LAS escuelas de planificación de todo el mundo han incluido la “sostenibilidad” como uno de sus intereses esenciales y hoy es difícil encontrar profesionales y académicos que no estén preocupados por las ciudades sostenibles y el impacto del cambio climático y el calentamiento global en las prácticas de planificación urbana.

En general, los expertos en desarrollo y los planificadores urbanos coinciden en que una ciudad sostenible debe satisfacer las necesidades del presente sin sacrificar la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. Aunque la mayoría estaría de acuerdo con esta afirmación, no es una idea expresada en términos específicos. Su ambigüedad lleva a una gran variación en cómo las ciudades llevan a cabo sus intentos de convertirse en sostenibles.

Muchos expertos coinciden en que una ciudad sostenible debería ser capaz de preservarse a sí misma con una dependencia mínima en el campo circundante y potenciarse con fuentes de energía renovables. El objetivo es crear la huella ecológica más pequeña posible y producir la menor cantidad posible de contaminación, usar tierra de manera eficiente, reciclarla o convertir los materiales utilizados en desecho con la expectativa de que al hacerlo la contribución general de la ciudad al cambio climático será mínima.

El cambio climático y el calentamiento global producen el mayor impacto humano en áreas pobladas como las regiones urbanas. Estas grandes comunidades ofrecen tanto desafíos como oportunidades para los promotores conscientes del medio ambiente. Puede parecer paradójico pero, contrariamente a la creencia común, los sistemas urbanos pueden ser más sostenibles ambientalmente que la vida rural o suburbana.

La tendencia mundial actual hacia una vida urbana más densa proporcionaría una salida para la interacción social y las condiciones bajo las cuales los humanos pueden prosperar. Con personas y recursos ubicados en gran proximidad, es posible ahorrar energía y recursos en áreas tales como el transporte de alimentos, la infraestructura, el suministro de energía y los sistemas de transporte público.

Por lo tanto, se podría decir que la urbanización muestra un potencial para facilitar la gestión, y tal vez el control, del cambio climático. Los difíciles retos para conseguirlo provienen no de las urbes sino de las estructuras de incentivos del sistema capitalista.

Recientemente, muchos gobiernos locales y nacionales y organismos multinacionales como la Unión Europea han reconocido la necesidad de una comprensión holística de la planificación urbana, lo que equivale a proponer un paradigma transdisciplinario y estratégico para hacer frente a los retos urbanos. Esto es fundamental para establecer una política internacional que se centre en los desafíos de las ciudades y asegurar el alcance de las respuestas de las autoridades locales. Generalmente, en términos de planificación urbana, la responsabilidad de los gobiernos locales se limita al uso del suelo y la provisión de infraestructura, excluyendo las estrategias de desarrollo urbano inclusivo. Las ventajas de la planificación estratégica urbana incluyen un aumento de la gobernanza y la cooperación que ayuda a los gobiernos locales a establecer una gestión basada en el desempeño, identificando claramente los desafíos que enfrenta la comunidad local y respondiendo de manera más efectiva a nivel local que a nivel nacional. La mejora en las respuestas institucionales y locales en la toma de decisiones es muy clara.

Además, se produce un aumento del diálogo entre las partes interesadas y un desarrollo de soluciones basadas en el consenso, estableciendo continuidades entre los planes de sostenibilidad y los cambios en el gobierno local. La planificación estratégica coloca los problemas ambientales como la prioridad para el desarrollo sostenible de las ciudades y sirve de plataforma para desarrollar conceptos y nuevos modelos de vivienda, energía y movilidad.

Sin embargo, estos esfuerzos, loables, no parecen ser suficientes para enfrentarnos con garantías al peligro real de destrucción planetaria que la humanidad ha ido fomentando. Se requiere una estrategia global y transdisciplinar de desarrollo sostenible. Los problemas relativos al desarrollo sostenible como la distribución desigual de los ingresos, el desempleo, la superpoblación, el neoimperialismo, las migraciones forzadas, la destrucción de los ecosistemas, la gobernanza neoliberal, la falta de visión del desarrollo humano, los modos de vida destructivos, etc., no pueden abordarse adecuadamente desde una disciplina académica específica.

Dichos problemas son problemas complejos de sistemas (sistemas de sistemas) que requieren soluciones de sistemas y la traducción entre diferentes “vocabularios”. Cada disciplina tiene su propio lenguaje, herramientas, métodos y crea sus propias metáforas. Por tanto, las mismas palabras pueden significar diferentes cosas para diferentes disciplinas; los conceptos no son necesariamente unívocos.

Los problemas globales de desarrollo sostenible consisten no solo en algunos de los problemas ambientales (conocidos en general como cambio climático y pérdida de biodiversidad), sino también en asuntos socio-económicos, pues lo que sea exactamente la “sostenibilidad” y sus posibles y múltiples interpretaciones, implica política, recursos y poder.

La mayoría de los intentos actuales para resolver problemas de desarrollo sostenible se basan en el «reformismo verde», ya que las áreas problemáticas (economía, ecosfera y sociosfera) aún se consideran en un entorno separado y aislado. En el nivel normativo, los conceptos y puntos de vista de la sociosfera, la ecosfera y la economía están en contradicción (o incluso en conflicto) y, por lo tanto, las soluciones que no son tendentes al desarrollo sostenible son contradictorias, inconsistentes e ineficientes. Esto contrasta con la naturaleza del comportamiento de los sistemas de desarrollo sostenible, que es no lineal y holística.

El “reformismo verde” representa la respuesta principal a la actual crisis ecológica. El término se refiere al intento de mejorar la tecnología y la eficiencia de los recursos junto con un compromiso con la lógica del neoliberalismo. Este enfoque se niega a reconocer las razones históricas y sistémicas de la crisis. Se basa en una paradoja, porque adopta simultáneamente el capitalismo neoliberal y al mismo tiempo rechaza el crecimiento económico. Aunque el «reformismo verde» ha desarrollado una forma integral de gestión de recursos naturales, tiene una visión y un bienestar del desarrollo humano bastante deficientemente definidos.

La consideración actual del desarrollo sostenible en la literatura y los medios de comunicación es básicamente reduccionista e implica principalmente un pensamiento binario. Por ejemplo, se promueve el desarrollo tecnológico y un crecimiento más rápido de un PIB «verde», pero no se contribuye a salvar la naturaleza y el ser humano en sí mismos. El significado de un comportamiento humano autodestructivo, así como los valores necesarios para superarlo, se ignoran por completo. El problema radica en que el reduccionismo, la lógica binaria y los enfoques disciplinarios son creencias que habrá que superar. Se necesita una forma de pensar transdisciplinaria para unir las disciplinas tradicionales más allá de la noción clásica de ciencia y para llenar las brechas de conocimiento entre ellas.

Una visión sostenible y deseable requiere una imaginación que provenga no solo de la lógica racional, sino también de los valores humanos y el flujo de la percepción, la experiencia y la conciencia. Es imposible imaginar una sola solución al problema de la sostenibilidad, sino muchas soluciones complejas, interrelacionadas y en evolución.

Para evitar el comportamiento humano destructivo actual necesitamos desarrollar una nueva percepción colectiva de las relaciones humanas hacia la valorización de un nuevo conjunto de actitudes y comportamientos o hacia una priorización diferente del conjunto de valores actuales.

El conocimiento holístico y unificado puede hacer frente a problemas globales complejos de desarrollo sostenible. Se han hecho avances en este sentido y se siguen haciendo, dentro de Naciones Unidas y en otros foros e instituciones. Si se consigue, además, un replanteamiento de las prioridades y las estructuras de incentivos económicos, entonces podremos decir que puede haber un espacio para la esperanza.