EL objetivo principal del Banco Central Europeo (BCE) y su red de bancos nacionales está enunciado en el apartado 1 del artículo 127 del Tratado de Lisboa: “El objetivo principal del Sistema Europeo de Bancos Centrales, (?) será mantener la estabilidad de precios”.

De hecho, el BCE insiste en afirmar que este es su objetivo primordial, al que se orienta el conjunto de funciones que le otorga el Tratado: definir y ejecutar la política monetaria de la zona del euro, realizar operaciones de divisas, poseer y gestionar las reservas oficiales de divisas de los países miembros de la zona del euro (gestión de carteras) y promover el buen funcionamiento de los sistemas de pago.

El objetivo de inflación lo fijó el BCE desde un principio “en un nivel inferior, aunque próximo, al 2%”, según la expresión oficial. Las razones que aporta para justificar dicha meta son un tanto peculiares. según el BCE, un objetivo de inflación hace que la política monetaria sea más transparente, porque “proporciona orientación al público para la formación de expectativas sobre la evolución futura de los precios” y porque sirve para poner nota a la gestión del BCE, pues según este, el objetivo de inflación “aporta un criterio claro y mensurable con el que los ciudadanos europeos pueden responsabilizar al BCE”.

Además, ¡oh, sorpresa!, el BCE afirma que el peligro mayor no es la inflación, sino la deflación, esto es, la caída de los precios. ¿Cómo evitar que los precios caigan? Haciendo todo lo posible para que los precios suban, parece decir el argumento del banco, que insiste en creer que la política monetaria se basa en un instrumento privilegiado, los tipos de interés, para ayudar al crecimiento económico, pero que “en un entorno deflacionista, la política monetaria puede no ser capaz de estimular suficientemente la demanda agregada utilizando su instrumento de tipos de interés. Esto hace más difícil que la política monetaria combata la deflación que la inflación”.

Todo esto no deja de ser sorprendente: la inflación tiene que ser positiva para que el banco disponga de un instrumento? ¡para combatir la inflación! Una declaración que no deja de recordar al bombero pirómano, que tiene que dedicarse a incendiar casas y bosques para justificar el pago de su salario. Que tales insensateces pasen por lo más sofisticado de la gestión debería llamar a reflexión y preocupación entre la clase política que facilitó la creación de esta institución sino fuera porque, entre lazos amarillos y apertura de sepulturas, está el personal entretenido en cosas al parecer más importantes.

Desde que se crea el BCE en 1998, la inflación interanual en la eurozona solo ha estado en el entorno del 2% (dos décimas arriba o abajo) en 70 meses, algo así como la cuarta parte. Pero tras el gran batacazo de 2009, entre enero de 2010 y febrero de 2019, la inflación solo ha alcanzado ese nivel en 16 meses, apenas un 15% del total. Si hubiera que ponerle una nota por los resultados obtenidos, el BCE no pasaría de un suspenso bajo.

Lo cierto es que por más liquidez que se inyecta al sistema, los precios no suben. Desde 2009, el año del desplome económico, el BCE y sus oficinas nacionales han lanzado al mercado más de 900.000 millones de euros netos (descontada la retirada de billetes viejos) en monedas y billetes, un 65% más de efectivo que en 2009, cuando la producción que hay que vender y comprar solo ha aumentado un 30%. El dinero bancario tampoco ha sido escaso: entre 2010 y 2017 empresas y familias han recibido más de 700.000 millones de euros en nuevos créditos cada año, una cifra similar a la creación de crédito para el sector privado en los años de bonanza de 1999-2006. Sin embargo, los precios no crecen.

El fracaso del BCE en lograr su objetivo es tan clamoroso que solo por motivos de inercia o cobardía política el asunto no forma parte de la agenda política. Si durante casi dos décadas el banco no es capaz de lograr su casi exclusivo objetivo monetario, ¿no es hora de preguntarse si el problema no será solo de los gestores, sino algo más profundo, un error de construcción que es la causa principal de que en la eurozona se haya producido el peor comportamiento económico de todo el mundo desarrollado desde la gran crisis?

Hace unas semanas, el BCE emitió un comunicado en el que enmendaba la plana a lo que venía anunciado desde un año antes en media docena de comunicados previos; los bajos tipos de interés no se van a acabar después del verano, sino que se van a prolongar al menos durante todo el año próximo; y además el banco central está preparando un nuevo paquete para inyectar liquidez a la banca comercial.

Lo que el BCE está reconociendo implícitamente es que no sabe ya qué hacer para intentar que los precios suban un poco en la Eurozona y, por otra parte, que la denominada recuperación es más bien una situación de estancamiento económico que se podría agravar en una nueva crisis si la carga de la deuda que soportan gobiernos y empresas vuelve a aumentar como consecuencia del alza de tipos.

La mayor tensión por la incapacidad de lograr elevar los precios la pagan los deudores: los gobiernos y las empresas, la carga de cuyo abultado nivel de endeudamiento (más de 10 billones de euros de deuda pública y 19 billones de deuda privada, sobre todo empresarial, en la eurozona) no logra aligerarse por el inexistente aumento de los precios (la inflación reduce el valor real de las deudas).

Y tampoco es manca la presión sobre la banca: los bajos tipos de interés significan baja rentabilidad de los activos y en consecuencia incremento de la competencia para ganar cuota de mercado, búsqueda de nuevas inversiones financieras de mayor riesgo y mayor rentabilidad que el crédito corriente, todo ello en un contexto en el que lo único que se les ocurre a las autoridades monetarias para intentar evitar una nueva crisis bancaria es aumentar el porcentaje de activos bancarios en barbecho, de las reservas de capital respecto al volumen de crédito, lo cual dificulta aún más la rentabilidad del negocio bancario al aumentar el peso del capital que no rinde interés.

Todo esto a largo plazo no puede sino llevar a una mayor concentración para intentar salvar los muebles, como está ocurriendo por ejemplo en Alemania donde para salvar la joya de la corona bancaria alemana, el Deutsche Bank, lo quieren fusionar con el segundo mayor banco del país (Commerzbank, un tercio de tamaño del anterior pero con mejor salud) para hacer un coloso de cerca de 2 billones de euros de activos. Una huida hacia adelante que no contiene ningún ingrediente para sortear el siguiente paso, inevitable, que de seguir las cosas como ahora, no podrá ser otro que una nueva socialización de pérdidas.

Que la propuesta de aumento de tipos del año pasado estaba orientada a frenar esta reducción de las ganancias bancarias debería ser evidente incluso para los que desconocen que mientras los consejos de ministros tienen prohibido por los tratados influir en las decisiones del BCE, los consejos de administración, en particular de los bancos, tienen barra libre. La nueva propuesta de mantener los tipos al mínimo y lanzar un nuevo paquete de dinero a la economía refleja que al menos los responsables del BCE saben que un aumento de tipos puede volver a disparar la mora y lograr que el remedio sea peor que la enfermedad. Una complicada disyuntiva que exige respuestas audaces que nadie parece dispuesto a proponer como, por ejemplo, suprimir una parte o desvalorizar la totalidad de los títulos de deuda pública, renacionalizar las políticas monetarias o hacerlas asimétricas, limitar el tamaño de las instituciones, separar las instituciones bancarias que se dedican a la concesión de crédito de las que se centran en la especulación en los mercados financieros o socializar los activos bancarios.