres nominados arrastran diferentes sombras de corrupción. Así, von der Leyen cobró una cierta relevancia internacional al ser denunciada por haber plagiado parte de su tesis doctoral y Lagarde arrastra varios procesos judiciales en Francia tras ser investigada por irregularidades. Por su parte, Borrell tuvo que dimitir de presidente del Instituto Universitario Europeo por no haber declarado su vinculación salarial con Abengoa, una relación que por otras consideraciones también le ha llevado a ser investigado judicialmente en España. Por su parte, el Parlamento Europeo elegía en su sesión constitutiva a otro italiano, David Sassoli, para sustituir a Antonio Tajani durante los próximos dos años y medio. Para completar la legislatura de cinco años está prevista su sustitución por un parlamentario del PPE.

En el difícil equilibrio entre familias políticas y áreas geográficas destaca la falta de representación de los países del Este, que hasta ahora contaban con el polaco Donald Tusk a la cabeza del Consejo Europeo. Puede interpretarse que la oposición del grupo de Visegrado a la designación de Timermans les haya pasado factura. En su lugar ha resultado reforzada la representación del flanco sur o mediterráneo. En todo caso, la decisión sobre la composición del gobierno europeo no ha dependido de unas elecciones, sino de un cabildeo que nos devuelve a una suerte de dieta medieval, donde unos cuantos grandes electores disponían sobre las instituciones imperiales. Que la democracia europea realmente existente mantenga semejantes características oligárquicas debiera ser materia de reflexión y, en ese sentido, resulta inevitable tener en cuenta que desde la UE se está además condicionando el funcionamiento de las democracias estatales. Europa parece haberse resignado a aceptar que la gobernanza de 500 millones de ciudadanos dependa de un cónclave de una treintena de grandes electores al que acompaña un séquito de algunas decenas de personas: representantes de partidos, altos funcionarios y adláteres institucionales. Semejante burocratización de la política es característica del mandarinato político. Se aleja de la imagen que la UE trata de transmitir interna y globalmente.

Las cuatro nominaciones del Consejo representan más bien a una nomenclatura tecnocrática al servicio de intereses diversos: la alta finanza (Lagarde), la industria de la guerra (von der Leyen), el aparato político-institucional (Borrell) y el comercio de grandes corporaciones (Michel). Sassoli, un periodista que fue presentador de informativos, tiene un perfil en sintonía con la relación entre política y periodismo que controla la comunicación. Si se les compara con sus predecesores, no es difícil valorar que, a pesar de los matices, se ha apostado por una continuidad del modelo. Aunque Juncker, que convirtió a Luxemburgo en un paraíso fiscal, contaba con mucha más experiencia que Van der Leyen, ésta viene de un país mucho más importante. Tajani, también periodista e italiano como Sassoli, fue antiguo portavoz del gobierno de Berlusconi; Tusk de hombre de negocios formado en USA fue reconvertido en primer ministro, como Michel en Bélgica, y Dragui, el hombre de Goldman Sachs para Europa cuando la gran falsificación estadística griega, cuenta con tan buenas relaciones con Wall Street como Lagarde. Mogherini, que apenas contaba con experiencia previa antes de ocupar el cargo, ha sido sustituida por un profesional de la política como Borrell, pero ambos representan al mismo espectro político y geográfico.

Evidentemente, la nominación de Von der Leyen refuerza la posición alemana en la Comisión, que recupera la presidencia después de 53 años, una institución que ya cuenta con un secretario general, Martin Selmayr, que también es cristiano-demócrata y alemán y cuya turbia designación ya causó el año pasado un grave escandalo en Bruselas. De resultar elegida, Von der Leyen probablemente refuerce los intereses de la industria bélica y la posición de los fabricantes franco-alemanes en detrimento de los británicos. El traslado de Lagarde de Washington a Frankfurt puede interpretarse como un contrapeso a la influencia alemana y evita que Jens Weidmann, el presidente del Bundesbank, ocupe ese puesto, mientras que la nominación de Borrell pone fin al rostro femenino de la diplomacia europea que había sido conducida por mujeres desde la institucionalización del Alto Comisariado, primero con Ashton y luego con Mogherini. Dado el carácter poco conciliador de Borrell, por emplear un término diplomático, no sería extraño que su personalidad provoque conflictos con estados miembros, como ya ha sucedido, así como en el seno de la Comisión, dado que el Alto Comisionado también es miembro y vicepresidente, o que avive tensiones con el Consejo Europeo, que también asume tareas de orientación internacional. Su beligerante y chovinista postura en relación al conflicto catalán podría ser también fuente de conflicto. En todo caso, el descrédito europeo que ha provocado el ascenso del nacionalpopulismo no se reconducirá a base de continuismo y business as usual. Una aproximación diferente a la cuestión migratoria, la crisis ecológica o social requerirían de otros políticos y políticas.